Ámbitos de la misión «
ad gentes »
37. La misión ad gentes en virtud del mandato universal de Cristo no conoce
confines. Sin embargo, se
pueden delinear varios ámbitos en los que se realiza, de modo que se pueda
tener una visión real de la situación.
a) Ámbitos territoriales.
La
actividad misionera ha sido definida normalmente en relación con territorios
concretos. El Concilio Vaticano II ha reconocido la dimensión territorial de la
misión ad gentes,59 que
también hoy es importante, en orden a determinar responsabilidades,
competencias y límites geográficos de acción. Es verdad que a una misión
universal debe corresponder una perspectiva universal. En efecto, la Iglesia no
puede aceptar que límites geográficos o dificultades de índole política sean
obstáculo para su presencia misionera. Pero también es verdad que la actividad
misionera ad gentes, al ser diferente
de la atención pastoral a los fieles y de la nueva evangelización de los no
practicantes, se ejerce en territorios y entre grupos humanos bien definidos.
El
multiplicarse de las jóvenes Iglesias en tiempos recientes no debe crear
ilusiones. En los territorios confiados a estas Iglesias, especialmente en
Asia, pero también en África, América Latina y Oceanía, hay vastas zonas sin
evangelizar; a pueblos enteros y áreas culturales de gran importancia en no
pocas naciones no ha llegado aún el anuncio evangélico y la presencia de la
Iglesia local.60 Incluso en países tradicionalmente cristianos hay
regiones confiadas al régimen especial de la misión ad gentes grupos y áreas no evangelizadas. Se impone pues, incluso
en estos países, no sólo una nueva evangelización sino también, en algunos
casos, una primera evangelización.61
Las
situaciones, con todo, no son homogéneas. Aun reconociendo que las afirmaciones
sobre la responsabilidad misionera de la Iglesia no son creíbles, si no están
respaldadas por un serio esfuerzo de nueva evangelización en los países de
antigua cristiandad, no parece justo equiparar la situación de un pueblo que no
ha conocido nunca a Jesucristo con la de otro que lo ha conocido, lo ha
aceptado y después lo ha rechazado, aunque haya seguido viviendo en una cultura
que ha asimilado en gran parte los principios y valores evangélicos. Con
respecto a la fe, son dos situaciones sustancialmente distintas. De ahí que, el
criterio geográfico, aunque no muy preciso y siempre provisional, sigue siendo
válido todavía para indicar las fronteras hacia las que debe dirigirse la
actividad misionera. Hay países, áreas geográficas y culturales en que faltan
comunidades cristianas autóctonas; en otros lugares éstas son tan pequeñas, que
no son un signo claro de la presencia cristiana; o bien estas comunidades
carecen de dinamismo para evangelizar su sociedad o pertenecen a poblaciones
minoritarias, no insertadas en la cultura nacional dominante. En el Continente
asiático, en particular, hacia el que debería orientarse principalmente la
misión ad gentes, los cristianos son
una pequeña minoría, por más que a veces se den movimientos significativos de
conversión y modos ejemplares de presencia cristiana.
b) Mundos y fenómenos sociales nuevos.
Las rápidas
y profundas transformaciones que caracterizan el mundo actual, en particular el
Sur, influyen grandemente en el campo misionero: donde antes existían
situaciones humanas y sociales estables, hoy día todo está cambiado. Piénsese,
por ejemplo, en la urbanización y en el incremento masivo de las ciudades,
sobre todo donde es más fuerte la presión demográfica. Ahora mismo, en no pocos
países, más de la mitad de la población vive en algunas megalópolis, donde los
problemas humanos a menudo se agravan incluso por el anonimato en que se ven
sumergidas las masas humanas.
En los
tiempos modernos la actividad misionera se ha desarrollado sobre todo en
regiones aisladas, distantes de los centros civilizados e inaccesibles por la
dificultades de comunicación, de lengua y de clima. Hoy la imagen de la misión ad gentes quizá está cambiando: lugares
privilegiados deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas costumbres
y modelos de vida, nuevas formas de cultura, que luego influyen sobre la
población. Es verdad que la « opción por los últimos » debe llevar a no olvidar
los grupos humanos más marginados y aislados, pero también es verdad que no se
pueden evangelizar las personas o los pequeños grupos descuidando, por así
decir, los centros donde nace una humanidad nueva con nuevos modelos de
desarrollo. El futuro de las jóvenes naciones se está formando en las ciudades.
