Diversas facetas de la
verdad en el hombre
28.
Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con
esa trasparencia ni de manera consecuente. El límite originario de la
razón y la inconstancia del corazón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda
personal. Otros intereses de
diverso orden pueden condicionar la verdad. Más aún, el hombre también la evita
a veces en cuanto comienza a divisarla, porque teme sus exigencias. Pero, a
pesar de esto, incluso cuando la evita, siempre es la verdad la que influencia
su existencia; en efecto, él nunca podría fundar la propia vida sobre la duda,
la incertidumbre o la mentira; tal existencia estaría continuamente amenazada
por el miedo y la angustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquél que busca la verdad.
29.
No se puede pensar que una búsqueda tan profundamente enraizada en la
naturaleza humana sea del todo inútil y vana. La capacidad misma de buscar la
verdad y de plantear preguntas implica ya una primera respuesta. El hombre no
comenzaría a buscar lo que desconociese del todo o considerase absolutamente
inalcanzable. Sólo la perspectiva de poder alcanzar una respuesta puede
inducirlo a dar el primer paso. De hecho esto es lo que sucede normalmente en
la investigación científica. Cuando un científico, siguiendo una intuición suya,
se pone a la búsqueda de la explicación lógica y verificable de un fenómeno
determinado, confía desde el principio que encontrará una respuesta, y no se
detiene ante los fracasos. No considera inútil la intuición originaria sólo
porque no ha alcanzado el objetivo; más bien dirá con razón que no ha
encontrado aún la respuesta adecuada.
Esto mismo
es válido también para la investigación de la verdad en el ámbito de las
cuestiones últimas. La sed de verdad está tan radicada en el corazón del hombre
que tener que prescindir de ella comprometería la existencia. Es suficiente, en
definitiva, observar la vida cotidiana para constatar cómo cada uno de nosotros
lleva en sí mismo la urgencia de algunas preguntas esenciales y a la vez abriga
en su interior al menos un atisbo de las correspondientes respuestas. Son
respuestas de cuya verdad se está convencido, incluso porque se experimenta
que, en sustancia, no se diferencian de las respuestas a las que han llegado
otros muchos. Es cierto que no toda verdad alcanzada posee el mismo valor. Del
conjunto de los resultados logrados, sin embargo, se confirma la capacidad que
el ser humano tiene de llegar, en línea de máxima, a la verdad.
30.
En este momento puede ser útil hacer una rápida referencia a estas diversas
formas de verdad. Las más numerosas son las que se apoyan sobre evidencias
inmediatas o confirmadas experimentalmente. Éste es el orden de verdad propio
de la vida diaria y de la investigación científica. En otro nivel se encuentran
las verdades de carácter filosófico, a las que el hombre llega mediante la
capacidad especulativa de su intelecto. En fin están las verdades religiosas,
que en cierta medida hunden sus raíces también en la filosofía. Éstas están
contenidas en las respuestas que las diversas religiones ofrecen en sus
tradiciones a las cuestiones últimas.27
En cuanto a
las verdades filosóficas, hay que precisar que no se limitan a las meras
doctrinas, algunas veces efímeras, de los filósofos de profesión. Cada hombre, como
ya he dicho, es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas
propias con las cuales orienta su vida. De un modo u otro, se forma una visión
global y una respuesta sobre el sentido de la propia existencia. Con esta luz
interpreta sus vicisitudes personales y regula su comportamiento. Es aquí donde
debería plantearse la pregunta sobre la relación entre las verdades
filosófico-religiosas y la verdad revelada en Jesucristo. Antes de contestar a
esta cuestión es oportuno valorar otro dato más de la filosofía.
31.
El hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia
para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad. Desde el nacimiento, pues, está inmerso en
varias tradiciones, de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la formación
cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree.
De todos modos el crecimiento y la maduración personal implican que estas
mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la
peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso,
las mismas verdades sean « recuperadas » sobre la base de la experiencia
llevada que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de
ello, en la vida de un hombre las verdades simplemente creídas son mucho más
numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal. En efecto,
¿quién sería capaz de discutir críticamente los innumerables resultados de las
ciencias sobre las que se basa la vida moderna? ¿quién podría controlar por su
cuenta el flujo de informaciones que día a día se reciben de todas las partes
del mundo y que se aceptan en línea de máxima como verdaderas? Finalmente,
¿quién podría reconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por los
cuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría y de religiosidad de la
humanidad? El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquél que vive de creencias.
32.
Cada uno, al creer, confía en los conocimientos adquiridos por otras personas.
En ello se puede percibir una tensión significativa: por una parte el
conocimiento a través de una creencia parece una forma imperfecta de
conocimiento, que debe perfeccionarse progresivamente mediante la evidencia
lograda personalmente; por otra, la creencia con frecuencia resulta más rica
desde el punto de vista humano que la simple evidencia, porque incluye una
relación interpersonal y pone en juego no sólo las posibilidades cognoscitivas,
sino también la capacidad más radical de confiar en otras personas, entrando
así en una relación más estable e íntima con ellas.
