II. EL TRABAJO Y EL HOMBRE
4. En el libro del
Génesis
La Iglesia
está convencida de que el trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia
del hombre en la tierra. Ella se confirma en esta convicción considerando
también todo el patrimonio de las diversas ciencias dedicadas al estudio del
hombre: la antropología, la paleontología, la historia, la sociología, la
sicología, etc.; todas parecen testimoniar de manera irrefutable esta realidad.
La Iglesia, sin embargo, saca esta convicción sobre todo de la fuente de la
Palabra de Dios revelada, y por ello lo que es una convicción de la inteligencia adquiere a la vez el carácter de una convicción de fe. El motivo es que
la Iglesia —vale la pena observarlo desde ahora— cree en el hombre: ella piensa
en el hombre y se dirige a él no sólo a
la luz de la experiencia histórica, no sólo con la ayuda de los múltiples
métodos del conocimiento científico, sino ante todo a la luz de la palabra
revelada del Dios vivo. Al hacer referencia al hombre, ella trata de expresar los designios eternos y los destinos trascendentes que el Dios vivo, Creador y Redentor ha unido
al hombre.
La Iglesia
halla ya en las primeras páginas del
libro del Génesis la fuente de su convicción según la cual el trabajo
constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra.
El análisis de estos textos nos hace conscientes a cada uno del hecho de que en
ellos —a veces aun manifestando el pensamiento de una manera arcaica— han sido
expresadas las verdades fundamentales sobre el hombre, ya en el contexto del
misterio de la Creación. Estas son las verdades que deciden acerca del hombre
desde el principio y que, al mismo tiempo, trazan las grandes líneas de su
existencia en la tierra, tanto en el estado de justicia original como también
después de la ruptura, provocada por el pecado, de la alianza original del
Creador con lo creado, en el hombre. Cuando éste, hecho «a imagen de Dios...
varón y hembra»,9 siente las palabras: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla»,10 aunque
estas palabras no se refieren directa y explícitamente al trabajo,
indirectamente ya se lo indican sin duda alguna como una actividad a
desarrollar en el mundo. Más aún, demuestran su misma esencia más profunda. El
hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos por el mandato recibido de su
Creador de someter y dominar la tierra. En la realización de este mandato, el
hombre, todo ser humano, refleja la acción misma del Creador del universo.
El trabajo
entendido como una actividad «transitiva», es decir, de tal naturaleza que,
empezando en el sujeto humano, está dirigida hacia un objeto externo, supone un
dominio específico del hombre sobre la «tierra» y a la vez confirma y
desarrolla este dominio. Está claro que con el término «tierra», del que habla
el texto bíblico, se debe entender ante todo la parte del universo visible en
el que habita el hombre; por extensión sin embargo, se puede entender todo el
mundo visible, dado que se encuentra en el radio de influencia del hombre y de
su búsqueda por satisfacer las propias necesidades. La expresión «someter la
tierra» tiene un amplio alcance. Indica todos los recursos que la tierra (e
indirectamente el mundo visible) encierra en sí y que, mediante la actividad
consciente del hombre, pueden ser descubiertos y oportunamente usados. De esta
manera, aquellas palabras, puestas al principio de la Biblia, no dejan de ser actuales. Abarcan todas
las épocas pasadas de la civilización y de la economía, así como toda la
realidad contemporánea y las fases futuras del desarrollo, las cuales, en
alguna medida, quizás se están delineando ya, aunque en gran parte permanecen
todavía casi desconocidas o escondidas para el hombre.
Si a veces
se habla de período de «aceleración» en la vida económica y en la civilización
de la humanidad o de las naciones, uniendo estas «aceleraciones» al progreso de
la ciencia y de la técnica, y especialmente a los descubrimientos decisivos
para la vida socio-económica, se puede decir al mismo tiempo que ninguna de
estas «aceleraciones» supera el contenido esencial de lo indicado en ese
antiquísimo texto bíblico. Haciéndose —mediante su trabajo— cada vez más dueño
de la tierra y confirmando todavía —mediante el trabajo— su dominio sobre el
mundo visible, el hombre en cada caso y en cada fase de este proceso se coloca
en la línea del plan original del Creador; lo cual está necesaria e
indisolublemente unido al hecho de que el hombre ha sido creado, varón y
hembra, «a imagen de Dios». Este proceso
es, al mismo tiempo, universal: abarca
a todos los hombres, a cada generación, a cada fase del desarrollo económico y
cultural, y a la vez es un proceso
que se actúa en cada hombre, en cada
sujeto humano consciente. Todos y cada uno están comprendidos en él con
temporáneamente. Todos y cada uno, en una justa medida y en un número
incalculable de formas, toman parte en este gigantesco proceso, mediante el
cual el hombre «somete la tierra» con su trabajo.
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