II. NOVEDAD DE LA
ENCÍCLICA POPULORUM PROGRESSIO
5.
Ya en su aparición, el documento del Papa Pablo VI llamó la atención de la
opinión pública por su novedad. Se
tuvo la posibilidad de verificar concretamente, con gran claridad, dichas
características de continuidad y de renovación,
dentro de la doctrina social de la Iglesia. Por tanto, el tentativo de
volver a descubrir numerosos aspectos de esta enseñanza, a través de una
lectura atenta de la Encíclica, constituirá el hilo conductor de la presente
reflexión.
Pero antes
deseo detenerme sobre la fecha de
publicación: el año 1967. El hecho mismo de que el Papa Pablo VI tomó la
decisión de publicar su Encíclica social aquel
año, nos lleva a considerar el documento en relación al Concilio Ecuménico
Vaticano II, que se había clausurado el 8 de diciembre de 1965.
6.
En este hecho debemos ver más de una simple cercanía
cronológica. La encíclica Populorum
Progressio se presenta, en cierto modo, como un documento de aplicación de las enseñanzas del Concilio. Y esto
no sólo porque la Encíclica haga continuas referencias a los texto
conciliares,8 sino porque nace de la preocupación de la Iglesia, que
inspiró todo el trabajo conciliar —de modo particular la Constitución pastoral Gaudium et spes— en la labor de
coordinar y desarrollar algunos temas de su enseñanza social.
Por
consiguiente, se puede afirmar que la Encíclica Populorum Progressio es como la respuesta a la llamada del Concilio, con la que comienza la Constitución Gaudium et spes: « Los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas
y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón ».9 Estas
palabras expresan el motivo fundamental que
inspiró el gran documento del Concilio, el cual parte de la constatación de la
situación de miseria y de subdesarrollo, en las que viven tantos
millones de seres humanos.
Esta miseria y el subdesarrollo son, bajo otro nombre, « las tristezas y las
angustias » de hoy, sobre todo de los pobres; ante este vasto panorama de dolor
y sufrimiento, el Concilio quiere indicar horizontes de « gozo y esperanza ».
Al mismo objetivo apunta la Encíclica de Pablo VI, plenamente fiel a la
inspiración conciliar.
7.
Pero también en el orden temático, la
Encíclica, siguiendo la gran tradición de la enseñanza social de la Iglesia,
propone directamente, la nueva exposición
y la rica síntesis, que el Concilio ha elaborado de modo particular en
la Constitución Gaudium et spes. Respecto
al contenido y a los temas, nuevamente propuestos por la Encíclica, cabe
subrayar: la conciencia del deber que tiene la Iglesia, « experta en humanidad
», de « escrutar los signos de los tiempos y de interpretarlos a la luz del
Evangelio »; 10 la conciencia, igualmente profunda de su misión de « servicio
», distinta de la función del Estado, aun cuando se preocupa de la suerte de
las personas en concreto; 11 la referencia a las diferencias clamorosas
en la situación de estas mismas personas; 12 la confirmación de la
enseñanza conciliar, eco fiel de la secular tradición de la Iglesia, respecto
al « destino universal de los bienes »; 13 el aprecio por la cultura y
la civilización técnica que contribuyen a la liberación del hombre,14
sin dejar de reconocer sus límites; 15 y finalmente, sobre el tema del
desarrollo, propio de la Encíclica, la insistencia sobre el « deber gravísimo
», que atañe a las naciones más desarrolladas.16 El mismo concepto de
desarrollo, propuesto por la Encíclica, surge directamente de la impostación
que la Constitución pastoral da a este problema.17
Estas y
otras referencias explícitas a la Constitución pastoral llevan a la conclusión
de que la Encíclica se presenta como una
aplicación de la enseñanza conciliar en materia social respecto al problema
específico del desarrollo así como
del subdesarrollo de los pueblos.
8.
