CAPÍTULO VI - RESPONSABLES Y AGENTES DE LA PASTORAL MISIONERA
61. No se da testimonio sin testigos, como
no existe misión sin misioneros. Para que colaboren en su misión y continúen su
obra salvífica, Jesús escoge y envía a unas personas como testigos suyos y
Apóstoles: « Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta
los confines de la tierra » (Act 1,
8).
Los Doce son los
primeros agentes de la misión universal: constituyen un « sujeto colegial » de
la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados «
a las ovejas perdidas de la casa de Israel » (Mt 10, 6). Esta
colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como
Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro, cuya persona asume tanto relieve
que justifica la expresión: « Pedro y los demás Apóstoles » (Act 2, 14. 37). Gracias a él se abren
los horizontes de la misión universal en la que posteriormente destacará Pablo,
quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cf. Gál 1, 15-16).
En la expansión
misionera de los orígenes junto a los Apóstoles encontramos a otros agentes
menos conocidos que no deben olvidarse: son personas, grupos, comunidades. Un
típico ejemplo de Iglesia local es la comunidad de Antioquía que de
evangelizada, pasa a ser evangelizadora y envía sus misioneros a los gentiles
(cf. Act 13, 2-3). La Iglesia
primitiva vive la misión como tarea comunitaria, aun reconociendo en su seno a
« enviados especiales » o « misioneros consagrados a los gentiles », como lo
son Pablo y Bernabé.
62. Lo que se hizo al principio del
cristianismo para la misión universal, también sigue siendo válido y urgente
hoy. La Iglesia es misionera por su
propia naturaleza ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y
externo, sino que alcanza al corazón mismo de la Iglesia. Por esto, toda la
Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes. Las mismas Iglesias más
jóvenes, precisamente « para que ese celo misionero florezca en los miembros de
su patria », deben participar « cuanto antes y de hecho en la misión universal
de la Iglesia, enviando también ellas misioneros a predicar por todas las
partes del mundo el Evangelio, aunque sufran escasez de clero ».117 Muchas
ya actúan así, y yo las aliento vivamente a continuar.
En este vínculo esencial de comunión entre la Iglesia
universal y las Iglesias particulares se desarrolla la auténtica y plena
condición misionera. « En un mundo que, con la desaparición de las distancias,
se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse
entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse aunadamente en la
única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio... Las llamadas
Iglesias más jóvenes... necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas
tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo
que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias
».118
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