VIII. CONCLUSIÓN
28. Conviene, por tanto, que toda la
Iglesia celebre con solemnidad y alegría los once siglos transcurridos desde la
conclusión de la obra apostólica del primer arzobispo ordenado en Roma para los
pueblos eslavos, Metodio, y de su hermano Cirilo, al recordar el ingreso de
estos pueblos en la escena de la historia de la salvación y en el número de las
naciones europeas que, desde los siglos precedentes, habían acogido el mensaje
evangélico. Todos pueden comprender con qué profundo gozo desea participar en
esta celebración el primer hijo de la estirpe eslava, llamado, después de casi
dos milenios, a ocupar la sede episcopal de San Pedro en esta ciudad de Roma.
29. « En
tus manos entrego mi espíritu ». Nosotros saludamos el undécimo centenario de la muerte de san Metodio con
las mismas palabras que —de acuerdo a cuanto se narra en su Vida, escrita en lengua paleoeslava
46— fueron pronunciadas por él antes de morir, mientras estaba ya para
unirse con sus padres en la fe, en la esperanza y en la caridad: a los
patriarcas, profetas, apóstoles, doctores y mártires. Con el testimonio
de la palabra y de la vida, sostenidas por el carisma del Espíritu, él dio
ejemplo de una vocación fecunda tanto al siglo en que vivió como a los siglos
posteriores y, de modo particular, a nuestros días.
Su glorioso « tránsito » en la primavera del año 885 de la
Encarnación de Cristo (y según el cómputo bizantino del tiempo, en el año 6393
de la creación del mundo) tuvo lugar en un período en que inquietantes nubes se
cernían sobre Constantinopla y tensiones hostiles amenazaban cada vez más la
tranquilidad y la vida de las naciones, e incluso los sagrados vínculos de
fraternidad cristiana y de comunión entre las Iglesias de Oriente y Occidente.
En su Catedral, rebosante de fieles de diversas estirpes,
los discípulos de san Metodio tributaron un solemne homenaje al difunto pastor
por el mensaje de salvación, de paz y de reconciliación que había llevado y al
que había dedicado toda su vida: « Celebraron un oficio sagrado en latín,
griego y eslavo »,47 adorando a Dios y venerando al primer arzobispo de
la Iglesia fundada por él entre los eslavos, a quienes había anunciado el
Evangelio junto con su hermano, en su propia lengua. Esta Iglesia se consolidó
aún más cuando, por explícito consentimiento del Papa, recibió una jerarquía
autóctona, radicada en la sucesión apostólica y enlazada en la unidad de fe y
de amor tanto con la Iglesia de Roma como con la de Constantinopla , donde la
misión eslava se había iniciado.
Al cumplirse once siglos de su muerte, deseo estar presente,
al menos espiritualmente, en Velehrad donde
—como parece— la divina Providencia permitió a Metodio concluir su vida
apostólica:
—deseo también detenerme en la Basílica de san Clemente en Roma, donde fue sepultado san Cirilo;
—y ante las tumbas de ambos hermanos, apóstoles de los eslavos, deseo encomendar a la Santísima Trinidad su
herencia espiritual con una oración especial.
30. «
En tus manos entrego ... ».
Oh Dios grande, uno en la Trinidad, yo te entrego el legado
de la fe de las naciones eslavas: conserva y bendice esta obra tuya.
Recuerda, Padre todopoderoso, el momento en el que, según tu
voluntad, llegó a estos pueblos y naciones la « plenitud de los tiempos » y los
santos misioneros de Salónica cumplieron el mandato que tu Hijo Jesucristo
había dirigido a sus Apóstoles; siguiendo sus huellas y las de sus sucesores
llevaron a las tierras habitadas por los eslavos la luz del Evangelio, la Buena
Nueva de la salvación y ante ellos dieron testimonio de
—que Tú eres
Creador del hombre, que eres Padre y que en Ti todos los hombres somos
hermanos;
—que por medio de
tu Hijo, Palabra eterna, has dado la existencia a todas las cosas y has llamado
a los hombres a participar de tu vida que no tiene fin;
—que has amado
tanto al mundo que le has entregado como don a tu Hijo unigénito, que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María y se hizo hombre;
—que, finalmente,
enviaste al Espíritu de poder y de consuelo para que todo hombre, redimido por
Cristo, pudiese recibir en él la dignidad de hijo y llegar a ser coheredero de
las indefectibles promesas hechas por Ti a la humanidad.
