El envío « hasta los
confines de la tierra » (Act1, 8)
22.
Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los
Apóstoles, concluyen con el mandato misional: « Me ha sido dado todo poder en
el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Sabed
que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 18-20; cf. Mc 16, 15-18; Lc 24,
46-49; Jn 20, 21-23).
Este envío
es envío en el Espíritu, como aparece
claramente en el texto de san Juan: Cristo envía a los suyos al mundo, al igual
que el Padre le ha enviado a él y por esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas
relaciona estrictamente el testimonio que los Apóstoles deberán dar de Cristo
con la acción del Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato
recibido.
23.
Las diversas formas del « mandato misionero » tienen puntos comunes y también
acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas
las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los
Apóstoles: « A todas las gentes » (Mt 28,
19); « por todo el mundo ... a toda la creación » (Mc 16, 15); « a todas las
naciones » (Act 1, 8). En segundo lugar, la certeza dada
por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la
fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el
poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: « Ellos salieron a predicar por
todas partes, colaborando el Señor con ellos » (Mc 16, 20).
En cuanto a
las diferencias de acentuación en el mandato, Marcos presenta la misión como
proclamación o Kerigma: « Proclaman
la Buena Nueva » (Mc 16, 15). Objetivo
del evangelista es guiar a sus lectores a repetir la confesión de Pedro: « Tú
eres el Cristo » (Mc 8, 29) y proclamar, como el Centurión
romano delante de Jesús muerto en la cruz: « Verdaderamente este hombre era
Hijo de Dios » (Mc 15, 39). En Mateo
el acento misional está puesto en la fundación de la Iglesia y en su enseñanza
(cf. Mt 28, 19-20; 16, 18). En él,
pues, este mandato pone de relieve que la proclamación del Evangelio debe ser
completada por una específica catequesis de orden eclesial y sacramental. En
Lucas, la misión se presenta como testimonio (cf. Lc 24, 48; Act 1, 8),
cuyo objeto ante todo es la resurrección (cf. Act 1, 22). El misionero
es invitado a creer en la fuerza transformadora del Evangelio y a anunciar lo
que tan bien describe Lucas, a saber, la conversión al amor y a la misericordia
de Dios, la experiencia de una liberación total hasta la raíz de todo mal, el
pecado.
Juan es el
único que habla explícitamente de « mandato » —palabra que equivale a « misión
»— relacionando directamente la misión que Jesús confía a sus discípulos con la
que él mismo ha recibido del Padre: « Como el Padre me envió, también yo os
envío » (Jn 20, 21). Jesús dice,
dirigiéndose al Padre: « Como tú me has enviado al mundo, yo también los he
enviado al mundo » (Jn 17, 18). Todo
el sentido misionero del Evangelio de Juan está expresado en la « oración
sacerdotal »: « Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y al que tu has enviado Jesucristo » (Jn 17, 3). Fin último de la misión es hacer participes de la
comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la
unidad entre sí , permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo
conozca y crea (cf. Jn 17, 21-23). Es
éste un significativo texto misionero que nos hace entender que se es misionero
ante todo por lo que se es, en cuanto
Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace.
Por tanto,
los cuatro evangelios, en la unidad fundamental de la misma misión, testimonian
un cierto pluralismo que refleja experiencias y situaciones diversas de las
primeras comunidades cristianas; este pluralismo es también fruto del empuje
dinámico del mismo Espíritu; invita a estar atentos a los diversos carismas
misioneros y a las distintas condiciones ambientales y humanas. Sin embargo,
todos los evangelistas subrayan que la misión de los discípulos es colaboración
con la de Cristo: « Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo » (Mt 28, 20) La misión,
por consiguiente , no se basa en las capacidades humanas, sino en el poder del
Resucitado.
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