6. El Espíritu y la
Esposa dicen: « ¡Ven! »
65. El soplo de la vida divina, el Espíritu
Santo, en su manera más simple y común, se manifiesta y se hace sentir en la oración. Es hermoso y saludable pensar que, en
cualquier lugar del mundo donde se ora, allí está el Espíritu Santo, soplo
vital de la oración. Es hermoso y saludable reconocer que si la oración está
difundida en todo el orbe, en el pasado, en el presente y en el futuro, de
igual modo está extendida la presencia y la acción del Espíritu Santo, que «
alienta » la oración en el corazón del hombre en toda la inmensa gama de las
mas diversas situaciones y de las condiciones, ya favorables, ya adversas a la
vida espiritual y religiosa. Muchas veces, bajo la acción del Espíritu, la
oración brota del corazón del hombre no obstante las prohibiciones y
persecuciones, e incluso las proclamaciones oficiales sobre el carácter
arreligioso o incluso ateo de la vida pública. La oración es siempre la voz de
todos aquellos que aparentemente no tienen voz, y en esta voz resuena siempre
aquel « poderoso clamor », que la Carta a
los Hebreos atribuye a Cristo.280 La oración es también la revelación de aquel abismo que es el corazón del hombre: una
profundidad que es de Dios y que sólo
Dios puede colmar, precisamente con el Espíritu Santo. Leemos en San
Lucas: « Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan ».281
El Espíritu
Santo es el don, que viene al corazón del hombre junto con la oración. En ella se manifiesta ante todo y sobre todo como
el don que « viene en auxilio de nuestra debilidad ». Es el rico pensamiento
desarrollado por San Pablo en la Carta a
los Romanos cuando escribe: « Nosotros no sabemos cómo pedir para orar como
conviene; mas el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables
».282 Por consiguiente, el Espíritu Santo no sólo hace que oremos, sino
que nos guía « interiormente » en la oración, supliendo nuestra insuficiencia y
remediando nuestra incapacidad de orar. Está presente en nuestra oración y le
da una dimensión divina.283 De esta manera, « el que escruta los corazones conoce cual es la aspiración del Espíritu y
que su intercesión a favor de los santos es según Dios ».284 La oración
por obra del Espíritu Santo llega a ser la expresión cada vez más madura del
hombre nuevo, que por medio de ella participa de la vida divina.
Nuestra difícil época tiene especial necesidad
de la oración. Si
en el transcurso de la historia —ayer como hoy— muchos hombres y mujeres han
dado testimonio de la importancia de la oración, consagrándose a la alabanza a
Dios y a la vida de oración, sobre todo en los Monasterios, con gran beneficio
para la Iglesia, en estos años va aumentando también el número de personas que,
en movimientos o grupos cada vez más extendidos, dan la primacía a la oración y
en ella buscan la renovación de la vida
espiritual. Este es un síntoma significativo y consolador, ya que esta
experiencia ha favorecido realmente la renovación de la oración entre los
fieles que han sido ayudados a considerar mejor el Espíritu Santo, que suscita
en los corazones un profundo anhelo de santidad.
En muchos
individuos y en muchas comunidades madura la conciencia de que, a pesar del
vertiginoso progreso de la civilización técnico-científica y no obstante las
conquistas reales y las metas alcanzadas, el
hombre y la humanidad están amenazados. Frente a este peligro, y habiendo
ya experimentado antes la espantosa realidad de la decadencia espiritual del
hombre, personas y comunidades enteras —como guiados por un sentido interior de
la fe— buscan la fuerza que sea capaz de levantar al hombre, salvarlo de sí
mismo, de su propios errores y desorientaciones, que con frecuencia convierten
en nocivas sus propias conquistas. Y de esta manera descubren la oración, en la
que se manifiesta « el Espíritu que viene en ayuda de nuestra flaqueza ». De
este modo, los tiempos en que vivimos acercan al Espíritu Santo muchas personas
que vuelven a la oración. Y confío en que todas ellas encuentren en la enseñanza
de esta Encíclica una ayuda para su vida interior y consigan fortalecer, bajo
la acción del Espíritu, su compromiso de oración, de acuerdo con la Iglesia y
su Magisterio.
66.
En medio de los problemas, de las desilusiones y esperanzas, de las deserciones
y retornos de nuestra época, la Iglesia permanece
fiel al misterio de su nacimiento. Si
es un hecho histórico que la Iglesia salió del Cenáculo el día de Pentecostés,
se puede decir en cierto modo que nunca lo ha dejado. Espiritualmente el
acontecimiento de Pentecostés no pertenece sólo al pasado: la Iglesia está
siempre en el Cenáculo que lleva en su corazón. La Iglesia persevera en la oración, como los Apóstoles junto a María, Madre de Cristo, y junto
a aquellos que constituían en Jerusalén el primer germen de la comunidad
cristiana y aguardaban , en oración, la venida del Espíritu Santo.
La Iglesia persevera en oración con
María. Esta unión de la Iglesia orante con la Madre de Cristo forma parte del
misterio de la Iglesia desde el principio: la vemos presente en este misterio
como está presente en el misterio de su Hijo. Nos lo dice el Concilio: « La Virgen Santísima ... cubierta con la
sombra del Espíritu Santo ... dio a la luz al Hijo, a
quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rom 8, 29), esto es, los fieles, a cuya
generación y educación coopera con amor materno »; ella,
« por sus gracias y dones singulares, ... unida con la Iglesia ... es tipo de la Iglesia ».285 « La Iglesia, contemplando
su profunda santidad e imitando su caridad ... se hace también madre » y « a imitación de la Madre de su Señor,
por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una
esperanza sólida y una caridad sincera ». Ella (la Iglesia) « es igualmente virgen, que
guarda ... la fe prometida al Esposo ». 286
De este modo se comprende el profundo sentido del motivo por
el que la Iglesia, unida a la Virgen Madre, se dirige
incesantemente como Esposa a su divino Esposo, como lo atestiguan las palabras
del Apocalipsis que cita el Concilio: «
El Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: « ¡Ven! ».287 La oración de la
Iglesia es esta invocación incesante en la que a el Espíritu mismo intercede
por nosotros »; en cierta manera él mismo la pronuncia con la Iglesia y en la
Iglesia. En efecto, el
Espíritu ha sido dado a la Iglesia para que, por su poder, toda la comunidad
del pueblo de Dios, a pesar de sus múltiples ramificaciones y diversidades,
persevere en la esperanza: aquella esperanza en la que « hemos sido salvados
».288 Es la esperanza
escatológica, la esperanza del cumplimiento definitivo en Dios, la
esperanza del Reino eterno, que se realiza por la participación en la vida
trinitaria. El Espíritu Santo, dado a los Apóstoles como Paráclito, es el custodio y el animador de esta esperanza en el corazón de la Iglesia.
En la
perspectiva del tercer milenio después de Cristo, mientras « el Espíritu y la
Esposa dicen al Señor Jesús; "¡Ven!", esta oración suya conlleva,
como siempre, una dimensión escatológica destinada también a dar pleno
significado a la celebración del gran Jubileo. Es una oración encaminada a los
destinos salvíficos hacia los cuales el Espíritu Santo abre los corazones con
su acción a través de toda la historia del hombre en la tierra. Pero al mismo
tiempo, esta oración se orienta hacia un
momento concreto de la historia, en el que se pone de relieve la « plenitud
de los tiempos », marcada por el año dos mil. La Iglesia desea prepararse a este Jubileo por medio del
Espíritu Santo, así como por el Espíritu Santo fue preparada la Virgen de
Nazaret, en la que el Verbo se hizo carne.
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