Diferentes estados de la
filosofía
75.
Como se desprende de la historia de las relaciones entre fe y filosofía,
señalada antes brevemente, se pueden distinguir diversas posiciones de la
filosofía respecto a la fe cristiana. Una primera es la de la filosofía totalmente independiente de la
revelación evangélica. Es la posición de la filosofía tal como se ha
desarrollado históricamente en las épocas precedentes al nacimiento del
Redentor y, después en las regiones donde aún no se conoce el Evangelio. En
esta situación, la filosofía manifiesta su legítima aspiración a ser un
proyecto autónomo, que procede de
acuerdo con sus propias leyes, sirviéndose de la sola fuerza de la razón.
Siendo consciente de los graves límites debidos a la debilidad congénita de la
razón humana, esta aspiración ha de ser sostenida y reforzada. En efecto, el
empeño filosófico, como búsqueda de la verdad en el ámbito natural, permanece
al menos implícitamente abierto a lo sobrenatural.
Más aún, incluso cuando la misma reflexión teológica se
sirve de conceptos y argumentos filosóficos, debe respetarse la exigencia de la
correcta autonomía del pensamiento. En efecto, la argumentación elaborada
siguiendo rigurosos criterios racionales es garantía para lograr resultados
universalmente válidos. Se confirma también aquí el principio según el cual la
gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona: el asentimiento de
fe, que compromete el intelecto y la voluntad, no destruye sino que perfecciona
el libre arbitrio de cada creyente que acoge el dato revelado.
La teoría de la llamada filosofía « separada », seguida por
numerosos filósofos modernos, está muy lejos de esta correcta exigencia. Más
que afirmar la justa autonomía del filosofar, dicha filosofía reivindica una
autosuficiencia del pensamiento que se demuestra claramente ilegítima. En
efecto, rechazar las aportaciones de verdad que derivan de la revelación divina
significa cerrar el paso a un conocimiento más profundo de la verdad, dañando
la misma filosofía.
76. Una segunda posición de la filosofía
es la que muchos designan con la expresión filosofía cristiana. La denominación
es en sí misma legítima, pero no debe ser mal interpretada: con ella no se
pretende aludir a una filosofía oficial de la Iglesia, puesto que la fe como
tal no es una filosofía. Con este apelativo se quiere indicar más bien un modo
de filosofar cristiano, una especulación filosófica concebida en unión vital
con la fe. No se hace referencia simplemente, pues, a una filosofía hecha por
filósofos cristianos, que en su investigación no han querido contradecir su fe.
Hablando de filosofía cristiana se pretende abarcar todos los progresos
importantes del pensamiento filosófico que no se hubieran realizado sin la
aportación, directa o indirecta, de la fe cristiana.
Dos son, por tanto, los aspectos de la filosofía cristiana: uno
subjetivo, que consiste en la purificación de la razón por parte de la fe. Como
virtud teologal, la fe libera la razón de la presunción, tentación típica a la
que los filósofos están fácilmente sometidos. Ya san Pablo y los Padres de la
Iglesia y, más cercanos a nuestros días, filósofos como Pascal y Kierkegaard la
han estigmatizado. Con la humildad, el filósofo adquiere también el valor de
afrontar algunas cuestiones que difícilmente podría resolver sin considerar los
datos recibidos de la Revelación. Piénsese, por ejemplo, en los problemas del
mal y del sufrimiento, en la identidad personal de Dios y en la pregunta sobre
el sentido de la vida o, más directamente, en la pregunta metafísica radical: «
¿Por qué existe algo? »
Además está el
aspecto objetivo, que afecta a los contenidos. La Revelación propone
claramente algunas verdades que, aun no siendo por naturaleza inaccesibles a la
razón, tal vez no hubieran sido nunca descubiertas por ella, si se la hubiera
dejado sola. En este horizonte se sitúan cuestiones como el concepto de un Dios
personal, libre y creador, que tanta importancia ha tenido para el desarrollo
del pensamiento filosófico y, en particular, para la filosofía del ser. A este
ámbito pertenece también la realidad del pecado, tal y como aparece a la luz de
la fe, la cual ayuda a plantear filosóficamente de modo adecuado el problema
del mal. Incluso la concepción de la persona como ser espiritual es una
originalidad peculiar de la fe. El anuncio cristiano de la dignidad, de la
igualdad y de la libertad de los hombres ha influido ciertamente en la
reflexión filosófica que los modernos han llevado a cabo. Se puede mencionar,
como más cercano a nosotros, el descubrimiento de la importancia que tiene
también para la filosofía el hecho histórico, centro de la Revelación
cristiana. No es casualidad que el hecho histórico haya llegado a ser eje de
una filosofía de la historia, que se presenta como un nuevo capítulo de la
búsqueda humana de la verdad.
Entre los elementos objetivos de la filosofía cristiana está
también la necesidad de explorar el carácter racional de algunas verdades
expresadas por la Sagrada Escritura, como la posibilidad de una vocación
sobrenatural del hombre e incluso el mismo pecado original. Son tareas que
llevan a la razón a reconocer que lo verdadero racional supera los estrechos
confines dentro de los que ella tendería a encerrarse. Estos temas amplían de
hecho el ámbito de lo racional.
