El interés de la Iglesia por la filosofía
57. El Magisterio no se ha limitado sólo a
mostrar los errores y las desviaciones de las doctrinas filosóficas. Con la
misma atención ha querido reafirmar los principios fundamentales para una
genuina renovación del pensamiento filosófico, indicando también las vías concretas
a seguir. En este sentido, el Papa León XIII con su Encíclica Æterni Patris dio un paso de gran
alcance histórico para la vida de la Iglesia. Este texto ha sido hasta hoy el
único documento pontificio de esa categoría dedicado íntegramente a la filosofía.
El gran Pontífice recogió y desarrolló las enseñanzas del Concilio Vaticano I
sobre la relación entre fe y razón, mostrando cómo el pensamiento filosófico es
una aportación fundamental para la fe y la ciencia teológica.78 Más de
un siglo después, muchas indicaciones de aquel texto no han perdido nada de su
interés tanto desde el punto de vista práctico como pedagógico; sobre todo, lo
relativo al valor incomparable de la filosofía de santo Tomás. El proponer de
nuevo el pensamiento del Doctor Angélico era para el Papa León XIII el mejor
camino para recuperar un uso de la filosofía conforme a las exigencias de la
fe. Afirmaba que santo Tomás, « distinguiendo muy bien la razón de la fe, como
es justo, pero asociándolas amigablemente, conservó los derechos de una y otra,
y proveyó a su dignidad ».79
58. Son conocidas las numerosas y
oportunas consecuencias de aquella propuesta pontificia. Los estudios sobre el
pensamiento de santo Tomás y de otros autores escolásticos recibieron nuevo
impulso. Se dio un vigoroso empuje a los estudios históricos, con el
consiguiente descubrimiento de las riquezas del pensamiento medieval, muy
desconocidas hasta aquel momento, y se formaron nuevas escuelas tomistas. Con
la aplicación de la metodología histórica, el conocimiento de la obra de santo
Tomás experimentó grandes avances y fueron numerosos los estudiosos que con
audacia llevaron la tradición tomista a la discusión de los problemas
filosóficos y teológicos de aquel momento. Los teólogos católicos más
influyentes de este siglo, a cuya reflexión e investigación debe mucho el
Concilio Vaticano II, son hijos de esta renovación de la filosofía tomista. La
Iglesia ha podido así disponer, a lo largo del siglo XX, de un número notable
de pensadores formados en la escuela del Doctor Angélico.
59. La renovación tomista y neotomista no
ha sido el único signo de restablecimiento del pensamiento filosófico en la
cultura de inspiración cristiana. Ya antes, y paralelamente a la propuesta de
León XIII, habían surgido no pocos filósofos católicos que elaboraron obras
filosóficas de gran influjo y de valor perdurable, enlazando con corrientes de
pensamiento más recientes, de acuerdo con una metodología propia. Hubo quienes
lograron síntesis de tan alto nivel que no tienen nada que envidiar a los
grandes sistemas del idealismo; quienes, además, pusieron las bases
epistemológicas para una nueva reflexión sobre la fe a la luz de una renovada
comprensión de la conciencia moral; quienes, además, crearon una filosofía que,
partiendo del análisis de la inmanencia, abría el camino hacia la
trascendencia; y quienes, por último, intentaron conjugar las exigencias de la
fe en el horizonte de la metodología fenomenológica. En definitiva, desde diversas
perspectivas se han seguido elaborando formas de especulación filosófica que
han buscado mantener viva la gran tradición del pensamiento cristiano en la
unidad de la fe y la razón.
60. El Concilio Ecuménico Vaticano II, por
su parte, presenta una enseñanza muy rica y fecunda en relación con la
filosofía. No puedo olvidar, sobre todo en el contexto de esta Encíclica, que
un capítulo de la Constitución Gaudium et
spes es casi un compendio de antropología bíblica, fuente de inspiración
también para la filosofía. En aquellas páginas se trata del valor de la persona
humana creada a imagen de Dios, se fundamenta su dignidad y superioridad sobre
el resto de la creación y se muestra la capacidad trascendente de su
razón.80 También el problema del ateísmo es considerado en la Gaudium et spes, exponiendo bien los
errores de esta visión filosófica, sobre todo en relación con la dignidad
inalienable de la persona y de su libertad.81 Ciertamente tiene también
un profundo significado filosófico la expresión culminante de aquellas páginas,
que he citado en mi primera Encíclica Redemptor
hominis y que representa uno de los puntos de referencia constante de mi
enseñanza: « Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del Verbo encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había de
venir, es decir, de Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma
revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación ».82
El Concilio se ha ocupado también del estudio de la
filosofía, al que deben dedicarse los candidatos al sacerdocio; se trata de
recomendaciones extensibles más en general a la enseñanza cristiana en su
conjunto. Afirma el Concilio: « Las asignaturas filosóficas deben ser enseñadas
de tal manera que los alumnos lleguen, ante todo, a adquirir un conocimiento
fundado y coherente del hombre, del mundo y de Dios, basados en el patrimonio
filosófico válido para siempre, teniendo en cuenta también las investigaciones
filosóficas de cada tiempo ».83
Estas directrices han sido confirmadas y especificadas en
otros documentos magisteriales con el fin de garantizar una sólida formación
filosófica, sobre todo para quienes se preparan a los estudios teológicos. Por
mi parte, en varias ocasiones he señalado la importancia de esta formación
filosófica para los que deberán un día, en la vida pastoral, enfrentarse a las
exigencias del mundo contemporáneo y examinar las causas de ciertos
comportamientos para darles una respuesta adecuada.84
61. Si en diversas circunstancias ha sido
necesario intervenir sobre este tema, reiterando el valor de las intuiciones del
Doctor Angélico e insistiendo en el conocimiento de su pensamiento, se ha
debido a que las directrices del Magisterio no han sido observadas siempre con
la deseable disponibilidad. En muchas escuelas católicas, en los años que
siguieron al Concilio Vaticano II, se pudo observar al respecto una cierta
decadencia debido a una menor estima, no sólo de la filosofía escolástica, sino
más en general del mismo estudio de la filosofía. Con sorpresa y pena debo
constatar que no pocos teólogos comparten este desinterés por el estudio de la
filosofía.
