A todos los pueblos,
no obstante las dificultades
35.
La misión ad gentes tiene ante sí una
tarea inmensa que de ningún modo está en vías de extinción. Al contrario, bien
sea bajo el punto de vista numérico por el aumento demográfico, o bien bajo el
punto de vista sociocultural por el surgir de nuevas relaciones, comunicaciones
y cambios de situaciones, parece destinada hacia horizontes todavía más
amplios. La tarea de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos se presenta
inmensa y desproporcionada respecto a las fuerzas humanas de la Iglesia.
Las dificultades parecen insuperables y podrían desanimar, si se
tratara de una obra meramente humana. En algunos países está prohibida la
entrada de misioneros; en otros, está prohibida no sólo la evangelización, sino
también la conversión e incluso el culto cristiano. En otros lugares los
obstáculos son de tipo cultural: la transmisión del mensaje evangélico resulta
insignificante o incomprensible, y la conversión está considerada como un
abandono del propio pueblo y cultura.
36.
No faltan tampoco dificultades internas al
Pueblo de Dios, las cuales son ciertamente las más dolorosas. Mi predecesor
Pablo VI señalaba, en primer lugar, « la falta de fervor, tanto más grave
cuanto que viene de dentro. Dicha falta de fervor se manifiesta en la fatiga y
desilusión, en la acomodación al ambiente y en el desinterés, y sobre todo en
la falta de alegría y de esperanza ».56 Grandes obstáculos para la
actividad misionera de la Iglesia son también las divisiones pasadas y
presentes entre los cristianos,57 la descristianización de países
cristianos, la disminución de las vocaciones al apostolado, los antitestimonios
de fieles que en su vida no siguen el ejemplo de Cristo. Pero una de las
razones más graves del escaso interés por el compromiso misionero es la
mentalidad indiferentista, ampliamente difundida, por desgracia, incluso entre
los cristianos, enraizada a menudo en concepciones teológicas no correctas y
marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que « una religión
vale la otra ». Podemos añadir —como decía el mismo Pontífice— que no faltan
tampoco « pretextos que parecen oponerse a la evangelización. Los más
insidiosos son ciertamente aquellos para cuya justificación se quieren emplear
ciertas enseñanzas del Concilio ».58
A este
respecto, recomiendo vivamente a los teólogos y a los profesionales de la
prensa cristiana que intensifiquen su propio servicio a la misión, para
encontrar el sentido profundo de su importante labor, siguiendo la recta vía
del sentire cum Ecclesia.
Las
dificultades internas y externas no deben hacernos pesimistas o inactivos. Lo
que cuenta —aquí como en todo sector de la vida cristiana— es la confianza que
brota de la fe, o sea, de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas
de la misión , sino Jesucristo y su Espíritu. Nosotros únicamente somos
colaboradores y, cuando hayamos hecho todo lo que hemos podido, debemos decir:
« Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que debíamos hacer » (Lc 17, 10).
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