El Espíritu está
presente operante en todo tiempo y lugar
28.
El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros;
sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de
espacio ni de tiempo.35 El Concilio Vaticano II recuerda la acción del
Espíritu en el corazón del hombre, mediante las « semillas de la Palabra »,
incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana
encaminados a la verdad, al bien y a Dios.36
El Espíritu
ofrece al hombre « su luz y su fuerza ... a fin de que pueda responder a su
máxima vocación »; mediante el Espíritu « el hombre llega por la fe a
contemplar y saborear el misterio del plan divino »; más aún, « debemos creer
que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que
sólo Dios conoce, se asocien a este misterio pascual ».37 En todo caso,
la Iglesia « sabe también que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de
Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso » y «
siempre deseará ... saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su
acción y de su muerte ».38 El Espíritu, pues, está en el origen mismo
de la pregunta existencial y religiosa del hombre, la cual surge no sólo de
situaciones contingentes, sino de la estructura misma de su ser.39
La
presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos,
sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a
las religiones. En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles
ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino; « con admirable
providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra
».40 Cristo resucitado « obra ya por la virtud de su Espíritu en el
corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino
también, por eso mismo, alentando, purificando y corroborando los generosos
propósitos con que la familia humana intenta hacer más llevadera su vida y
someter la tierra a este fin ».41 Es también el Espíritu quien esparce
« las semillas de la Palabra » presentes en los ritos y culturas, y los prepara
para su madurez en Cristo.42
29.
Así el Espíritu que « sopla donde quiere » (Jn
3, 8) y « obraba ya en el mundo aun antes de que Cristo fuera glorificado
»,43 que « llena el mundo y todo lo mantiene unido, que sabe todo
cuanto se habla » (Sab 1, 7), nos
lleva a abrir más nuestra mirada para considerar su acción presente en todo
tiempo y lugar.44 Es una llamada que yo mismo he hecho repetidamente y
que me ha guiado en mis encuentros con los pueblos más diversos. La relación de
la Iglesia con las demás religiones está guiada por un doble respeto: « Respeto
por el hombre en su búsqueda de respuesta a las preguntas más profundas de la
vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre ».45 El
encuentro interreligioso de Asís, excluida toda interpretación equívoca, ha
querido reafirmar mi convicción de que « toda auténtica plegaria está movida
por el Espíritu Santo, que está presente misteriosamente en el corazón de cada
persona.46
Este
Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida,
muerte y resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia. No es, por
consiguiente, algo alternativo a Cristo, ni viene a llenar una especie de
vacío, como a veces se da por hipótesis que exista entre Cristo y el Logos.
Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos,
así como en las culturas y religiones tiene un papel de preparación
evangélica,47 y no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado
por obra del Espíritu, « para que, hombre perfecto, salvara a todos y
recapitulara todas las cosas ».48
La acción
universal del Espíritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acción que
despliega en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En efecto, es siempre el
Espíritu quien actúa, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar
a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y
pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante
el diálogo. Toda clase de presencia del Espíritu ha de ser acogida con estima y
gratitud; pero el discernirla compete a la Iglesia, a la cual Cristo ha dado su
Espíritu para guiarla hasta la verdad completa (cf. Jn 16, 13).
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