2. En una línea de
desarrollo orgánico de la acción y enseñanza social de la Iglesia
Ciertamente
el trabajo, en cuanto problema del hombre, ocupa el centro mismo de la
«cuestión social», a la que durante los casi cien años transcurridos desde la
publicación de la mencionada Encíclica se dirigen de modo especial las
enseñanzas de la Iglesia y las múltiples iniciativas relacionadas con su misión
apostólica. Si deseo concentrar en ellas estas reflexiones, quiero hacerlo no
de manera diversa, sino más bien en conexión orgánica con toda la tradición de
tales enseñanzas e iniciativas. Pero a la vez hago esto siguiendo las
orientaciones del Evangelio, para sacar del patrimonio
del Evangelio «cosas nuevas y cosas viejas».7 Ciertamente el
trabajo es «cosa antigua», tan antigua como el hombre y su vida sobre la
tierra. La situación general del hombre en el mundo contemporáneo, considerada
y analizada en sus varios aspectos geográficos, de cultura y civilización,
exige sin embargo que se descubran los nuevos
significados del trabajo humano y que se formulen asimismo los nuevos cometidos que en este campo
se brindan a cada hombre, a cada familia, a cada Nación, a todo el género
humano y, finalmente, a la misma Iglesia.
En el
espacio de los años que nos separan de la publicación de la Encíclica Rerum Novarum, la cuestión social no ha
dejado de ocupar la atención de la Iglesia. Prueba de ello son los numerosos
documentos del Magisterio, publicados por los Pontífices, así como por el
Concilio Vaticano II. Prueba asimismo de ello son las declaraciones de los
Episcopados o la actividad de los diversos centros de pensamiento y de
iniciativas concretas de apostolado, tanto a escala internacional como a escala
de Iglesias locales. Es difícil enumerar aquí detalladamente todas las
manifestaciones del vivo interés de la Iglesia y de los cristianos por la
cuestión social, dado que son muy numerosas. Como fruto del Concilio, el
principal centro de coordinación en este campo ha venido a ser la Pontificia Comisión Justicia y Paz, la
cual cuenta con Organismos correspondientes en el ámbito de cada Conferencia
Episcopal. El nombre de esta institución es muy significativo: indica que la
cuestión social debe ser tratada en su dimensión integral y compleja. El
compromiso en favor de la justicia debe estar íntimamente unido con el
compromiso en favor de la paz en el mundo contemporáneo. Y ciertamente se ha
pronunciado en favor de este doble cometido la dolorosa experiencia de las dos
grandes guerras mundiales, que, durante los últimos 90 años, han sacudido a
muchos Países tanto del continente europeo como, al menos en parte, de otros
continentes. Se manifiesta en su favor, especialmente después del final de la
segunda guerra mundial, la permanente amenaza de una guerra nuclear y la
perspectiva de la terrible autodestrucción que deriva de ella.
Si seguimos
la línea principal del desarrollo de los
documentos del supremo Magisterio de la Iglesia, encontramos en ellos la
explícita confirmación de tal planteamiento del problema. La postura clave, por
lo que se refiere a la cuestión de la paz en el mundo, es la de la Encíclica Pacem in terris de Juan XXIII. Si se
considera en cambio la evolución de la cuestión de la justicia social, ha de
notarse que, mientras en el período comprendido entre la Rerum Novarum y la Quadragesimo
Anno de Pío XI, las enseñanzas de la Iglesia se concentran sobre todo en
torno a la justa solución de la llamada cuestión obrera, en el ámbito de cada
Nación y, en la etapa posterior, amplían el horizonte a dimensiones mundiales.
La distribución desproporcionada de riqueza y miseria, la existencia de Países
y Continentes desarrollados y no desarrollados, exigen una justa distribución y
la búsqueda de vías para un justo desarrollo de todos. En esta dirección se
mueven las enseñanzas contenidas en la Encíclica Mater et Magistra de Juan XXIII, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II
y en la Encíclica Populorum Progressio de
Pablo VI.
Esta
dirección de desarrollo de las enseñanzas y del compromiso de la Iglesia en la
cuestión social, corresponde exactamente al reconocimiento objetivo del estado
de las cosas. Si en el pasado, como centro de tal cuestión, se ponía de relieve
ante todo el problema de la «clase», en
época más reciente se coloca en primer plano el problema del «mundo». Por lo tanto, se considera no sólo el
ámbito de la clase, sino también el ámbito mundial de la desigualdad y de la
injusticia; y, en consecuencia, no sólo la dimensión de clase, sino la
dimensión mundial de las tareas que llevan a la realización de la justicia en
el mundo contemporáneo. Un análisis completo de la situación del mundo
contemporáneo ha puesto de manifiesto de modo todavía más profundo y más pleno
el significado del análisis anterior de las injusticias sociales; y es el
significado que hoy se debe dar a los esfuerzos encaminados a construir la
justicia sobre la tierra, no escondiendo con ello las estructuras injustas,
sino exigiendo un examen de las mismas y su transformación en una dimensión más
universal.
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