Al especular sobre estos contenidos, los filósofos no se ha
convertido en teólogos, ya que no han buscado comprender e ilustrar la verdad
de la fe a partir de la Revelación. Han trabajado en su propio campo y con su
propia metodología puramente racional, pero ampliando su investigación a nuevos
ámbitos de la verdad. Se puede afirmar que, sin este influjo estimulante de la
Palabra de Dios, buena parte de la filosofía moderna y contemporánea no
existiría. Este dato conserva toda su importancia, incluso ante la constatación
decepcionante del abandono de la ortodoxia cristiana por parte de no pocos pensadores
de estos últimos siglos.
77. Otra posición significativa de la
filosofía se da cuando la teología misma
recurre a la filosofía. En realidad, la teología ha tenido siempre y
continúa teniendo necesidad de la aportación filosófica. Siendo obra de la
razón crítica a la luz de la fe, el trabajo teológico presupone y exige en toda
su investigación una razón educada y formada conceptual y argumentativamente.
Además, la teología necesita de la filosofía como interlocutora para verificar
la inteligibilidad y la verdad universal de sus aserciones. No es casual que
los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales adoptaron filosofías no
cristianas para dicha función. Este hecho histórico indica el valor de la autonomía que la filosofía conserva
también en este tercer estado, pero al mismo tiempo muestra las
transformaciones necesarias y profundas que debe afrontar.
Precisamente por ser una aportación indispensable y noble,
la filosofía ya desde la edad patrística, fue llamada ancilla theologiae. El título no fue aplicado para indicar una
sumisión servil o un papel puramente funcional de la filosofía en relación con
la teología. Se utilizó más bien en
el sentido con que Aristóteles llamaba a las ciencias experimentales como «
siervas » de la « filosofía primera ». La expresión, hoy difícilmente
utilizable debido a los principios de autonomía mencionados, ha servido a lo
largo de la historia para indicar la necesidad de la relación entre las dos
ciencias y la imposibilidad de su separación.
Si el teólogo
rechazase la ayuda de la filosofía, correría el riesgo de hacer filosofía sin
darse cuenta y de encerrarse en estructuras de pensamiento poco adecuadas para
la inteligencia de la fe. Por su parte, si el filósofo excluyese todo
contacto con la teología, debería llegar por su propia cuenta a los contenidos
de la fe cristiana, como ha ocurrido con algunos filósofos modernos. Tanto en
un caso como en otro, se perfila el peligro de la destrucción de los principios
basilares de autonomía que toda ciencia quiere justamente que sean
garantizados.
La posición de la filosofía aquí considerada, por las
implicaciones que comporta para la comprensión de la Revelación, está junto con
la teología más directamente bajo la autoridad del Magisterio y de su discernimiento,
como he expuesto anteriormente. En
efecto, de las verdades de fe derivan determinadas exigencias que la filosofía
debe respetar desde el momento en que entra en relación con la teología.
78. A la luz de estas reflexiones, se comprende
bien por qué el Magisterio ha elogiado repetidamente los méritos del
pensamiento de santo Tomás y lo ha puesto como guía y modelo de los estudios
teológicos. Lo que interesaba no era tomar posiciones sobre cuestiones
propiamente filosóficas, ni imponer la adhesión a tesis particulares. La
intención del Magisterio era, y continúa siendo, la de mostrar cómo santo Tomás
es un auténtico modelo para cuantos buscan la verdad. En efecto, en su
reflexión la exigencia de la razón y la fuerza de la fe han encontrado la
síntesis más alta que el pensamiento haya alcanzado jamás, ya que supo defender
la radical novedad aportada por la Revelación sin menospreciar nunca el camino
propio de la razón.
79. Al explicitar ahora los contenidos del
Magisterio precedente, quiero señalar en esta última parte algunas condiciones
que la teología —y aún antes la palabra de Dios— pone hoy al pensamiento
filosófico y a las filosofías actuales. Como ya he indicado, el filósofo debe
proceder según sus propias reglas y ha de basarse en sus propios principios; la
verdad, sin embargo, no es más que una sola. La Revelación, con sus contenidos,
nunca puede menospreciar a la razón en sus descubrimientos y en su legítima
autonomía; por su parte, sin embargo, la razón no debe jamás perder su
capacidad de interrogarse y de interrogar, siendo consciente de que no puede
erigirse en valor absoluto y exclusivo. La verdad revelada, al ofrecer plena
luz sobre el ser a partir del esplendor que proviene del mismo Ser subsistente,
iluminará el camino de la reflexión filosófica. En definitiva, la Revelación
cristiana llega a ser el verdadero punto de referencia y de confrontación entre
el pensamiento filosófico y el teológico en su recíproca relación. Es deseable
pues que los teólogos y los filósofos se dejen guiar por la única autoridad de
la verdad, de modo que se elabore una filosofía en consonancia con la Palabra
de Dios. Esta filosofía ha de ser el punto de encuentro entre las culturas y la
fe cristiana, el lugar de entendimiento entre creyentes y no creyentes. Ha de
servir de ayuda para que los creyentes se convenzan firmemente de que la
profundidad y autenticidad de la fe se favorece cuando está unida al
pensamiento y no renuncia a él. Una vez más, la enseñanza de los Padres de la
Iglesia nos afianza en esta convicción: « El mismo acto de fe no es otra cosa
que el pensar con el asentimiento de la voluntad [...] Todo el que cree,
piensa; piensa creyendo y cree pensando [...] Porque la fe, si lo que se cree
no se piensa, es nula ».95 Además: « Sin asentimiento no hay fe, porque
sin asentimiento no se puede creer nada ».96
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