Promover el desarrollo, educando las conciencias
58. La misión ad gentes se despliega aun hoy día, mayormente, en aquellas
regiones del Sur del mundo donde es más urgente la acción para el desarrollo
integral y la liberación de toda opresión. La Iglesia siempre ha sabido
suscitar, en las poblaciones que ha evangelizado, un impulso hacia el progreso,
y ahora mismo los misioneros, más que en el pasado, son conocidos también como promotores de desarrollo por gobiernos y
expertos internacionales, los cuales se maravillan del hecho de que se consigan
notables resultados con escasos medios.
En la Encíclica Sollicitudo
rei socialis he afirmado que « la Iglesia no tiene soluciones técnicas que
ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal », sino que « da su primera
contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama
la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una
situación concreta ».108 La Conferencia de los Obispos latinoamericanos
en Puebla afirmó que « el mejor servicio al hermano es la evangelización, que
lo prepara a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo
promueve integralmente ».109 La misión de la Iglesia no es actuar
directamente en el plano económico, técnico, político o contribuir
materialmente al desarrollo, sino que consiste esencialmente en ofrecer a los
pueblos no un « tener más », sino un « ser más », despertando las conciencias
con el Evangelio. El desarrollo humano auténtico debe echar sus raíces en una
evangelización cada vez más profunda ».110
La Iglesia y los
misioneros son también promotores de desarrollo con sus escuelas, hospitales,
tipografías, universidades, granjas agrícolas experimentales. Pero el
desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas
materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de
las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo,
no el dinero ni la técnica. La Iglesia educa las conciencias revelando a
los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen; la grandeza del hombre
creado a imagen de Dios y amado por él; la igualdad de todos los hombres como
hijos de Dios; el dominio sobre la naturaleza creada y puesta al servicio del
hombre; el deber de trabajar para el desarrollo del hombre entero y de todos
los hombres.
59. Con el mensaje evangélico la Iglesia
ofrece una fuerza liberadora y promotora de desarrollo, precisamente porque
lleva a la conversión del corazón y de la mentalidad; ayuda a reconocer la
dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio
de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la
construcción del Reino de paz y de justicia, a partir ya de esta vida. Es la
perspectiva bíblica de los « nuevos cielos y nueva tierra » (cf. Is 65, 17; 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1), la que ha introducido en la
historia el estímulo y la meta para el progreso de la humanidad. El desarrollo
del hombre viene de Dios, del modelo de Jesús Dios y hombre, y debe llevar a
Dios.111 He ahí por qué entre el anuncio evangélico y promoción del
hombre hay una estrecha conexión.
La aportación de la Iglesia y de su obra evangelizadora al
desarrollo de los pueblos abarca no sólo el Sur del mundo, para combatir la
miseria y el subdesarrollo, sino también el Norte, que está expuesto a la
miseria moral y espiritual causada por el « superdesarrollo ».112 Una
cierta modernidad arreligiosa, dominante en algunas partes del mundo, se basa
sobre la idea de que, para hacer al hombre más hombre, baste enriquecerse y
perseguir el crecimiento técnico-económico. Pero un desarrollo sin alma no puede
bastar al hombre, y el exceso de opulencia es nocivo para él, como lo es el
exceso de pobreza. El Norte del mundo ha construido un « modelo de desarrollo »
y lo difunde en el Sur, donde el espíritu religioso y los valores humanos, allí
presentes, corren el riesgo de ser inundados por la ola del consumismo. «
Contra el hambre cambia la vida » es el lema surgido en ambientes eclesiales,
que indica a los pueblos ricos el camino para convertirse en hermanos de los
pobres; es necesario volver a una vida más austera que favorezca un nuevo
modelo de desarrollo, atento a los valores éticos y religiosos. La actividad misionera lleva a los pobres
luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los
ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse
realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el « desarrollo
integral », abierto al Absoluto.113
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