9. Trabajo - dignidad
de la persona
Continuando
todavía en la perspectiva del hombre como sujeto del trabajo, nos conviene
tocar, al menos sintéticamente, algunos problemas que definen con mayor aproximación la dignidad del trabajo humano, ya
que permiten distinguir más plenamente su específico valor moral. Hay que hacer
esto, teniendo siempre presente la vocación bíblica a «dominar la
tierra»,14 en la que se ha expresado la voluntad del Creador, para que
el trabajo ofreciera al hombre la posibilidad de alcanzar el «dominio» que le
es propio en el mundo visible.
La
intención fundamental y primordial de Dios respecto del hombre, que Él «creó...
a su semejanza, a su imagen»,15 no ha sido revocada ni anulada ni
siquiera cuando el hombre, después de haber roto la alianza original con Dios,
oyó las palabras: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan»,16 Estas
palabras se refieren a la fatiga a veces
pesada, que desde entonces acompaña al trabajo humano; pero no cambian el
hecho de que éste es el camino por el que el hombre realiza el «dominio», que le es propio sobre el mundo visible
«sometiendo» la tierra. Esta fatiga es un hecho universalmente conocido, porque
es universalmente experimentado. Lo saben los hombres del trabajo manual,
realizado a veces en condiciones excepcionalmente pesadas. La saben no sólo los
agricultores, que consumen largas jornadas en cultivar la tierra, la cual a
veces «produce abrojos y espinas»,17 sino también los mineros en las
minas o en las canteras de piedra, los siderúrgicos junto a sus altos hornos,
los hombres que trabajan en obras de albañilería y en el sector de la
construcción con frecuente peligro de vida o de invalidez. Lo saben a su vez,
los hombres vinculados a la mesa de trabajo intelectual; lo saben los
científicos; lo saben los hombres sobre quienes pesa la gran responsabilidad de
decisiones destinadas a tener una vasta repercusión social. Lo saben los
médicos y los enfermeros, que velan día y noche junto a los enfermos. Lo saben
las mujeres, que a veces sin un adecuado reconocimiento por parte de la
sociedad y de sus mismos familiares, soportan cada día la fatiga y la
responsabilidad de la casa y de la educación de los hijos. Lo saben todos los hombres del trabajo y, puesto que es verdad que
el trabajo es una vocación universal, lo saben todos los hombres.
No
obstante, con toda esta fatiga —y quizás, en un cierto sentido, debido a ella—
el trabajo es un bien del hombre. Si este bien comporta el signo de un «bonum
arduum», según la terminología de Santo Tomás;18 esto no quita que, en
cuanto tal, sea un bien del hombre. Y es no sólo un bien «útil» o «para
disfrutar», sino un bien «digno», es decir, que corresponde a la dignidad del
hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta. Queriendo precisar
mejor el significado ético del trabajo, se debe tener presente ante todo esta
verdad. El trabajo es un bien del hombre —es un bien de su humanidad—, porque
mediante el trabajo el hombre no sólo
transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es
más, en un cierto sentido «se hace más hombre».
Si se
prescinde de esta consideración no se puede comprender el significado de la
virtud de la laboriosidad y más en concreto no se puede comprender por qué la
laboriosidad debería ser una virtud: en efecto, la virtud, como actitud moral,
es aquello por lo que el hombre llega a ser bueno como hombre.19 Este
hecho no cambia para nada nuestra justa preocupación, a fin de que en el
trabajo, mediante el cual la materia es
ennoblecida, el hombre mismo no sufra
mengua en su propia
dignidad.20 Es sabido además, que es posible usar de diversos modos el
trabajo contra el hombre, que se
puede castigar al hombre con el sistema de trabajos forzados en los campos de concentración, que se puede
hacer del trabajo un medio de opresión del hombre, que, en fin, se puede
explotar de diversos modos el trabajo humano, es decir, al hombre del trabajo.
Todo esto da testimonio en favor de la obligación moral de unir la laboriosidad
como virtud con el orden social del
trabajo, que permitirá al hombre «hacerse más hombre» en el trabajo, y no
degradarse a causa del trabajo, perjudicando no sólo sus fuerzas físicas (lo
cual, al menos hasta un cierto punto, es inevitable), sino, sobre todo,
menoscabando su propia dignidad y subjetividad.
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