12. Prioridad del
trabajo
Ante la
realidad actual, en cuya estructura se encuentran profundamente insertos tantos
conflictos, causados por el hombre, y en la que los medios técnicos —fruto del
trabajo humano— juegan un papel primordial (piénsese aquí en la perspectiva de
un cataclismo mundial en la eventualidad de una guerra nuclear con
posibilidades destructoras casi inimaginables) se debe ante todo recordar un
principio enseñado siempre por la Iglesia. Es el principio de la prioridad del «trabajo» frente al «capital». Este
principio se refiere directamente al proceso mismo de producción, respecto al
cual el trabajo es siempre una causa
eficiente primaria, mientras el «capital», siendo el conjunto de los medios
de producción, es sólo un instrumento
o la causa instrumental. Este principio es una verdad evidente, que se deduce
de toda la experiencia histórica del hombre.
Cuando en
el primer capítulo de la Biblia oímos que el hombre debe someter la tierra,
sabemos que estas palabras se refieren a todos los recursos que el mundo
visible encierra en sí, puestos a disposición del hombre. Sin embargo, tales
recursos no pueden servir al hombre si no
es mediante el trabajo. Con el trabajo ha estado siempre vinculado desde el
principio el problema de la propiedad: en efecto, para hacer servir para sí y
para los demás los recursos escondidos en la naturaleza, el hombre tiene como
único medio su trabajo. Y para hacer fructificar estos recursos por medio del
trabajo, el hombre se apropia en pequeñas partes, de las diversas riquezas de
la naturaleza: del subsuelo, del mar, de la tierra, del espacio. De todo esto
se apropia él convirtiéndolo en su puesto de trabajo.
Se lo
apropia por medio del trabajo y para tener un ulterior trabajo. El mismo
principio se aplica a las fases sucesivas de este proceso, en el que la primera fase es siempre la relación del
hombre con los recursos y las riquezas de
la naturaleza. Todo el esfuerzo intelectual, que tiende a descubrir estas
riquezas, a especificar las diversas posibilidades de utilización por parte del
hombre y para el hombre, nos hace ver que todo esto, que en la obra entera de
producción económica procede del hombre, ya sea el trabajo como el conjunto de
los medios de producción y la técnica relacionada con éstos (es decir, la
capacidad de usar estos medios en el trabajo), supone estas riquezas y recursos
del mundo visibile, que el hombre
encuentra, pero no crea. Él los encuentra, en cierto modo, ya dispuestos,
preparados para el descubrimiento intelectual y para la utilización correcta en
el proceso productor. En cada fase del desarrollo de su trabajo, el hombre se
encuentra ante el hecho de la principal donación
por parte de la «naturaleza», y en definitiva por parte del Creador. En el comienzo mismo del
trabajo humano se encuentra el misterio de la creación. Esta afirmación ya
indicada como punto de partida, constituye el hilo conductor de este documento,
y se desarrollará posteriormente en la última parte de las presentes
reflexiones.
La
consideración sucesiva del mismo problema debe confirmarnos en la convicción de
la prioridad del trabajo humano sobre lo
que, en el transcurso del tiempo, se ha solido llamar «capital». En efecto, si en el ámbito de este último concepto
entran, además de los recursos de la naturaleza puestos a disposición del
hombre, también el conjunto de medios, con los cuales el hombre se apropia de
ellos, transformándolos según sus necesidades (y de este modo, en algún
sentido, «humanizándolos»), entonces se debe constatar aquí que el conjunto de medios es fruto del
patrimonio histórico del trabajo humano. Todos los medios de producción,
desde los más primitivos hasta los ultramodernos, han sido elaborados
gradualmente por el hombre: por la experiencia y la inteligencia del hombre. De
este modo, han surgido no sólo los instrumentos más sencillos que sirven para
el cultivo de la tierra, sino también —con un progreso adecuado de la ciencia y
de la técnica— los más modernos y complejos: las máquinas, las fábricas, los
laboratorios y las computadoras. Así, todo
lo que sirve al trabajo, todo lo que constituye —en el estado actual de la
técnica— su «instrumento» cada vez más perfeccionado, es fruto del trabajo.
Este
gigantesco y poderoso instrumento —el conjunto de los medios de producción, que
son considerados, en un cierto sentido, como sinónimo de «capital»— , ha nacido
del trabajo y lleva consigo las señales del trabajo humano. En el presente
grado de avance de la técnica, el hombre, que es el sujeto del trabajo,
queriendo servirse del conjunto de instrumentos modernos, o sea de los medios
de producción, debe antes asimilar a nivel de conocimiento el fruto del trabajo
de los hombres que han descubierto aquellos instrumentos, que los han
programado, construido y perfeccionado, y que siguen haciéndolo. La capacidad de trabajo —es decir, de
participación eficiente en el proceso moderno de producción— exige una preparación cada vez mayor y, ante todo,
unainstrucción adecuada. Está claro
obviamente que cada hombre que participa en el proceso de producción, incluso
en el caso de que realice sólo aquel tipo de trabajo para el cual son
necesarias una instrucción y especialización particulares, es sin embargo en
este proceso de producción el verdadero sujeto eficiente, mientras el conjunto
de los instrumentos, incluso el más perfecto en sí mismo, es sólo y exclusivamente
instrumento subordinado al trabajo del hombre.
Esta
verdad, que pertenece al patrimonio estable de la doctrina de la Iglesia, deber
ser siempre destacada en relación con el problema del sistema de trabajo, y también
de todo el sistema socio-económico. Conviene subrayar y poner de relieve la
primacía del hombre en el proceso de producción, la primacía del hombre respecto de las cosas. Todo lo que está
contenido en el concepto de «capital» —en sentido restringido— es solamente un
conjunto de cosas. El hombre como sujeto del trabajo, e independientemente del
trabajo que realiza, el hombre, él solo, es una persona. Esta verdad contiene
en sí consecuencias importantes y decisivas.
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