« Amarás a tu
prójimo como a ti mismo » (Lc 10,
27): « promueve » la vida
75.
Los mandamientos de Dios nos enseñan el camino de la vida. Los preceptos morales negativos, es decir,
los que declaran moralmente inaceptable la elección de una determinada acción,
tienen un valor absoluto para la libertad humana: obligan siempre y en toda
circunstancia, sin excepción. Indican que la elección de determinados
comportamientos es radicalmente incompatible con el amor a Dios y la dignidad
de la persona, creada a su imagen. Por eso, esta elección no puede
justificarse por la bondad de ninguna intención o consecuencia, está en
contraste insalvable con la comunión entre las personas, contradice la decisión
fundamental de orientar la propia vida a Dios. 99
Ya en este sentido los preceptos morales negativos tienen
una importantísima función positiva: el « no » que exigen incondicionalmente
marca el límite infranqueable más allá del cual el hombre libre no puede pasar
y, al mismo tiempo, indica el mínimo que debe respetar y del que debe partir
para pronunciar innumerables « sí », capaces de abarcar progresivamente el horizonte completo del bien (cf. Mt 5, 48). Los mandamientos, en
particular los preceptos morales negativos, son el inicio y la primera etapa
necesaria del camino hacia la libertad: « La primera libertad —escribe san
Agustín— es no tener delitos... como homicidio, adulterio, alguna inmundicia de
fornicación, hurto, fraude, sacrilegio y otros parecidos. Cuando el hombre
empieza a no tener tales delitos (el cristiano no debe tenerlos), comienza a
levantar la cabeza hacia la libertad; pero ésta es una libertad incoada, no es
perfecta ».100
76. El mandamiento « no matarás »
establece, por tanto, el punto de partida de un camino de verdadera libertad,
que nos lleva a promover activamente la vida y a desarrollar determinadas
actitudes y comportamientos a su servicio. Obrando así, ejercitamos nuestra
responsabilidad hacia las personas que nos han sido confiadas y manifestamos,
con las obras y según la verdad, nuestro reconocimiento a Dios por el gran don
de la vida (cf. Sal 139 138, 13-14).
El Creador ha confiado la vida del hombre a su cuidado responsable,
no para que disponga de ella de modo arbitrario, sino para que la custodie con
sabiduría y la administre con amorosa fidelidad. El Dios de la Alianza ha
confiado la vida de cada hombre a otro hombre hermano suyo, según la ley de la
reciprocidad del dar y del recibir, del don de sí mismo y de la acogida del
otro. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, encarnándose y dando su
vida por el hombre, ha demostrado a qué altura y profundidad puede llegar esta
ley de la reciprocidad. Cristo, con el don de su Espíritu, da contenidos y
significados nuevos a la ley de la reciprocidad, a la entrega del hombre al
hombre. El Espíritu, que es artífice de comunión en el amor, crea entre los
hombres una nueva fraternidad y solidaridad, reflejo verdadero del misterio de
recíproca entrega y acogida propio de la Santísima Trinidad. El mismo Espíritu
llega a ser la ley nueva, que da la fuerza a los creyentes y apela a su
responsabilidad para vivir con reciprocidad el don de sí mismos y la acogida
del otro, participando del amor mismo de Jesucristo según su medida.
77. En esta ley nueva se inspira y plasma
el mandamiento « no matarás ». Por tanto, para el cristiano implica en
definitiva el imperativo de respetar, amar y promover la vida de cada hermano,
según las exigencias y las dimensiones del amor de Dios en Jesucristo. « El dio
su vida por nosotros. También
nosotros debemos dar la vida por los hermanos » (1 Jn 3, 16).
El mandamiento «
no matarás », incluso en sus contenidos más positivos de respeto, amor y
promoción de la vida humana, obliga a todo hombre. En efecto, resuena en la
conciencia moral de cada uno como un eco permanente de la alianza original de
Dios creador con el hombre; puede ser conocido por todos a la luz de la razón y
puede ser observado gracias a la acción misteriosa del Espíritu que, soplando
donde quiere (cf. Jn 3, 8), alcanza y
compromete a cada hombre que vive en este mundo.
Por tanto, lo que todos debemos asegurar a nuestro prójimo
es un servicio de amor, para que siempre se defienda y promueva su vida,
especialmente cuando es más débil o está amenazada. Es una exigencia no sólo
personal sino también social, que todos debemos cultivar, poniendo el respeto
incondicional de la vida humana como fundamento de una sociedad renovada.
Se nos pide amar y respetar la vida de cada hombre y de cada
mujer y trabajar con constancia y valor, para que se instaure finalmente en
nuestro tiempo, marcado por tantos signos de muerte, una cultura nueva de la
vida, fruto de la cultura de la verdad y del amor.
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