3. EL sentido del Año Mariano
48. Precisamente el vínculo especial de la
humanidad con esta Madre me ha movido a proclamar en la Iglesia, en el período que
precede a la conclusión del segundo Milenio del nacimiento de Cristo, un Año
Mariano. Una iniciativa similar tuvo lugar ya en el pasado, cuando Pío XII
proclamó el 1954 como Año Mariano, con el fin de resaltar la santidad
excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Inmaculada
Concepción (definida exactamente un siglo antes) y de su Asunción a los
cielos.141
Ahora, siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, deseo
poner de relieve la especial presencia de
la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia. Esta es, en efecto,
una dimensión fundamental que brota de la mariología del Concilio, de cuya
clausura nos separan ya más de veinte años. El Sínodo extraordinario de los
Obispos, que se ha realizado el año 1985, ha exhortado a todos a seguir
fielmente el magisterio y las indicaciones del Concilio. Se puede decir que en
ellos —Concilio y Sínodo— está contenido lo que el mismo Espíritu Santo desea «
decir a la Iglesia » en la presente fase de la historia.
En este contexto, el Año Mariano deberá promover también una
nueva y profunda lectura de cuanto el Concilio ha dicho sobre la Bienaventurada
Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia, a la que
se refieren las consideraciones de esta Encíclica. Se trata aquí no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la
auténtica « espiritualidad mariana », considerada a la luz de la Tradición y,
de modo especial, de la espiritualidad a la que nos exhorta el Concilio.142
Además, la espiritualidad mariana, a
la par de la devoción correspondiente,
encuentra una fuente riquísima en la experiencia histórica de las personas y de
las diversas comunidades cristianas, que viven entre los distintos pueblos y
naciones de la tierra. A este propósito, me es grato recordar, entre tantos
testigos y maestros de la espiritualidad mariana, la figura de san Luis María
Grignion de Montfort, el cual proponía a los cristianos la consagración a
Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso
del bautismo.143 Observo complacido cómo en nuestros días no faltan
tampoco nuevas manifestaciones de esta espiritualidad y devoción.
49.
Este Año comenzará en la solemnidad de Pentecostés, el 7 de junio próximo. Se
trata, pues, de recordar no sólo que María « ha precedido » la entrada de
Cristo Señor en la historia de la humanidad, sino de subrayar además, a la luz
de María, que desde el cumplimiento del misterio de la Encarnación la historia
de la humanidad ha entrado en la « plenitud de los tiempos » y que la Iglesia
es el signo de esta plenitud. Como Pueblo de Dios, la Iglesia realiza su
peregrinación hacia la eternidad mediante la fe, en medio de todos los pueblos
y naciones, desde el día de Pentecostés. La
Madre de Cristo, que estuvo presente en el comienzo del « tiempo de la
Iglesia », cuando a la espera del Espíritu Santo rezaba asiduamente con los
apóstoles y los discípulos de su Hijo, « precede » constantemente a la Iglesia
en este camino suyo a través de la
historia de la humanidad. María es también la que, precisamente como esclava
del Señor, coopera sin cesar en la obra de la salvación llevada a cabo por
Cristo, su Hijo.
Así, mediante este Año Mariano, la Iglesia es llamada no sólo a recordar todo lo que en su pasado
testimonia la especial y materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de
la salvación en Cristo Señor, sino además a
preparar, por su parte, cara al futuro las vías de esta cooperación, ya que
el final del segundo Milenio cristiano abre como una nueva perspectiva.
50. Como ya ha sido recordado, también
entre los hermanos separados muchos honran y celebran a la Madre del Señor, de
modo especial los Orientales. Es una luz mariana proyectada sobre el ecumenismo.
De modo particular, deseo recordar todavía que, durante el Año Mariano, se
celebrará el Milenio del bautismo de
San Vladimiro, Gran Príncipe de Kiev (a. 988), que dio comienzo al cristianismo
en los territorios de la Rus' de entonces y, a continuación, en otros
territorios de Europa Oriental; y que por este camino, mediante la obra de
evangelización, el cristianismo se extendió también más allá de Europa, hasta
los territorios septentrionales del continente asiático. Por lo tanto,
queremos, especialmente a lo largo de este Año, unirnos en plegaria con cuantos
celebran el Milenio de este bautismo, ortodoxos y católicos, renovando y
confirmando con el Concilio aquellos sentimientos de gozo y de consolación
porque « los orientales ... corren parejos con nosotros por su impulso
fervoroso y ánimo en el culto de la Virgen Madre de Dios ».144 Aunque
experimentamos todavía los dolorosos efectos de la separación, acaecida algunas
décadas más tarde (a. 1054), podemos decir que ante la Madre de Cristo nos sentimos verdaderos hermanos y hermanas en
el ámbito de aquel pueblo mesiánico, llamado a ser una única familia de Dios en
la tierra, como anunciaba ya al comienzo del Año Nuevo: « Deseamos confirmar
esta herencia universal de todos los hijos y las hijas de la tierra
».145
Al anunciar el año de María, precisaba además que su
clausura se realizará el año próximo en la solemnidad
de la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos, para resaltar así « la
señal grandiosa en el cielo », de la que habla el Apocalipsis. De este modo queremos cumplir también la
exhortación del Concilio, que mira a María como a un « signo de esperanza
segura y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante ». Esta exhortación la
expresa el Concilio con las siguientes palabras: « Ofrezcan los fieles súplicas
insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que
estuvo presente en las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también,
ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la
comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de
todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano como los que
aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un
solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad
».146
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