27. El trabajo humano
a la luz de la cruz y resurrección de Cristo
Existe
todavía otro aspecto del trabajo humano, una dimensión suya esencial, en la que
la espiritualidad fundada sobre el Evangelio penetra profundamente. Todo trabajo —tanto manual como intelectual—
está unido inevitablemente a la fatiga. El
libro del Génesis lo expresa de
manera verdaderamente penetrante, contraponiendo a aquella originaria bendición del trabajo, contenida en el
misterio mismo de la creación, y unida a la elevación del hombre como imagen de
Dios, la maldición, que el pecado ha llevado consigo: «Por ti será
maldita la tierra. Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu
vida»,81 Este dolor unido al trabajo señala el camino de la vida humana
sobre la tierra y constituye el anuncio
de la muerte: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a
la tierra; pues de ella has sido tomado»,82 Casi como un eco de estas
palabras, se expresa el autor de uno de los libros sapienciales: «Entonces miré
todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo
tuve».83 No existe un hombre en la tierra que no pueda hacer suyas
estas palabras.
El
Evangelio pronuncia, en cierto modo, su última palabra, también al respecto, en
el misterio pascual de Jesucristo. Y aquí también es necesario buscar la
respuesta a estos problemas tan importantes para la espiritualidad del trabajo
humano. En el misterio pascual está
contenida la cruz de Cristo, su
obediencia hasta la muerte, que el Apóstol contrapone a aquella desobediencia,
que ha pesado desde el comienzo a lo largo de la historia del hombre en la
tierra.84 Está contenida en él también la elevación de Cristo, el cual mediante la muerte de cruz vuelve a
sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santoen la resurrección.
El sudor y
la fatiga, que el trabajo necesariamente lleva en la condición actual de la humanidad,
ofrecen al cristiano y a cada hombre, que ha sido llamado a seguir a Cristo, la
posibilidad de participar en el amor a la obra que Cristo ha venido a
realizar.85 Esta obra de salvación se ha realizado a través del
sufrimiento y de la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo en unión
con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el
Hijo de Dios en la redención de la humanidad. Se muestra verdadero discípulo de
Jesús llevando a su vez la cruz de cada día86 en la actividad que ha
sido llamado a realizar.
Cristo
«sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a
llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que
buscan la paz y la justicia»; pero, al mismo tiempo, «constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le
ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de
su Espíritu en el corazón del hombre... purificando y robusteciendo también, con
ese deseo, aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter
la tierra a este fin».87
En el
trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y
la acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual Cristo ha aceptado su
cruz por nosotros. En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de
nosotros por la resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de los
«nuevos cielos y otra tierra nueva»,88 los cuales precisamente mediante
la fatiga del trabajo son participados por el hombre y por el mundo. A través
del cansancio y jamás sin él. Esto confirma, por una parte, lo indispensable de
la cruz en la espiritualidad del trabajo humano; pero, por otra parte, se
descubre en esta cruz y fatiga, un bien nuevo que comienza con el mismo
trabajo: con el trabajo entendido en profundidad y bajo todos sus aspectos, y
jamás sin él.
¿No es ya
este nuevo bien —fruto del trabajo
humano— una pequeña parte de aquella «tierra nueva», en la que mora la
justicia?89 ¿En qué relación está ese nuevo bien con la resurrección de Cristo, si es verdad que
la múltiple fatiga del trabajo del hombre es una pequeña parte de la cruz de
Cristo? También a esta pregunta intenta responder el Concilio, tomando la luz
de las mismas fuentes de la Palabra revelada: «Se nos advierte que de nada le
sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo (cfr. Lc 9, 25). No obstante la espera de una
tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de
perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el
cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello,
aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del
reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar
mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».90
Hemos intentado,
en estas reflexiones dedicadas al trabajo humano, resaltar todo lo que parecía
indispensable, dado que a través de él deben multiplicarse sobre la tierra no
sólo «los frutos de nuestro esfuerzo», sino además «la dignidad humana, la
unión fraterna, y la libertad».91 El cristiano que está en actitud de
escucha de la palabra del Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa qué
puesto ocupa su trabajo no sólo en el progreso
terreno, sino también en el
desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del
Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio.
Al
finalizar estas reflexiones, me es grato impartir de corazón a vosotros,
venerados Hermanos, Hijos a Hijas amadísimos, la propiciadora Bendición
Apostólica.
Este documento,
que había preparado para que fuese publicado el día 15 de mayo pasado, con
ocasión del 90 aniversario de la Encíclica Rerum
Novarum, he podido revisarlo definitivamente sólo después de mi permanencia
en el hospital.
Dado en Castelgandolfo, el 14 de septiembre,
fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1981, tercero de mi
Pontificado.
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