El breve análisis efectuado nos ayuda a valorar mejor la novedad de la Encíclica, que se puede articular en tres puntos. El primero está constituido por el hecho
mismo de un documento emanado por la máxima autoridad de la Iglesia
católica y destinado a la vez a la misma Iglesia y « a todos los hombres de
buena voluntad »,18 sobre una materia que a primera vista es sólo económica y social: el desarrollo de los pueblos. Aquí el
vocablo « desarrollo » proviene del vocabulario de las ciencias sociales y
económicas. Bajo este aspecto, la Encíclica Populorum
Progressio se coloca inmediatamente en la línea de la Rerum Novarum, que trata de la « situación de los obreros
».19 Vistas superficialmente, ambas cuestiones podrían parecer extrañas
a la legítima preocupación de la Iglesia considerada como institución religiosa. Más aún el « desarrollo » que la « condición
obrera ».
En sintonía
con la Encíclica de León XIII, al documento de Pablo VI hay que reconocer el
mérito de haber señalado el carácter
ético y cultural de la
problemática relativa al desarrollo y, asimismo a la legitimidad y necesidad de la intervención de la
Iglesia en este campo.
Con esto,
la doctrina social cristiana ha reivindicado una vez más su carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la
vida de los hombres y de la sociedad así como a las realidades terrenas, que
con ellas se enlazan, ofreciendo «
principios de reflexión », «
criterios de juicio » y «directrices
de acción ».20 Pues bien, en el documento de Pablo VI se encuentran
estos tres elementos con una orientación eminentemente práctica, o sea,
orientada a la conducta moral. Por
eso, cuando la Iglesia se ocupa del « desarrollo de los pueblos » no puede ser
acusada de sobrepasar su campo específico de competencia y, mucho menos, el
mandato recibido del Señor.
9.
El segundo punto es la novedad de la Populorum Progressio, como se manifiesta por la amplitud de horizonte, abierto a lo que
comúnmente se conoce bajo el nombre de « cuestión social ». En realidad, la
Encíclica Mater et Magistra del Papa
Juan XXIII había entrado ya en este horizonte más amplio 21 y el
Concilio, en la Constitución Pastoral Gaudium
et spes, se había hecho eco de ello.22 Sin embargo el magisterio
social de la Iglesia no había llegado a afirmar todavía con toda claridad que
la cuestión social ha adquirido una dimensión mundial,23 ni había
llegado a hacer de esta afirmación y de su análisis una « directriz de acción
», como hace el Papa Pablo VI en su Encíclica.
Semejante
toma de posición tan explícita ofrece una gran
riqueza de contenidos, que es oportuno indicar.
Ante todo,
es menester eliminar un posible equívoco.
El reconocimiento de que la « cuestión social » haya tomado una dimensión
mundial, no significa de hecho que haya disminuido su fuerza de incidencia o que haya perdido su importancia en el
ámbito nacional o local. Significa, por el contrario, que la problemática en
los lugares de trabajo o en el movimiento obrero y sindical de un determinado
país no debe considerarse como algo aislado, sin conexión, sino que depende de
modo creciente del influjo de factores existentes por encima de los confines
regionales o de las fronteras nacionales.
Por
desgracia, bajo el aspecto económico, los países en vías de desarrollo son
muchos más que los desarrollados; las multitudes humanas que carecen de los
bienes y de los servicios ofrecidos por el desarrollo, son bastante más numerosas de las que disfrutan de ellos.
Nos
encontramos, por tanto, frente a un grave problema de distribución desigual de los medios de subsistencia, destinados
originariamente a todos los hombres, y también de los beneficios de ellos
derivantes. Y esto sucede no por responsabilidad
de las poblaciones indigentes, ni mucho menos por una especie de fatalidad dependiente de las condiciones
naturales o del conjunto de las circunstancias.
La
Encíclica de Pablo VI, al declarar que la cuestión social ha adquirido una
dimensión mundial, se propone ante todo señalar un hecho moral, que tiene su fundamento en el análisis objetivo de la
realidad. Según las palabras mismas de la Encíclica, « cada uno debe tomar
conciencia » de este hecho,24 precisamente porque interpela
directamente a la conciencia, que es fuente de las decisiones morales.
