21. Dignidad del trabajo
agrícola
Todo cuanto
se ha dicho precedentemente sobre la dignidad del trabajo, sobre la dimensión
objetiva y subjetiva del trabajo del hombre, tiene aplicación directa en el
problema del trabajo agrícola y en la situación del hombre que cultiva la
tierra en el duro trabajo de los campos. En efecto, se trata de un sector muy
amplio del ambiente de trabajo de nuestro planeta, no circunscrito a uno u otro
continente, no limitado a las sociedades que han conseguido ya un determinado
grado de desarrollo y de progreso. El mundo agrícola, que ofrece a la sociedad
los bienes necesarios para su sustento diario, reviste una importancia fundamental. Las condiciones del mundo rural y del
trabajo agrícola no son iguales en todas partes, y es diversa la posición social
de los agricultores en los distintos Países. Esto no depende únicamente del
grado de desarrollo de la técnica agrícola sino también, y quizá más aún, del
reconocimiento de los justos derechos de los trabajadores agrícolas y,
finalmente, del nivel de conciencia respecto a toda la ética social del
trabajo.
El trabajo
del campo conoce no leves dificultades, tales como el esfuerzo físico continuo
y a veces extenuante, la escasa estima en que está considerado socialmente
hasta el punto de crear entre los hombres de la agricultura el sentimiento de
ser socialmente unos marginados, hasta acelerar en ellos el fenómeno de la fuga
masiva del campo a la ciudad y desgraciadamente hacia condiciones de vida
todavía más deshumanizadoras. Se añada a esto la falta de una adecuada
formación profesional y de medios apropiados, un determinado individualismo
sinuoso, y además situaciones
objetivamente injustas. En algunos Países en vía de desarrollo, millones de
hombres se ven obligados a cultivar las tierras de otros y son explotados por
los latifundistas, sin la esperanza de llegar un día a la posesión ni siquiera
de un pedazo mínimo de tierra en propiedad. Faltan formas de tutela legal para
la persona del trabajador agrícola y su familia en caso de vejez, de enfermedad
o de falta de trabajo. Largas jornadas de pesado trabajo físico son pagadas
miserablemente. Tierras cultivables son abandonadas por sus propietarios;
títulos legales para la posesión de un pequeño terreno, cultivado como propio
durante años, no se tienen en cuenta o quedan sin defensa ante el «hambre de
tierra» de individuos o de grupos más poderosos. Pero también en los Países
económicamente desarrollados, donde la investigación científica, las conquistas
tecnológicas o la política del Estado han llevado la agricultura a un nivel muy
avanzado, el derecho al trabajo puede ser lesionado, cuando se niega al
campesino la facultad de participar en las opciones decisorias correspondientes
a sus prestaciones laborales, o cuando se le niega el derecho a la libre asociación
en vista de la justa promoción social, cultural y económica del trabajador
agrícola.
Por
consiguiente, en muchas situaciones son necesarios cambios radicales y urgentes
para volver a dar a la agricultura —y a los hombres del campo— el justo valor como base de una sana economía, en el
conjunto del desarrollo de la comunidad social. Por lo tanto es menester
proclamar y promover la dignidad del trabajo, de todo trabajo, y, en
particular, del trabajo agrícola, en el cual el hombre, de manera tan elocuente,
«somete» la tierra recibida en don por parte de Dios y afirma su «dominio» en
el mundo visible.
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