CAPÍTULO III
APOSTOLICIDAD DE LA EUCARISTÍA Y DE LA
IGLESIA
26.
Como he recordado antes, si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace
la Eucaristía, se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y
otra. Tan verdad es esto, que nos permite aplicar al Misterio eucarístico lo
que decimos de la Iglesia cuando, en el Símbolo niceno-constantinopolitano, la
confesamos « una, santa, católica y apostólica ». También la Eucaristía es una
y católica. Es también santa, más aún, es el Santísimo Sacramento. Pero ahora
queremos dirigir nuestra atención principalmente a su apostolicidad.
27.
El Catecismo de la Iglesia Católica, al explicar cómo la Iglesia
es apostólica, o sea, basada en los Apóstoles, se refiere a un triple
sentido de la expresión. Por una parte, « fue y permanece edificada sobre
“el fundamento de los apóstoles” (Ef 2, 20), testigos escogidos y
enviados en misión por el propio Cristo ».51 También los
Apóstoles están en el fundamento de la Eucaristía, no porque el Sacramento no
se remonte a Cristo mismo, sino porque ha sido confiado a los Apóstoles por
Jesús y transmitido por ellos y sus sucesores hasta nosotros. La Iglesia
celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en continuidad con
la acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor.
El segundo
sentido de la apostolicidad de la Iglesia indicado por el Catecismo es que «
guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la
enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles ».52
También en este segundo sentido la Eucaristía es apostólica, porque se celebra
en conformidad con la fe de los Apóstoles. En la historia bimilenaria del
Pueblo de la nueva Alianza, el Magisterio eclesiástico ha precisado en muchas
ocasiones la doctrina eucarística, incluso en lo que atañe a la exacta
terminología, precisamente para salvaguardar la fe apostólica en este Misterio
excelso. Esta fe permanece inalterada y es esencial para la Iglesia que perdure
así.
28.
En fin, la Iglesia es apostólica en el sentido de que « sigue siendo enseñada,
santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a
aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los Obispos,
a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo
Pastor de la Iglesia ».53 La sucesión de los Apóstoles en la
misión pastoral conlleva necesariamente el sacramento del Orden, es decir, la
serie ininterrumpida que se remonta hasta los orígenes, de ordenaciones
episcopales válidas. 54 Esta sucesión es esencial para que
haya Iglesia en sentido propio y pleno.
La Eucaristía
expresa también este sentido de la apostolicidad. En efecto, como enseña el
Concilio Vaticano II, los fieles « participan en la celebración de la
Eucaristía en virtud de su sacerdocio real »,55 pero es el
sacerdote ordenado quien « realiza como representante de Cristo el sacrificio
eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo ».56
Por eso se prescribe en el Misal Romano que es únicamente el sacerdote
quien pronuncia la plegaria eucarística, mientras el pueblo de Dios se asocia a
ella con fe y en silencio. 57
29.
La expresión, usada repetidamente por el Concilio Vaticano II, según la cual el
sacerdote ordenado « realiza como representante de Cristo el Sacrificio
eucarístico »,58 estaba ya bien arraigada en la enseñanza
pontificia. 59 Como
he tenido ocasión de aclarar en otra ocasión, in persona Christi «
quiere decir más que “en nombre”, o también, “en vez” de Cristo. In “persona”:
es decir, en la identificación específica, sacramental con el “sumo y eterno
Sacerdote”, que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en
el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie ».60 El
ministerio de los sacerdotes, en virtud dal sacramento del Orden, en la
economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía
celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la
asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la
consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena.
La asamblea que
se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea
realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida. Por otra
parte, la comunidad no está capacitada para darse por sí sola el ministro
ordenado. Éste es un don que recibe a través de la
sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles. Es el Obispo quien
establece un nuevo presbítero, mediante el sacramento del Orden, otorgándole el
poder de consagrar la Eucaristía. Pues « el Misterio eucarístico no puede ser
celebrado en ninguna comunidad si no es por un sacerdote ordenado, como ha
enseñado expresamente el Concilio Lateranense IV. 61
30.