Tu plan creador,
oh Padre, culminado en la Redención, implica al hombre viviente y abarca toda
su vida y la historia de los pueblos.
Escucha, oh Padre,
lo que hoy te implora toda la Iglesia y haz que los hombres y las naciones que, gracias a la misión apostólica de
los santos hermanos de Salónica, te conocieron y te recibieron a Ti, Dios
verdadero, y mediante el Bautismo entraron en la comunidad de tus hijos, puedan
seguir todavía acogiendo, sin obstáculos, con entusiasmo y confianza este
programa evangélico, realizando todas sus posibilidades humanas sobre el
fundamento de sus enseñanzas.
—Que puedan seguir ellos, conforme a su propia conciencia, la
voz de tu llamada a lo largo del camino que les fue indicado por primera vez
hace once siglos.
—Que el hecho de pertenecer al Reino de tu Hijo jamás sea
considerado por nadie en contraste con el bien de su patria terrena.
—Que en la vida privada y en la vida pública puedan darte la
alabanza debida.
—Que puedan vivir en la verdad, en la caridad, en la
justicia y en el gozo de la paz mesiánica que llega a los corazones humanos, a
las comunidades, a la tierra y al mundo entero.
—Que, conscientes
de su dignidad de hombres y de hijos de Dios, puedan tener la fuerza para
superar todo odio y para vencer el mal con el bien.
Y concede también
a toda Europa, oh Trinidad Santísima, por intercesión de los dos santos
hermanos, que sienta cada vez más la exigencia de la unidad religioso-cristiana
y la comunión fraterna de todos sus pueblos, de tal manera que, superada la
incomprensión y la desconfianza recíprocas, y vencidos los conflictos
ideológicos por la común conciencia de la verdad, pueda ser para el mundo entero
un ejemplo de convivencia justa y pacífica en el respeto mutuo y en la
inviolable libertad.
31.
A Ti, pues, Dios Padre todopoderoso Dios Hijo que has redimido al mundo, Dios
Espíritu Santo que eres fundamento y maestro de toda santidad, deseo
encomendarte la Iglesia entera de ayer, de hoy y de mañana; la Iglesia que está
en Europa y que está extendida por toda la tierra.
En tus manos
pongo esta riqueza singular compuesta de tantos dones diversos, antiguos y
nuevos que forman el tesoro común de tantos hijos diversos.
Toda la Iglesia te da gracias a Ti, que llamaste a las
naciones eslavas a la comunión de la fe por la herencia y por la contribución
dada al patrimonio universal. Te da gracias por esto, de modo particular, el
Papa de origen eslavo. Que esta contribución no cese jamás de enriquecer a la
Iglesia, al continente europeo y al mundo entero. Que no se debilite en Europa y en el mundo de hoy.
Que no falte en la conciencia de nuestros contemporáneos. Deseamos acoger
íntegramente todo aquello que, de original y válido, las naciones eslavas han
dado y siguen dando al patrimonio espiritual de la Iglesia y de la humanidad. Toda
la Iglesia, consciente de su riqueza común, profesa su solidaridad espiritual
con ellos y reafirma su propia responsabilidad hacia el Evangelio, por la obra
de salvación que es llamada a realizar también hoy en todo el mundo, hasta los
confines de la tierra. Es indispensable remontarse al pasado para comprender,
bajo su luz, la realidad actual y vislumbrar el mañana. La misión de la
Iglesia, en efecto, está siempre orientada y encaminada con indefectible
esperanza hacia el futuro.
32. ¡El futuro! Por más que pueda aparecer humanamente grávido de
amenazas e incertidumbres, lo ponemos con confianza en tus manos, Padre
celestial, invocando la intercesión de la Madre de tu Hijo y Madre de la
Iglesia; y también la de tus Apóstoles Pedro y Pablo y la de los santos Benito,
Cirilo y Metodio, la de Agustín y Bonifacio, y la de todos los evangelizadores
de Europa, los cuales, fuertes en la fe, en la esperanza y en la caridad,
anunciaron a nuestros padres tu salvación y tu paz; y con los trabajos de su
siembra espiritual comenzaron la construcción de la civilización del amor, el nuevo orden basado en tu santa ley y en
el auxilio de tu gracia, que al final de los tiempos vivificará todo y a todos
en la Jerusalén celestial. Amén.
A todos vosotros,
amadísimos hermanos, mi Bendición Apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 2 de
Junio, solemnidad de la Santísima Trinidad, del año 1985, séptimo de mi
Pontificado.
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