En este
marco, la novedad de la Encíclica, no
consiste tanto en la afirmación, de carácter histórico, sobre la universalidad
de la cuestión social cuanto en la valoración
moral de esta realidad. Por consiguiente, los responsables de la gestión
pública, los ciudadanos de los países ricos, individualmente considerados,
especialmente si son cristianos, tienen la obligación
moral —según el correspodiente grado de responsabilidad— de tomar en consideración, en las
decisiones personales y de gobierno, esta relación de universalidad, esta
interdependencia que subsiste entre su forma de comportarse y la miseria y el
subdesarrollo de tantos miles de hombres. Con mayor precisión la Encíclica de
Pablo VI traduce la obligación moral como « deber de solidaridad »,25 y
semejante afirmación, aunque muchas cosas han cambiado en el mundo, tiene ahora
la misma fuerza y validez de cuando se escribió.
Por otro
lado, sin abandonar la línea de esta visión moral, la novedad de la Encíclica consiste también en el planteamiento de
fondo, según el cual la concepción misma del
desarrollo, si se le considera en la perspectiva de la interdependencia universal,
cambia notablemente. El verdadero desarrollo
no puede consistir en una mera acumulación de riquezas o en la mayor
disponibilidad de los bienes y de los servicios, si esto se obtiene a costa del
subdesarrollo de muchos, y sin la debida consideración por la dimensión social,
cultural y espiritual del ser humano.26
10.
Como tercer punto la Encíclica da un
considerable aporte de novedad a la doctrina social de la Iglesia en su
conjunto y a la misma concepción de desarrollo. Esta novedad se halla en una
frase que se lee en el párrafo final del documento, y que puede ser considerada
como su fórmula recapituladora, además de su importancia histórica: « el
desarrollo es el nombre nuevo de la paz ».27
De hecho,
si la cuestión social ha adquirido dimensión mundial, es porque la exigencia de justicia puede ser
satisfecha únicamente en este mismo plano. No atender a dicha exigencia podría
favorecer el surgir de una tentación de respuesta violenta por parte de las
víctimas de la injusticia, como acontece al origen de muchas guerras. Las
poblaciones excluidas de la distribución equitativa de los bienes, destinados
en origen a todos, podrían preguntarse: ¿por qué no responder con la violencia
a los que, en primer lugar, nos tratan con violencia? Si la situación se
considera a la luz de la división del mundo en bloques ideológicos —ya
existentes en 1967— y de las consecuentes repercusiones y dependencias
económicas y políticas, el peligro resulta harto significativo.
A esta
primera consideración sobre el dramático contenido de la fórmula de la
Encíclica se añade otra, al que el mismo documento alude: 28 ¿cómo
justificar el hecho de que grandes
cantidades de dinero, que podrían y deberían destinarse a incrementar el
desarrollo de los pueblos, son, por el contrario utilizados para el
enriquecimiento de individuos o grupos, o bien asignadas al aumento de
arsenales, tanto en los Países desarrollados como en aquellos en vías de
desarrollo, trastocando de este modo las verdaderas prioridades? Esto es aún
más grave vistas las dificultades que a menudo obstaculizan el paso directo de
los capitales destinados a ayudar a los Países necesitados. Si « el desarrollo
es el nuevo nombre de la paz », la guerra y los preparativos militares son el
mayor enemigo del desarrollo integral de los pueblos.
De este
modo, a la luz de la expresión del Papa Pablo VI, somos invitados a revisar el concepto de desarrollo, que no coincide
ciertamente con el que se limita a satisfacer los deseos materiales mediante el
crecimiento de los bienes, sin prestar atención al sufrimiento de tantos y
haciendo del egoísmo de las personas y de las naciones la principal razón. Como
acertadamente nos recuerda la carta de
Santiago: el egoísmo es la fuente de donde tantas guerras y contiendas ... de
vuestras voluptuosidades que luchan en vuestros miembros. Codiciáis y no tenéis
» (Sant 4, 1 s).
Por el
contrario, en un mundo distinto, dominado por la solicitud por el bien común de toda la humanidad, o sea
por la preocupación por el « desarrollo espiritual y humano de todos », en
lugar de la búsqueda del provecho particular, la paz sería posible como fruto de una « justicia más perfecta entre los hombres
».29
Esta
novedad de la Encíclica tiene además un valor
permanente y actual, considerada
la mentalidad actual que es tan sensible al íntimo vínculo que existe entre el
respeto de la justicia y la instauración de la paz verdadera.
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