Varios son los motivos de esta poca estima. En primer lugar,
debe tenerse en cuenta la desconfianza en la razón que manifiesta gran parte de
la filosofía contemporánea, abandonando ampliamente la búsqueda metafísica sobre
las preguntas últimas del hombre, para concentrar su atención en los problemas
particulares y regionales, a veces incluso puramente formales. Se debe añadir
además el equívoco que se ha creado sobre todo en relación con las « ciencias
humanas ». El Concilio Vaticano II ha remarcado varias veces el valor positivo
de la investigación científica para un conocimiento más profundo del misterio
del hombre.85 La invitación a los teólogos para que conozcan estas
ciencias y, si es menester, las apliquen correctamente en su investigación no
debe, sin embargo, ser interpretada como una autorización implícita a marginar
la filosofía o a sustituirla en la formación pastoral y en la praeparatio fidei. No se puede olvidar,
por último, el renovado interés por la inculturación de la fe. De modo
particular, la vida de las Iglesias jóvenes ha permitido descubrir, junto a
elevadas formas de pensamiento, la presencia de múltiples expresiones de
sabiduría popular. Esto es un patrimonio real de cultura y de tradiciones. Sin
embargo, el estudio de las usanzas tradicionales debe ir de acuerdo con la
investigación filosófica. Ésta permitirá sacar a luz los aspectos positivos de
la sabiduría popular, creando su necesaria relación con el anuncio del
Evangelio.86
62. Deseo reafirmar decididamente que el
estudio de la filosofía tiene un carácter fundamental e imprescindible en la
estructura de los estudios teológicos y en la formación de los candidatos al
sacerdocio. No es casual que el curriculum
de los estudios teológicos vaya precedido por un período de tiempo en el
cual está previsto una especial dedicación al estudio de la filosofía. Esta
opción, confirmada por el Concilio Laterano V,87 tiene sus raíces en la
experiencia madurada durante la Edad Media, cuando se puso en evidencia la
importancia de una armonía constructiva entre el saber filosófico y el
teológico. Esta ordenación de los estudios ha influido, facilitado y promovido,
incluso de forma indirecta, una buena parte del desarrollo de la filosofía
moderna. Un ejemplo significativo es la influencia ejercida por las Disputationes metaphysicae de Francisco
Suárez, que tuvieron eco hasta en las universidades luteranas alemanas. Por el
contrario, la desaparición de esta metodología causó graves carencias tanto en
la formación sacerdotal como en la investigación teológica. Téngase en cuenta,
por ejemplo, en la falta de interés por el pensamiento y la cultura moderna,
que ha llevado al rechazo de cualquier forma de diálogo o a la acogida
indiscriminada de cualquier filosofía.
Espero firmemente que estas dificultades se superen con una
inteligente formación filosófica y teológica, que nunca debe faltar en la
Iglesia.
63. Apoyado en las razones señaladas, me
ha parecido urgente poner de relieve con esta Encíclica el gran interés que la
Iglesia tiene por la filosofía; más aún, el vínculo íntimo que une el trabajo
teológico con la búsqueda filosófica de la verdad. De aquí deriva el deber que
tiene el Magisterio de discernir y estimular un pensamiento filosófico que no
sea discordante con la fe. Mi objetivo es proponer algunos principios y puntos
de referencia que considero necesarios para instaurar una relación armoniosa y
eficaz entre la teología y la filosofía. A su luz será posible discernir con
mayor claridad la relación que la teología debe establecer con los diversos
sistemas y afirmaciones filosóficas, que presenta el mundo actual.
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