9. Dimensión divina del misterio de la Redención
Al reflexionar nuevamente sobre este texto
maravilloso del Magisterio conciliar, no olvidamos ni por un momento que
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, se ha convertido en nuestra reconciliación ante
el Padre.48 Precisamente Él, solamente Él ha dado satisfacción al amor
eterno del Padre, a la paternidad que desde el principio se manifestó en la
creación del mundo, en la donación al hombre de toda la riqueza de la creación,
en hacerlo «poco menor que Dios»,49 en cuanto creado «a imagen y
semejanza de Dios»;50 e igualmente ha dado satisfacción a la paternidad
de Dios y al amor, en cierto modo rechazado por el hombre con la ruptura de la
primera Alianza51 y de las posteriores que Dios «ha ofrecido en
diversas ocasiones a los hombres».52 La redención del mundo —ese
misterio tremendo del amor, en el que la creación es renovada53— es en
su raíz más profunda «la plenitud de la justicia en un Corazón humano: en el
Corazón del Hijo Primogénito, para que pueda hacerse justicia de los corazones
de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo Primogénito, han sido
predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios54 y llamados a la
gracia, llamados al amor. La Cruz sobre el Calvario, por medio de la cual
Jesucristo —Hombre, Hijo de María Virgen, hijo putativo de José de Nazaret—
«deja» este mundo, es al mismo tiempo una nueva manifestación de la eterna
paternidad de Dios, el cual se acerca de nuevo en Él a la humanidad, a todo
hombre, dándole el tres veces santo «Espíritu de verdad».55
Con esta revelación del Padre y con la efusión
del Espíritu Santo, que marcan un sello imborrable en el misterio de la
Redención, se explica el sentido de la cruz y de la muerte de Cristo. El Dios
de la creación se revela como Dios de la redención, como Dios que es fiel a sí
mismo,56 fiel a su amor al hombre y al mundo, ya revelado el día de la
creación. El suyo es amor que no retrocede ante nada de lo que en él mismo
exige la justicia. Y por esto al Hijo «a quien no conoció el pecado le hizo
pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios».57 Si
«trató como pecado» a Aquel que estaba absolutamente sin pecado alguno, lo hizo
para revelar el amor que es siempre más grande que todo lo creado, el amor que
es Él mismo, porque «Dios es amor».58 Y sobre todo el amor es más
grande que el pecado, que la debilidad, que la «vanidad de la
creación»,59 más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a
aliviar y a perdonar, siempre dispuesto a ir al encuentro con el hijo
pródigo,60 siempre a la búsqueda de la «manifestación de los hijos de
Dios»,61 que están llamados a la gloria.62 Esta revelación del
amor es definida también misericordia,63 y tal revelación del amor y de
la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama
Jesucristo.
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