Vivir el misterio de Cristo « enviado »
88. Nota esencial de la espiritualidad
misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la
misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar. Pablo
describe sus actitudes: « Tened entre vosotros los mismos sentimientos de
Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual
a Dios. Sino que se despojó de si mismo tomando la condición de siervo, haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humilló
a si mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz » (Flp 2, 5-8).
Se describe aquí el misterio de la Encarnación y de la
Redención, como despojamiento total de sí, que lleva a Cristo a vivir
plenamente la condición humana y a obedecer hasta el final el designio del
Padre. Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y
expresa el amor. La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada
a los pies de la cruz.
Al misionero se le pide « renunciarse a sí mismo y a todo lo
que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos »: 172 en la
pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y
bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es
enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del
misionero: « Me he hecho débil con los débiles ... Me he hecho todo para todos,
para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio » (1 Cor 9, 22-23).
Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta
la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida.
« No tengas miedo ... porque yo estoy contigo » (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre.
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