Amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado
89. La espiritualidad misionera se
caracteriza además, por la caridad apostólica; la de Cristo que vino « para
reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos » (Jn 11, 52); Cristo, Buen Pastor que conoce sus ovejas, las busca y
ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10).
Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a
la Iglesia, como Cristo.
El misionero se mueve a impulsos del « celo por las almas »,
que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención,
ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la
gente. El amor de Jesús es muy profundo: él, que « conocía lo que hay en el
hombre » (Jn 2, 25), amaba a todos
ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada.
El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar
a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede amar, debe dar
testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. EL
misionero es el « hermano universal »; lleva consigo el espíritu de la Iglesia,
su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente
a los más pequeños y pobres. En cuanto tal, supera las fronteras y las
divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo,
que es amor sin exclusión ni preferencia.
Por último, lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia:
« Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella » (Ef 5, 25). Este amor, hasta dar la vida,
es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la
Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como
dice san Pablo— es « la solicitud por todas las Iglesias » (2 Cor 11, 28). Para todo misionero y toda
comunidad « la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la
Iglesia ».173
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