La primera forma de evangelización es el testimonio
42.
El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros;69
cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en
las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e
insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores,
es el « Testigo » por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio
cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio
que él da de Cristo (cf. Jn 15,
26-27).
La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la
comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El
misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez
según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades
trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino
Maestro, pueden y deben dar este testimonio,70 que en muchos casos es
el único modo posible de ser misioneros.
El testimonio
evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las
personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que
sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan
profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas
precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por
la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un
testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está
ordenado al desarrollo integral del hombre.71
43. EL cristiano y las comunidades cristianas
viven profundamente insertados en la vida de sus pueblos respectivos y son
signo del Evangelio incluso por la fidelidad a su patria, a su pueblo, a la
cultura nacional, pero siempre con la libertad que Cristo ha traído. El
cristianismo está abierto a la fraternidad universal, porque todos los hombres
son hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo.
La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo,
asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder
político o económico; no buscando la gloria o bienes materiales; usando sus
bienes para el servicio de los más pobres e imitando la sencillez de vida de
Cristo. La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad,
ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de
conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios
comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo.
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