6. El trabajo en
sentido subjetivo: el hombre, sujeto del trabajo
Para
continuar nuestro análisis del trabajo en relación con la palabras de la
Biblia, en virtud de las cuales el hombre ha de someter la tierra, hemos de
concentrar nuestra atención sobre el
trabajo en sentido subjetivo, mucho más de cuanto lo hemos hecho hablando
acerca del significado objetivo del trabajo, tocando apenas esa vasta
problemática que conocen perfecta y detalladamente los hombres de estudio en
los diversos campos y también los hombres mismos del trabajo según sus
especializaciones. Si las palabras del libro del Génesis, a las que nos
referimos en este análisis, hablan indirectamente del trabajo en sentido
objetivo, a la vez hablan también del sujeto del trabajo; y lo que dicen es muy
elocuente y está lleno de un gran significado.
El hombre
debe someter la tierra, debe dominarla, porque como «imagen de Dios» es una
persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y
racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el hombre es pues sujeto del
trabajo. Como persona él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al
proceso del trabajo; éstas, independientemente de su contenido objetivo, han de
servir todas ellas a la realización de su humanidad, al perfeccionamiento de
esa vocación de persona, que tiene en virtud de su misma humanidad. Las
principales verdades sobre este tema han sido últimamente recordadas por el
Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium
et Spes, sobre todo en el capítulo I, dedicado a la vocación del hombre.
Así ese
«dominio» del que habla el texto bíblico que estamos analizando, se refiere no
sólo a la dimensión objetiva del trabajo, sino que nos introduce
contemporáneamente en la comprensión de su dimensión subjetiva. El trabajo
entendido como proceso mediante el cual el hombre y el género humano someten la
tierra, corresponde a este concepto fundamental de la Biblia sólo cuando al
mismo tiempo, en todo este proceso, el hombre se manifiesta y confirma como el que «domina». Ese dominio se
refiere en cierto sentido a la dimensión subjetiva más que a la objetiva: esta
dimensión condiciona la misma esencia
ética del trabajo. En efecto no hay duda de que el trabajo humano tiene un
valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que
quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir,
un sujeto que decide de sí mismo.
Esta
verdad, que constituye en cierto sentido el meollo fundamental y perenne de la
doctrina cristiana sobre el trabajo humano, ha tenido y sigue teniendo un
significado primordial en la formulación de los importantes problemas sociales
que han interesado épocas enteras.
La edad antigua introdujo entre los hombres una propia y típica
diferenciación en gremios, según el tipo de trabajo que realizaban. El trabajo
que exigía de parte del trabajador el uso de sus fuerzas físicas, el trabajo de
los músculos y manos, era considerado indigno de hombres libres y por ello era
ejecutado por los esclavos. El cristianismo, ampliando algunos aspectos ya
contenidos en el Antiguo Testamento, ha llevado a cabo una fundamental
transformación de conceptos, partiendo de todo el contenido del mensaje
evangélico y sobre todo del hecho de que Aquel, que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo,11
dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. Esta circunstancia
constituye por sí sola el más elocuente «Evangelio del trabajo», que manifiesta
cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es en primer
lugar el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta
es una persona. Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse
principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva.
En esta
concepción desaparece casi el fundamento mismo de la antigua división de los
hombres en clases sociales, según el tipo de trabajo que realizasen. Esto no
quiere decir que el trabajo humano, desde el punto de vista objetivo, no pueda
o no deba ser de algún modo valorizado y cualificado. Quiere decir solamente
que el primer fundamento del valor del
trabajo es el hombre mismo, su sujeto. A esto va unida inmediatamente una consecuencia
muy importante de naturaleza ética: es cierto que el hombre está destinado y
llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está «en función del hombre» y
no el hombre «en función del trabajo». Con esta conclusión se llega justamente
a reconocer la preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el
significado objetivo. Dado este modo de entender, y suponiendo que algunos
trabajos realizados por los hombres puedan tener un valor objetivo más o menos
grande, sin embargo queremos poner en evidencia que cada uno de ellos se mide
sobre todo con el metro de la dignidad
del sujeto mismo del trabajo, o sea de la persona, del hombre que lo realiza. A su vez, independientemente del trabajo que
cada hombre realiza, y suponiendo que ello constituya una finalidad —a veces
muy exigente— de su obrar, esta finalidad no posee un significado definitivo
por sí mismo. De hecho, en fin de cuentas, la
finalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre —aunque
fuera el trabajo «más corriente», más monótono en la escala del modo común de
valorar, e incluso el que más margina— permanece siempre el hombre mismo.
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