Tanto esta doctrina de la Iglesia católica sobre el ministerio sacerdotal en
relación con la Eucaristía, como la referente al Sacrificio eucarístico, han
sido objeto en las últimas décadas de un provechoso diálogo en el ámbito de
la actividad ecuménica. Hemos de dar gracias a la
Santísima Trinidad porque, a este respecto, se han obtenido significativos
progresos y acercamientos, que nos hacen esperar en un futuro en que se
comparta plenamente la fe. Aún sigue siendo del todo válida la observación del Concilio sobre las
Comunidades eclesiales surgidas en Occidente desde el siglo XVI en adelante y
separadas de la Iglesia católica: « Las Comunidades eclesiales separadas,
aunque les falte la unidad plena con nosotros que dimana del bautismo, y aunque
creamos que, sobre todo por defecto del sacramento del Orden, no han conservado
la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico, sin embargo, al
conmemorar en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en
la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa ».62
Los fieles
católicos, por tanto, aun respetando las convicciones religiosas de estos hermanos
separados, deben abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus
celebraciones, para no avalar una ambigüedad sobre la naturaleza de la
Eucaristía y, por consiguiente, faltar al deber de dar un testimonio claro de
la verdad. Eso retardaría el camino hacia la plena unidad visible. De manera
parecida, no se puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con
celebraciones ecuménicas de la Palabra o con encuentros de oración en común con
cristianos miembros de dichas Comunidades eclesiales, o bien con la
participación en su servicio litúrgico. Estas celebraciones y encuentros, en sí
mismos loables en circunstancias oportunas, preparan a la deseada comunión
total, incluso eucarística, pero no pueden reemplazarla.
El hecho de que
el poder de consagrar la Eucaristía haya sido confiado sólo a los Obispos y a
los presbíteros no significa menoscabo alguno para el resto del Pueblo de Dios,
puesto que la comunión del único cuerpo de Cristo que es la Iglesia es un don
que redunda en beneficio de todos.
31.
Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del
ministerio sacerdotal. Por eso, con ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro
Señor, reitero que la Eucaristía « es la principal y central razón de ser del
sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución
de la Eucaristía y a la vez que ella ».63
Las actividades pastorales del presbítero son múltiples.
Si se piensa además en las condiciones sociales y culturales del mundo actual,
es fácil entender lo sometido que está al peligro de la dispersión por
el gran número de tareas diferentes. El Concilio Vaticano II ha identificado en la
caridad pastoral el vínculo que da unidad a su vida y a sus actividades. Ésta
–añade el Concilio– « brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que, por
eso, es el centro y raíz de toda la vida del presbítero ».64
Se entiende, pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote,
como para el bien de la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la
recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristía, « la cual,
aunque no puedan estar presentes los fieles, es ciertamente una acción de
Cristo y de la Iglesia ».65 De este modo, el sacerdote será
capaz de sobreponerse cada día a toda tensión dispersiva, encontrando en el
Sacrificio eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la
energía espiritual necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales.
Cada jornada será así verdaderamente eucarística.
Del carácter central de la Eucaristía en la vida y en el
ministerio de los sacerdotes se deriva también su puesto central en la
pastoral de las vocaciones sacerdotales. Ante todo, porque la plegaria por
las vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de Cristo sumo
y eterno Sacerdote; pero también porque la diligencia y esmero de los
sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la
participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía, es
un ejemplo eficaz y un incentivo a la respuesta generosa de los jóvenes a la
llamada de Dios. Él se sirve a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un
sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la
llamada al sacerdocio.
32.
Toda esto demuestra lo doloroso y fuera de lo normal que resulta la situación
de una comunidad cristiana que, aún pudiendo ser, por número y variedad de
fieles, una parroquia, carece sin embargo de un sacerdote que la guíe. En
efecto, la parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su
identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico. Pero
esto requiere la presencia de un presbítero, el único a quien compete ofrecer
la Eucaristía in persona Christi. Cuando la comunidad no tiene
sacerdote, ciertamente se ha de paliar de alguna manera, con el fin de que
continúen las celebraciones dominicales y, así, los religiosos y los laicos que
animan la oración de sus hermanos y hermanas ejercen de modo loable el
sacerdocio común de todos los fieles, basado en la gracia del Bautismo. Pero
dichas soluciones han de ser consideradas únicamente provisionales, mientras la
comunidad está a la espera de un sacerdote.
El hecho de que
estas celebraciones sean incompletas desde el punto de vista sacramental ha de
impulsar ante todo a toda la comunidad a pedir con mayor fervor que el Señor «
envíe obreros a su mies » (Mt 9, 38); y debe estimularla también a
llevar a cabo una adecuada pastoral vocacional, sin ceder a la tentación de
buscar soluciones que comporten una reducción de las cualidades morales y
formativas requeridas para los candidatos al sacerdocio.
33.
Cuando, por escasez de sacerdotes, se confía a fieles no ordenados una
participación en el cuidado pastoral de una parroquia, éstos han de tener
presente que, como enseña el Concilio Vaticano II, « no se construye ninguna
comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la
sagrada Eucaristía ».66 Por tanto, considerarán como
cometido suyo el mantener viva en la comunidad una verdadera « hambre » de la
Eucaristía, que lleve a no perder ocasión alguna de tener la celebración de la
Misa, incluso aprovechando la presencia ocasional de un sacerdote que no esté
impedido por el derecho de la Iglesia para celebrarla.
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