Encarnar el Evangelio en las
culturas de los pueblos
52.
Al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas
culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación. Es ésta
una exigencia que ha marcado todo su camino histórico, pero hoy es
particularmente aguda y urgente.
El proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los
pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera adaptación externa, ya
que la inculturación « significa una íntima transformación de los auténticos
valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación
del cristianismo en las diversas culturas ».85 Es, pues, un proceso
profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la
praxis de la Iglesia. Pero es también un proceso difícil, porque no debe
comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe
cristiana.
Por medio de la inculturación la Iglesia encarna el
Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos
con sus culturas en su misma comunidad; 86 transmite a las mismas sus
propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde
dentro.87 Por su parte, con la inculturación, la Iglesia se hace signo
más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión.
Gracias a esta acción en las Iglesias locales, la misma
Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes
sectores de la vida cristiana, como la evangelización, el culto, la teología,
la caridad; conoce y expresa aún mejor el misterio de Cristo, a la vez que es
alentada a una continua renovación. Estos temas, presentes en el Concilio y en
el Magisterio posterior, los he afrontado repetidas veces en mis visitas
pastorales a las Iglesias jóvenes.88
La inculturación es un camino lento que acompaña toda la
vida misionera y requiere la aportación de los diversos colaboradores de la
misión ad gentes, la de las
comunidades cristianas a medida que se desarrollan, la de los Pastores que
tienen la responsabilidad de discernir y fomentar su actuación.89
53. Los misioneros, provenientes de otras
Iglesias y países, deben insertarse en el mundo sociocultural de aquellos a
quienes son enviados, superando los condicionamientos del propio ambiente de
origen. Así, deben aprender la lengua de la región donde trabajan, conocer las
expresiones más significativas de aquella cultura, descubriendo sus valores por
experiencia directa. Solamente con este conocimiento los misioneros podrán
llevar a los pueblos de manera creíble y fructífera el conocimiento del
misterio escondido (cf. Rom 16, 25-27; Ef 3, 5). Para ellos no se trata ciertamente de renegar a la propia
identidad cultural, sino de comprender, apreciar, promover y evangelizar la del
ambiente donde actúan y, por consiguiente, estar en condiciones de comunicar
realmente con él, asumiendo un estilo de vida que sea signo de testimonio
evangélico y de solidaridad con la gente.
Las comunidades eclesiales que se están formando, inspiradas
en el Evangelio, podrán manifestar progresivamente la propia experiencia
cristiana en manera y forma originales, conformes con las propias tradiciones
culturales, con tal de que estén siempre en sintonía con las exigencias
objetivas de la misma fe. A este respecto, especialmente en relación con los
sectores de inculturación más delicados, las Iglesias particulares del mismo
territorio deberán actuar en comunión entre si 90 y con toda la
Iglesia, convencidas de que sólo la atención tanto a la Iglesia universal como
a las Iglesias particulares las harán capaces de traducir el tesoro de la fe en
la legitima variedad de sus expresiones.91 Por esto, los grupos
evangelizados ofrecerán los elementos para una « traducción » del mensaje
evangélico 92 teniendo presente las aportaciones positivas recibidas a
través de los siglos gracias al contacto del cristianismo con las diversas
culturas, sin olvidar los peligros de alteraciones que a veces se han
verificado.93
54. A este respecto, son fundamentales
algunas indicaciones. La inculturación, en su recto proceso debe estar dirigida
por dos principios: « la compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas
a asumir y la comunión con la Iglesia universal ».94 Los Obispos,
guardianes del « depósito de la fe » se cuidarán de la fidelidad y, sobre todo,
del discernimiento,95 para lo cual es necesario un profundo equilibrio;
en efecto, existe el riesgo de pasar acríticamente de una especie de alienación
de la cultura a una supervaloración de la misma, que es un producto del hombre,
en consecuencia, marcada por el pecado. También ella debe ser « purificada,
elevada y perfeccionada ».96
Este proceso necesita una gradualidad, para que sea
verdaderamente expresión de la experiencia cristiana de la comunidad: « Será
necesaria una incubación del misterio cristiano en el seno de vuestro pueblo
—decía Pablo VI en Kampala—, para que su voz nativa, más límpida y franca, se
levante armoniosa en el coro de las voces de la Iglesia universal ».97
Finalmente, la inculturación debe implicar a todo el pueblo de Dios, no sólo a
algunos expertos, ya que se sabe que el pueblo reflexiona sobre el genuino
sentido de la fe que nunca conviene perder de vista. Esta inculturación debe
ser dirigida y estimulada, pero no forzada, para no suscitar reacciones
negativas en los cristianos: debe ser expresión de la vida comunitaria, es
decir, debe madurar en el seno de la comunidad, y no ser fruto exclusivo de
investigaciones eruditas. La salvaguardia de los valores tradicionales es
efecto de una fe madura.
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