Hablando
del futuro no se puede olvidar a los jóvenes, que en numerosos países
representan ya más de la mitad de la población. ¿Cómo hacer llegar el mensaje
de Cristo a los jóvenes no cristianos, que son el futuro de Continentes
enteros? Evidentemente ya no bastan los medios ordinarios de la pastoral; hacen
falta asociaciones e instituciones, grupos y centros apropiados, iniciativas
culturales y sociales para los jóvenes. He ahí un campo en el que los
movimientos eclesiales modernos tienen amplio espacio para trabajar con empeño.
Entre los
grandes cambios del mundo contemporáneo, las migraciones han producido un
fenómeno nuevo: los no cristianos llegan en gran número a los países de antigua
cristiandad, creando nuevas ocasiones de comunicación e intercambios
culturales, lo cual exige a la Iglesia la acogida, el diálogo, la ayuda y, en
una palabra, la fraternidad. Entre los emigrantes, los refugiados ocupan un
lugar destacado y merecen la máxima atención. Estos son ya muchos millones en
el mundo y no cesan de aumentar; han huido de condiciones de opresión política y
de miseria inhumana, de carestías y sequías de dimensiones catastróficas. La
Iglesia debe acogerlos en el ámbito de su solicitud apostólica.
Finalmente,
se deben recordar las situaciones de pobreza, a menudo intolerable, que se dan
en no pocos países y que, con frecuencia, son el origen de las migraciones de
masa. La comunidad de los creyentes en Cristo se ve interpelada por estas
situaciones inhumanas: el anuncio de Cristo y del Reino de Dios debe llegar a
ser instrumento de rescate humano para estas poblaciones.
c) Áreas culturales o areópagos modernos.
Pablo,
después de haber predicado en numerosos lugares, una vez llegado a Atenas se
dirige al areópago donde anuncia el Evangelio usando un lenguaje adecuado y
comprensible en aquel ambiente (cf. Act 17,
22-31). El areópago representaba entonces el centro de la cultura del docto
pueblo ateniense, y hoy puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes
donde debe proclamarse el Evangelio.
El primer
areópago del tiempo moderno es el mundo
de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola
—como suele decirse— en una « aldea global ». Los medios de comunicación social
han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento
informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos
individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo,
crecen en un mundo condicionado por estos medios. Quizás se ha descuidado un
poco este areópago: generalmente se privilegian otros instrumentos para el
anuncio evangélico y para la formación cristiana, mientras los medios de
comunicación social se dejan a la iniciativa de individuos o de pequeños
grupos, y entran en la programación pastoral sólo a nivel secundario. El
trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de
multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la
evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo.
No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de
la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta « nueva cultura
» creada por la comunicación moderna. Es un problema complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los
contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos
lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos sicológicos. Mi
predecesor Pablo VI decía que: « la ruptura entre Evangelio y cultura es sin
duda alguna el drama de nuestro tiempo »;62 y el campo de la
comunicación actual confirma plenamente este juicio.
Existen otros muchos areópagos del mundo moderno hacia los
cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el
desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los
pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño;
la salvaguardia de la creación, son otros tantos sectores que han de ser
iluminados con la luz del Evangelio.
Hay que recordar,
además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de
las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos
proyectos de vida. Conviene estar atentos y comprometidos con estas instancias
modernas. Los hombres se sienten como navegantes en el mar tempestuoso de la
vida, llamados siempre a una mayor unidad y solidaridad: las soluciones a los
problemas existenciales deben ser estudiadas, discutidas y experimentadas con
la colaboración de todos. Por esto los organismos y encuentros internacionales
se demuestran cada vez más importantes en muchos sectores de la vida humana,
desde la cultura a la política, desde la economía a la investigación. Los
cristianos, que viven y trabajan en esta dimensión internacional, deben
recordar siempre su deber de dar testimonio del Evangelio.
38. Nuestro tiempo es dramático y al mismo
tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir
detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el
materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de
sentido, la necesidad de interioridad , el deseo de aprender nuevas formas y
modos de concentración y de oración. No sólo en las culturas impregnadas de
religiosidad, sino también en las sociedades secularizadas, se busca la
dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este
fenómeno así llamado del « retorno religioso » no carece de ambigüedad, pero
también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual
para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama « el Camino, la Verdad
y la Vida » (Jn 14, 6).Es la vía
cristiana para el encuentro con Dios, para la oración, la ascesis, el
descubrimiento del sentido de la vida. También éste es un areópago que hay que evangelizar.
|