Formación de Iglesias
locales
48.
La conversión y el bautismo introducen en la Iglesia, donde ya existe, o
requieren la constitución de nuevas comunidades que confiesen a Jesús Salvador
y Señor. Esto forma parte del designio de Dios, al cual plugo « llamar a los
hombres a participar de su vida no sólo individualmente, sin mutua conexión
alguna entre ellos, sino constituirlos en un pueblo en el que sus hijos, que
estaban dispersos, se congreguen en unidad ».78
La misión ad gentes tiene
este objetivo: fundar comunidades cristianas, hacer crecer las Iglesias hasta
su completa madurez. Esta es una meta central y específica de la actividad
misionera, hasta el punto de que ésta no puede considerarse desarrollada,
mientras no consiga edificar una nueva Iglesia particular, que funcione
normalmente en el ambiente local. De esto habla ampliamente el Decreto Ad gentes.79 Después del
Concilio se ha ido desarrollando una línea teológica para subrayar que todo el
misterio de la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de
que ésta no se aísle, sino que permanezca en comunión con la Iglesia universal
y, a su vez, se haga misionera. Se trata de un trabajo considerable y largo,
del cual es difícil indicar las etapas precisas, con las que se termina la
acción propiamente misionera y se pasa a la actividad pastoral. No obstante,
algunos puntos deben quedar claros.
49. Es necesario, ante todo, tratar de
establecer en cada lugar comunidades cristianas que sean un « exponente de la
presencia de Dios en el mundo » 80 y crezcan hasta llegar a ser
Iglesias. A pesar del gran número de diócesis, existen todavía grandes áreas en
que las Iglesias locales o no existen en absoluto o son insuficientes con respecto
a la extensión del territorio y a la densidad y variedad de la población; queda
por realizar un gran trabajo de implantación y desarrollo de la Iglesia. Esta
fase de la historia eclesial, llamada plantatio
Ecclesiae, no está terminada; es más, en muchos agrupamientos humanos debe
empezar aún.
La responsabilidad de este cometido recae sobre la Iglesia
universal y sobre las Iglesias particulares, sobre el pueblo de Dios entero y
sobre todas las fuerzas misioneras. Cada Iglesia, incluso la formada por neoconvertidos,
es misionera por naturaleza, es evangelizada y evangelizadora, y la fe siempre
debe ser presentada como un don de Dios para vivirlo en comunidad (familias,
parroquias, asociaciones) y para irradiarlo fuera, sea con el testimonio de
vida, sea con la palabra. La acción evangelizadora de la comunidad cristiana,
primero en su propio territorio y luego en otras partes, como participación en
la misión universal, es el signo más claro de madurez en la fe. Es necesaria
una radical conversión de la mentalidad para hacerse misioneros, y esto vale
tanto para las personas, como para las comunidades. El Señor llama siempre a
salir de uno mismo, a compartir con los demás los bienes que tenemos, empezando
por el más precioso que es la fe. A la luz de este imperativo misionero se
deberá medir la validez de los organismos, movimientos, parroquias u obras de
apostolado de la Iglesia. Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana
podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su
vigor de fe.
Las fuerzas misioneras provenientes de otras Iglesias y
países deben actuar en comunión con las Iglesias locales para el desarrollo de
la comunidad cristiana. En particular, concierne a ellas —siguiendo siempre las
directrices de los Obispos y en colaboración con los responsables del lugar—
promover la difusión de la fe y la expansión de la Iglesia en los ambientes y
grupos no cristianos; y animar en sentido misionero a las Iglesias locales, de
manera que la preocupación pastoral vaya unida siempre a la preocupación por la
misión ad gentes. Cada Iglesia hará
propia, entonces, la solicitud de Cristo, Buen Pastor, que se entrega a su grey
y al mismo tiempo, se preocupa de las « otras ovejas que no son de este redil »
(Jn 10, 15).
50. Esta solicitud constituirá un motivo y
un estímulo para una renovada acción ecuménica. Los vínculos existentes entre actividad
ecuménica y actividad misionera hacen
necesario considerar dos factores concomitantes. Por una parte se debe
reconocer que « la división de los cristianos perjudica a la causa santísima de
la predicación del Evangelio a toda criatura y cierra a muchos las puertas de
la fe ».81 El hecho de que la Buena Nueva de la reconciliación sea
predicada por los cristianos divididos entre sí debilita su testimonio, y por
esto es urgente trabajar por la unidad de los cristianos, a fin de que la
actividad misionera sea más incisiva. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que
los mismos esfuerzos por la unidad constituyen de por sí un signo de la obra de
reconciliación que Dios realiza en medio de nosotros.
Por otra parte,
es verdad que todos los que han recibido el bautismo en Cristo están en una
cierta comunión entre sí, aunque no perfecta. Sobre esta base se funda la
orientación dada por el Concilio: « En cuanto lo permitan las condiciones
religiosas, promuévase la acción ecuménica de forma que, excluida toda especie
tanto de indiferentismo y confusionismo como de emulación insensata, los
católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las normas
del Decreto sobre el Ecumenismo mediante la profesión común, en cuanto sea
posible, de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones y den vida a
la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos ».82
La actividad
ecuménica y el testimonio concorde de Jesucristo, por parte de los cristianos
pertenecientes a diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, ha dado ya
abundantes frutos. Es cada vez más urgente que ellos colaboren y den testimonio
unidos, en este tiempo en el que sectas cristianas y paracristianas siembran
confusión con su acción. La expansión de estas sectas constituye una amenaza
para la Iglesia católica y para todas las comunidades eclesiales con las que
ella mantiene un diálogo. Donde sea posible y según las circunstancias locales,
la respuesta de los cristianos deberá ser también ecuménica.
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