Se ha de
destacar que las verdades buscadas en esta relación interpersonal no pertenecen
primariamente al orden fáctico o filosófico. Lo que se pretende, más que nada,
es la verdad misma de la persona: lo que ella es y lo que manifiesta de su
propio interior. En efecto, la perfección del hombre no está en la mera
adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también
en una relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro. En esta fidelidad
que sabe darse, el hombre encuentra plena certeza y seguridad. Al mismo tiempo,
el conocimiento por creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal,
está en relación con la verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad que el
otro le manifiesta.
¡Cuántos
ejemplos se podrían poner para ilustrar este dato! Pienso ante todo en el
testimonio de los mártires. El mártir, en efecto, es el testigo más auténtico
de la verdad sobre la existencia. Él sabe que ha hallado en el encuentro con
Jesucristo la verdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarle jamás esta
certeza. Ni el sufrimiento ni la muerte violenta lo harán apartar de la
adhesión a la verdad que ha descubierto en su encuentro con Cristo. Por eso el testimonio de los
mártires atrae, es aceptado, escuchado y seguido hasta en nuestros días. Ésta
es la razón por la cual nos fiamos de su palabra: se percibe en ellos la
evidencia de un amor que no tiene necesidad de largas argumentaciones para
convencer, desde el momento en que habla a cada uno de lo que él ya percibe en
su interior como verdadero y buscado desde tanto tiempo. En definitiva, el
mártir suscita en nosotros una gran confianza, porque dice lo que nosotros ya
sentimos y hace evidente lo que también quisiéramos tener la fuerza de
expresar.
33.
Se puede ver así que los términos del problema van completándose
progresivamente. El hombre, por su naturaleza, busca la verdad. Esta búsqueda
no está destinada sólo a la conquista de verdades parciales, factuales o
científicas; no busca sólo el verdadero bien para cada una de sus decisiones.
Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de
la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el
absoluto.28 Gracias a la capacidad del pensamiento, el hombre puede
encontrar y reconocer esta verdad. En cuanto vital y esencial para su
existencia, esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también
mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la
certeza y la autenticidad de la verdad misma. La capacidad y la opción de
confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen ciertamente uno
de los actos antropológicamente más significativos y expresivos.
No se ha de
olvidar que también la razón necesita ser sostenida en su búsqueda por un
diálogo confiado y una amistad sincera. El clima de sospecha y de desconfianza,
que a veces rodea la investigación especulativa, olvida la enseñanza de los
filósofos antiguos, quienes consideraban la amistad como uno de los contextos
más adecuados para el buen filosofar.
De todo lo
que he dicho hasta aquí resulta que el hombre se encuentra en un camino de
búsqueda, humanamente interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una
persona de quien fiarse. La fe cristiana le ayuda ofreciéndole la posibilidad
concreta de ver realizado el objetivo de esta búsqueda. En efecto, superando el
estadio de la simple creencia la fe cristiana coloca al hombre en ese orden de
gracia que le permite participar en el misterio de Cristo, en el cual se le
ofrece el conocimiento verdadero y coherente de Dios Uno y Trino. Así, en
Jesucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida a la
humanidad para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y
nostalgia.
34.
Esta verdad, que Dios nos revela en Jesucristo, no está en contraste con las
verdades que se alcanzan filosofando. Más bien los dos órdenes de conocimiento
conducen a la verdad en su plenitud. La unidad de la verdad es ya un postulado
fundamental de la razón humana, expresado en el principio de no contradicción.
La Revelación da la certeza de esta unidad, mostrando que el Dios creador es
también el Dios de la historia de la salvación. El mismo e idéntico Dios, que
fundamenta y garantiza que sea inteligible y racional el orden natural de las
cosas sobre las que se apoyan los científicos confiados,29 es el mismo
que se revela como Padre de nuestro Señor Jesucristo. Esta unidad de la verdad,
natural y revelada, tiene su identificación viva y personal en Cristo, como nos
recuerda el Apóstol: « Habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús » (Ef 4, 21; cf. Col 1, 15-20). Él es la Palabra
eterna, en quien todo ha sido creado, y a la vez es la Palabra encarnada, que en toda su persona 30 revela al
Padre (cf. Jn 1, 14.18). Lo que la
razón humana busca « sin conocerlo » (Hch
17, 23), puede ser encontrado sólo por medio de Cristo: lo que en Él se
revela, en efecto, es la « plena verdad » (cf. Jn 1, 14-16) de todo ser que en Él y por Él ha sido creado y
después encuentra en Él su plenitud (cf. Col
1, 17).
35.
Sobre la base de estas consideraciones generales, es necesario examinar ahora
de modo más directo la relación entre la verdad revelada y la filosofía. Esta
relación impone una doble consideración, en cuanto que la verdad que nos llega
por la Revelación es, al mismo tiempo, una verdad que debe ser comprendida a la
luz de la razón. Sólo en esta doble acepción, en efecto, es posible precisar la
justa relación de la verdad revelada con el saber filosófico. Consideramos, por
tanto, en primer lugar la relación entre la fe y la filosofía en el curso de la
historia. Desde aquí será posible indicar algunos principios, que constituyen
los puntos de referencia en los que basarse para establecer la correcta
relación entre los dos órdenes de conocimiento.
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