El diálogo con los hermanos de otras religiones
55. El diálogo interreligioso forma parte
de la misión evangelizadora de la Iglesia. Entendido como método y medio para
un conocimiento y enriquecimiento recíproco , no está en contraposición con la
misión ad gentes; es más, tiene
vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones. En efecto, esta
misión tiene como destinatarios a los hombres que no conocen a Cristo y su
Evangelio, y que en su gran mayoría pertenecen a otras religiones. Dios llama a
sí a todas las gentes en Cristo, queriendo comunicarles la plenitud de su
revelación y de su amor; y no deja de hacerse presente de muchas maneras, no
sólo en cada individuo sino también en los pueblos mediante sus riquezas
espirituales, cuya expresión principal y esencial son las religiones, aunque
contengan « lagunas, insuficiencias y errores ».98 Todo ello ha sido
subrayado ampliamente por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio
posterior, defendiendo siempre que la
salvación viene de Cristo y que el diálogo no dispensa de la
evangelización.99
A la luz de la economía de la salvación, la Iglesia no ve un
contraste entre el anuncio de Cristo y el diálogo interreligioso; sin embargo
siente la necesidad de compaginarlos en el ámbito de su misión ad gentes. En efecto, conviene que estos
dos elementos mantengan su vinculación íntima y, al mismo tiempo, su
distinción, por lo cual no deben ser confundidos, ni instrumentalizados, ni
tampoco considerados equivalentes, como si fueran intercambiables.
Recientemente he escrito a los Obispos de Asia: « Aunque la
Iglesia reconoce con gusto cuanto hay de verdadero y de santo en las
tradiciones religiosas del Budismo, del Hinduismo y del Islam —reflejos de
aquella verdad que ilumina a todos los hombres—, sigue en pie su deber y su
determinación de proclamar sin titubeos a Jesucristo, que es "el camino,
la verdad y la vida"... El hecho de que los seguidores de otras religiones
puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo independientemente
de los medios ordinarios que él ha establecido, no quita la llamada a la fe y
al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos ».100 En efecto,
Cristo mismo, « al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el
bautismo... confirmó al mismo tiempo la necesidad
de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una
puerta ».101 El diálogo debe ser conducido y llevado a término con la
convicción de que la Iglesia es el camino
ordinario de salvación y que sólo ella posee la plenitud de los
medios de salvación.102
56. El diálogo no nace de una táctica o de
un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad
propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha
obrado el Espíritu, que « sopla donde quiere » (Jn 3, 8).103 Con ello la Iglesia trata de descubrir las «
semillas de la Palabra » 104 el « destello de aquella Verdad que
ilumina a todos los hombres »,105 semillas y destellos que se
encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad. El
diálogo se funda en la esperanza y la caridad, y dará frutos en el Espíritu.
Las otras religiones constituyen un desafío positivo para la Iglesia de hoy; en
efecto, la estimulan tanto a descubrir y a conocer los signos de la presencia
de Cristo y de la acción del Espíritu, como a profundizar la propia identidad y
a testimoniar la integridad de la Revelación, de la que es depositaria para el
bien de todos.
De aquí deriva el espíritu que debe animar este diálogo en
el ámbito de la misión. EL interlocutor debe ser coherente con las propias
tradiciones y convicciones religiosas y abierto para comprender las del otro,
sin disimular o cerrarse, sino con una actitud de verdad, humildad y lealtad,
sabiendo que el diálogo puede enriquecer a cada uno. No debe darse ningún tipo
de abdicación ni de irenismo, sino el testimonio recíproco para un progreso
común en el camino de búsqueda y experiencia religiosa y, al mismo tiempo, para
superar prejuicios, intolerancias y malentendidos. El diálogo tiende a la
purificación y conversión interior que, si se alcanza con docilidad al
Espíritu, será espiritualmente fructífero.
57. Un vasto campo se le abre al diálogo,
pudiendo asumir múltiples formas y expresiones, desde los intercambios entre
expertos de las tradiciones religiosas o representantes oficiales de las
mismas, hasta la colaboración para el desarrollo integral y la salvaguardia de
los valores religiosos; desde la comunicación de las respectivas experiencias
espirituales hasta el llamado « diálogo de vida », por el cual los creyentes de
las diversas religiones atestiguan unos a otros en la existencia cotidiana los
propios valores humanos y espirituales, y se ayudan a vivirlos para edificar
una sociedad más justa y fraterna.
Todos los fieles y las comunidades cristianas están llamados
a practicar el diálogo, aunque no al mismo nivel y de la misma forma. Para ello
es indispensable la aportación de los laicos que « con el ejemplo de su vida y
con la propia acción, pueden favorecer la mejora de las relaciones entre los
seguidores de las diversas religiones »,106 mientras algunos de ellos
podrán también ofrecer una aportación de búsqueda y de estudio.107
Sabiendo que no pocos misioneros y comunidades cristianas
encuentran en ese camino difícil y a menudo incomprensible del diálogo la única
manera de dar sincero testimonio de Cristo y un generoso servicio al hombre,
deseo alentarlos a perseverar con fe y caridad, incluso allí donde sus
esfuerzos no encuentran acogida y respuesta. El diálogo es un camino para el
Reino y seguramente dará sus frutos, aunque los tiempos y momentos los tiene
fijados el Padre (cf. Act 1, 7).
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