Dios prepara una nueva primavera del Evangelio
86. Si se mira superficialmente a nuestro
mundo, impresionan no pocos hechos negativos que pueden llevar al pesimismo.
Mas éste es un sentimiento injustificado: tenemos fe en Dios Padre y Señor, en
su bondad y misericordia. En la proximidad del tercer milenio de la Redención,
Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su
comienzo. En efecto, tanto en el mundo no cristiano como en el de antigua
tradición cristiana, existe un progresivo acercamiento de los pueblos a los
ideales y a los valores evangélicos, que la Iglesia se esfuerza en favorecer.
Hoy se manifiesta una nueva convergencia de los pueblos hacia estos valores: el
rechazo de la violencia y de la guerra; el respeto de la persona humana y de
sus derechos; el deseo de libertad, de justicia y de fraternidad; la tendencia
a superar los racismos y nacionalismos; el afianzamiento de la dignidad y la
valoración de la mujer.
La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso a
fondo para la nueva evangelización y para la misión universal, y nos lleva a
pedir como Jesús nos ha enseñado: « Venga tu reino, hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo » (Mt 6, 10).
Los hombres que esperan a Cristo son todavía un número
inmenso: los ámbitos humanos y culturales, que aún no han recibido el anuncio
evangélico o en los cuales la Iglesia esta escasamente presente, son tan
vastos, que requieren la unidad de todas las fuerzas. Al prepararse a celebrar
el jubileo del año dos mil, toda la Iglesia está comprometida todavía más en el
nuevo adviento misionero. Hemos de fomentar en nosotros el afán apostólico por
transmitir a los demás la luz y la gloria de la fe, y para este ideal debemos
educar a todo el Pueblo de Dios.
No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones
de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la sangre de Cristo, que
viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que
para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne
al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y
misericordioso de Dios.
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