5. El trabajo en
sentido objetivo: la técnica
Esta
universalidad y a la vez esta multiplicidad del proceso de «someter la tierra»
iluminan el trabajo del hombre, ya que el dominio del hombre sobre la tierra se
realiza en el trabajo y mediante el trabajo. Emerge así el significado del trabajo en sentido objetivo, el cual
halla su expresión en las varias épocas de la cultura y de la civilización. El
hombre domina ya la tierra por el hecho de que domestica los animales, los cría
y de ellos saca el alimento y vestido necesarios, y por el hecho de que puede
extraer de la tierra y de los mares diversos recursos naturales. Pero mucho más
«somete la tierra», cuando el hombre empieza a cultivarla y posteriormente
elabora sus productos, adaptándolos a sus necesidades. La agricultura
constituye así un campo primario de la actividad económica y un factor
indispensable de la producción por medio del trabajo humano. La industria, a su
vez, consistirá siempre en conjugar las riquezas de la tierra —los recursos
vivos de la naturaleza, los productos de la agricultura, los recursos minerales
o químicos— y el trabajo del hombre, tanto el trabajo físico como el
intelectual. Lo cual puede aplicarse también en cierto sentido al campo de la
llamada industria de los servicios y al de la investigación, pura o aplicada.
Hoy, en la
industria y en la agricultura la actividad del hombre ha dejado de ser, en
muchos casos, un trabajo prevalentemente manual, ya que la fatiga de las manos
y de los músculos es ayudada por máquinas
y mecanismos cada vez más perfeccionados. No solamente en la industria,
sino también en la agricultura, somos testigos de las transformaciones llevadas
a cabo por el gradual y continuo desarrollo de la ciencia y de la técnica. Lo
cual, en su conjunto, se ha convertido históricamente en una causa de profundas
transformaciones de la civilización, desde el origen de la «era industrial»
hasta las sucesivas fases de desarrollo gracias a las nuevas técnicas, como las
de la electrónica o de los microprocesadores de los últimos años.
Aunque
pueda parecer que en el proceso industrial «trabaja» la máquina mientras el
hombre solamente la vigila, haciendo posible y guiando de diversas maneras su
funcionamiento, es verdad también que precisamente por ello el desarrollo
industrial pone la base para plantear de manera nueva el problema del trabajo
humano. Tanto la primera industrialización, que creó la llamada cuestión
obrera, como los sucesivos cambios industriales y postindustriales, demuestran
de manera elocuente que, también en la época del «trabajo» cada vez más
mecanizado, el sujeto propio del trabajo
sigue siendo el hombre.
El
desarrollo de la industria y de los diversos sectores relacionados con ella
—hasta las más modernas tecnologías de la electrónica, especialmente en el
terreno de la miniaturización, de la informática, de la telemática y otros—
indica el papel de primerísima importancia que adquiere, en la interacción
entre el sujeto y objeto del trabajo (en el sentido más amplio de esta
palabra), precisamente esa aliada del trabajo, creada por el cerebro humano,
que es la técnica. Entendida aquí no como capacidad o aptitud para el trabajo,
sino comoun conjunto de instrumentos de
los que el hombre se vale en su trabajo, la técnica es indudablemente una
aliada del hombre. Ella le facilita el trabajo,
lo perfecciona, lo acelera y lo multiplica. Ella fomenta el aumento de la cantidad de productos del trabajo y
perfecciona incluso la calidad de muchos de ellos. Es un hecho, por otra parte,
que a veces, la técnica puede transformarse de aliada en adversaria del hombre,
como cuando la mecanización del trabajo «suplanta» al hombre, quitándole toda
satisfacción personal y el estímulo a la creatividad y responsabilidad; cuando
quita el puesto de trabajo a muchos trabajadores antes ocupados, o cuando
mediante la exaltación de la máquina reduce al hombre a ser su esclavo.
Si las
palabras bíblicas «someted la tierra», dichas al hombre desde el principio, son
entendidas en el contexto de toda la época moderna, industrial y
postindustrial, indudablemente encierran ya en sí una relación con la técnica, con el mundo de mecanismos y máquinas
que es el fruto del trabajo del cerebro humano y la confirmación histórica del
dominio del hombre sobre la naturaleza.
La época
reciente de la historia de la humanidad, especialmente la de algunas
sociedades, conlleva una justa afirmación de la técnica como un coeficiente
fundamental del progreso económico; pero al mismo tiempo, con esta afirmación
han surgido y continúan surgiendo los interrogantes esenciales que se refieren
al trabajo humano en relación con el sujeto, que es precisamente el hombre.
Estos interrogantes encierran una carga particular de contenidos y tensiones de carácter ético y ético-social. Por ello
constituyen un desafío continuo para múltiples instituciones, para los Estados
y para los gobiernos, para los sistemas y las organizaciones internacionales;
constituyen también un desafío para la Iglesia.
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