El Espíritu hace
misionera a toda la Iglesia
26.
El Espíritu mueve al grupo de los creyentes a « hacer comunidad », a ser
Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro, el día de Pentecostés, y las
conversiones que se dieron a continuación, se forma la primera comunidad (cf. Act 2, 42-47; 4, 32-35).
En efecto,
uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha
del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir «
la comunión fraterna » (koinonía) significa tener « un solo corazón y una sola
alma » (Act 4, 32), instaurando una
comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y material. De hecho, la
verdadera comunidad cristiana, se compromete también a distribuir los bienes
terrenos para que no haya indigentes y todos puedan tener acceso a los bienes «
según su necesidad » (Act 2, 45; 4,
35). Las primeras comunidades, en las que reinaba « la alegría y sencillez de
corazón » (Act 2, 46) eran
dinámicamente abiertas y misioneras y « gozaban de la simpatía de todo el
pueblo » (Act 2, 47). Aun antes de
ser acción, la misión es testimonio e irradiación.34
27.
Los Hechos indican que la misión,
dirigida primero a Israel y luego a las gentes, se desarrolla a muchos niveles.
Ante todo, existe el grupo de los Doce que, como un único cuerpo guiado por
Pedro, proclama la Buena Nueva. Está luego la comunidad de los creyentes que,
con su modo de vivir y actuar, da testimonio del Señor y convierte a los paganos
(cf. Act 2, 46-47). Están también los
enviados especiales, destinados a anunciar el Evangelio. Y así, la comunidad
cristiana de Antioquía envía sus miembros a misionar: después de haber ayunado,
rezado y celebrado la Eucaristía, esta comunidad percibe que el Espíritu Santo
ha elegido a Pablo y Bernabé para ser enviados (cf. Act 13, 1-4). En sus orígenes, por tanto, la misión es considerada
como un compromiso comunitario y una responsabilidad de la Iglesia local, que
tiene necesidad precisamente de « misioneros » para lanzarse hacia nuevas
fronteras. Junto a aquellos enviados había otros que atestiguaban
espontáneamente la novedad que había transformado sus vidas y luego ponían en
conexión las comunidades en formación con la Iglesia apostólica.
La lectura
de los Hechos nos hace entender que,
al comienzo de la Iglesia, la misión ad
gentes, aun contando ya con misioneros « de por vida », entregados a ella
por una vocación especial, de hecho era considerada como un fruto normal de la
vida cristiana, un compromiso para todo creyente mediante el testimonio
personal y el anuncio explícito, cuando era posible.
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