El verdadero misionero es el santo
90. La llamada a la misión deriva de por
sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se
esfuerza en el camino de la santidad: « La santidad es un presupuesto
fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de
la Iglesia ».174
La vocación universal
a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la
santidad y a la misión. Esta ha sido la ferviente voluntad del Concilio al
desear, « con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la
Iglesia, iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura
».175 La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la
santidad.
El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos
pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar
con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario
suscitar un nuevo « anhelo de santidad » entre los misioneros y en toda la
comunidad cristiana, particularmente entre aquellos que son los colaboradores
más íntimos de los misioneros.176
Pensemos, queridos hermanos y hermanas, en el empuje
misionero de las primeras comunidades cristianas. A pesar de la escasez de
medios de transporte y de comunicación de entonces, el anuncio evangélico llegó
en breve tiempo a los confines del mundo. Y se trataba de la religión de un
hombre muerto en cruz, « escándalo para los judíos, necedad para los gentiles »
(1 Cor 1, 23). En la base de este
dinamismo misionero estaba la santidad de los primeros cristianos y de las
primeras comunidades.
91. Me dirijo, por tanto, a los bautizados
de las comunidades jóvenes y de las Iglesias jóvenes. Hoy sois vosotros la
esperanza de nuestra Iglesia, que tiene dos mil años: siendo jóvenes en la fe,
debéis ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y valentía, con
generosa entrega a Dios y al prójimo; en una palabra, debéis tomar el camino de
la santidad. Sólo de esta manera podréis ser signos de Dios en el mundo y
revivir en vuestros países la epopeya misionera de la Iglesia primitiva. Y
seréis también fermento de espíritu misionero para las Iglesias más antiguas.
Por su parte, los misioneros reflexionen sobre el deber de
ser santos, que el don de la vocación les pide, renovando constantemente su
espíritu y actualizando también su formación doctrinal y pastoral. El misionero
ha de ser un « contemplativo en acción ». El halla respuesta a los problemas a
la luz de la Palabra de Dios y con la oración personal y comunitaria. El
contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas,
en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión
depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo,
no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la
experiencia de Dios y debe poder decir como los Apóstoles: « Lo que
contemplamos ... acerca de la Palabra de vida ..., os lo anunciamos » (1 Jn 1, 1-3).
El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas. Jesús
instruye a los Doce, antes de mandarlos a evangelizar, indicándoles los caminos
de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y
persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; es decir, les indica
precisamente las Bienaventuranzas, practicadas en la vida apostólica (cf. Mt 5, 1-12). Viviendo las
Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el
Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda
vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un
mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el
anunciador de la « Buena Nueva » ha de ser un hombre que ha encontrado en
Cristo la verdadera esperanza.
|