10. Dimensión humana del misterio de la Redención
El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece
para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se
le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo
hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo
Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo
hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de
la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la
dignidad y el valor propios de su humanidad. En el misterio de la Redención el
hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Él es creado de
nuevo! «Ya no es judío ni griego: ya no es esclavo ni libre; no es ni hombre ni
mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús».64 El hombre que
quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y
medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso
aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y
pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por
decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la
realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se
actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a
Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo. ¡Qué valor debe tener el
hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande
Redentor»,65 si «Dios ha dado a su Hijo», a fin de que él, el hombre,
«no muera sino que tenga la vida eterna»!66
En realidad, ese profundo estupor respecto al
valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se
llama también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la Iglesia en
el mundo, incluso, y quizá aún más, «en el mundo contemporáneo». Este estupor y
al mismo tiempo persuasión y certeza que en su raíz profunda es la certeza de
la fe, pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del
humanismo auténtico, está estrechamente vinculado con Cristo. Él determina
también su puesto, su —por así decirlo— particular derecho de ciudadanía en la
historia del hombre y de la humanidad. La Iglesia que no cesa de contemplar el
conjunto del misterio de Cristo, sabe con toda la certeza de la fe que la Redención
llevada a cabo por medio de la Cruz, ha vuelto a dar definitivamente al hombre
la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo, sentido que había
perdido en gran medida a causa del pecado. Por esta razón la Redención se ha
cumplido en el misterio pascual que a través de la cruz y la muerte conduce a
la resurrección.
El cometido fundamental de la Iglesia en todas
las épocas y particularmente en la nuestra es dirigir la mirada del hombre,
orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio
de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la profundidad
de la Redención, que se realiza en Cristo Jesús. Contemporáneamente, se toca
también la más profunda obra del hombre, la esfera —queremos decir— de los
corazones humanos, de las conciencias humanas y de las vicisitudes humanas.
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