III. PANORAMA DEL
MUNDO CONTEMPORÁNEO
11.
La enseñanza fundamental de la
Encíclica Populorum Progressio tuvo
en su día gran eco por su novedad. El contexto social en que vivimos en la
actualidad no se puede decir que sea exactamente igual al de hace veinte años. Es, esto, por lo que quiero
detenerme, a través de una breve exposición, sobre algunas características del
mundo actual, con el fin de profundizar la enseñanza de la Encíclica de Pablo
VI, siempre bajo el punto de vista del « desarrollo de los pueblos ».
12.
El primer aspecto a destacar es que
la esperanza de desarrollo, entonces
tan viva, aparece en la actualidad muy lejana de la realidad.
A este
propósito, la Encíclica no se hacía ilusión alguna. Su lenguaje grave, a veces
dramático, se limitaba a subrayar el peso de la situación y a proponer a la
conciencia de todos la obligación urgente de contribuir a resolverla. En
aquellos años prevalecía un cierto
optimismo sobre la posibilidad de colmar, sin esfuerzos excesivos, el
retraso económico de los pueblos pobres, de proveerlos de infraestructuras y de
asistir los en el proceso de industrialización. En aquel contexto histórico,
por encima de los esfuerzos de cada país, la Organización de las Naciones
Unidas promovió consecutivamente dos
decenios de desarrollo.30 Se tomaron, en efecto, algunas medidas,
bilaterales y multilaterales, con el fin de ayudar a muchas Naciones, algunas
de ellas independientes desde hacía tiempo, otras —la mayoría— nacidas como
Estados a raíz del proceso de descolonización. Por su parte, la Iglesia sintió
el deber de profundizar los problemas planteados por la nueva situación,
pensando sostener con su inspiración religiosa y humana estos esfuerzos para
darles un alma y un empuje eficaz.
13.
No se puede afirmar que estas diversas iniciativas religiosas, humanas,
económicas y técnicas, hayan sido superfluas, dado que han podido alcanzar
algunos resultados. Pero en línea general, teniendo en cuenta los diversos
factores, no se puede negar que la actual situación del mundo, bajo el aspecto
de desarrollo, ofrezca una impresión más
bien negativa.
Por ello,
deseo llamar la atención sobre algunos indicadores
genéricos, sin excluir otros más específicos. Dejando a un lado el análisis
de cifras y estadísticas, es suficiente mirar la realidad de una multitud ingente de hombres y mujeres,
niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e
irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria. Son muchos millones
los que carecen de esperanza debido al hecho de que, en muchos lugares de la
tierra, su situación se ha agravado sensiblemente. Ante estos dramas de total
indigencia y necesidad, en que viven muchos de nuestros hermanos y hermanas, es el mismo Señor Jesús quien viene a
interpelarnos (cf. Mt 25, 31-46).
14.
La primera constatación negativa que
se debe hacer es la persistencia y a veces el alargamiento del abismo entre las áreas del llamado Norte
desarrollado y la del Sur en vías de desarrollo. Esta terminología geográfica
es sólo indicativa, pues no se puede ignorar que las fronteras de la riqueza y
de la pobreza atraviesan en su interior las mismas sociedades tanto
desarrolladas como en vías de desarrollo. Pues, al igual que existen
desigualdades sociales hasta llegar a los niveles de miseria en los países
ricos, también, de forma paralela, en los países menos desarrollados se ven a
menudo manifestaciones de egoísmo y ostentación desconcertantes y escandalosas.
A la
abundancia de bienes y servicios disponibles en algunas partes del mundo, sobre
todo en el Norte desarrollado, corresponde en el Sur un inadmisible retraso y
es precisamente en esta zona geopolítica donde vive la mayor parte de la
humanidad.
Al mirar la
gama de los diversos sectores producción y distribución de alimentos, higiene,
salud y vivienda, disponibilidad de agua potable, condiciones de trabajo, en
especial el femenino, duración de la vida y otros indicadores económicos y
sociales, el cuadro general resulta desolador, bien considerándolo en sí mismo,
bien en relación a los datos correspondientes de los países más desarrollados
del mundo. La palabra « abismo » vuelve a los labios espontáneamente.
Tal vez no
es éste el vocablo adecuado para indicar la verdadera realidad, ya que puede
dar la impresión de un fenómeno estacionario.
Sin embargo, no es así. En el camino de los países desarrollados y en vías
de desarrollo se ha verificado a lo largo de estos años una velocidad diversa de aceleración, que impulsa a aumentar las
distancias. Así los países en vías de desarrollo, especialmente los más pobres,
se encuentran en una situación de gravísimo retraso. A lo dicho hay que añadir
todavía las diferencias de cultura y
de los sistemas de valores entre los
distintos grupos de población, que no coinciden siempre con el grado de desarrollo económico, sino que
contribuyen a crear distancias. Son estos los elementos y los aspectos que
hacen mucho más compleja la cuestión
social, debido a que ha asumido una dimensión mundial.
Al observar
las diversas partes del mundo separadas por la distancia creciente de este
abismo, al advertir que cada una de ellas parece seguir una determinada ruta,
con sus realizaciones, se comprende por qué en el lenguaje corriente se hable
de mundos distintos dentro de nuestro único
mundo: Primer Mundo, Segundo Mundo, Tercer Mundo y, alguna vez, Cuarto
Mundo.31 Estas expresiones, que no pretenden obviamente clasificar de
manera satisfactoria a todos los Países, son muy significativas. Son el signo
de una percepción difundida de que la unidad
del mundo, en otras palabras, la
unidad del género humano, está seriamente comprometida. Esta terminología,
por encima de su valor más o menos objetivo, esconde sin lugar a duda un
contenido moral, frente al cual la
Iglesia, que es « sacramento o signo e instrumento... de la unidad de todo el
género humano »,32 no puede permanecer indiferente.
15.
El cuadro trazado precedentemente sería sin embargo incompleto, si a los «
indicadores económicos y sociales » del subdesarrollo no se añadieran otros
igualmente negativos, más preocupantes todavía, comenzando por el plano
cultural. Estos son: el analfabetismo, la
dificultad o imposibilidad de acceder a los niveles
superiores de instrucción, la incapacidad de participar en la construcción de la propia Nación, las
diversas formas de explotación y de opresión
económica, social, política y también religiosa de la persona humana y de
sus derechos, las discriminaciones de
todo tipo, de modo especial la más odiosa basada en la diferencia racial.
Si alguna de estas plagas se halla en algunas zonas del Norte más desarrollado,
sin lugar a duda éstas son más frecuentes, más duraderas y más difíciles de
extirpar en los países en vías de desarrollo y menos avanzados.
Es menester
indicar que en el mundo actual, entre otros derechos, es reprimido a menudo el derecho de iniciativa económica. No
obstante eso, se trata de un derecho importante no sólo para el individuo en
particular, sino además para el bien común. La experiencia nos demuestra que la
negación de tal derecho o su limitación en nombre de una pretendida « igualdad
» de todos en la sociedad, reduce o, sin más, destruye de hecho el espíritu de
iniciativa, es decir, la subjetividad
creativa del ciudadano. En consecuencia, surge, de este modo, no sólo una
verdadera igualdad, sino una « nivelación descendente ». En lugar de la
iniciativa creadora nace la pasividad, la dependencia y la sumisión al aparato
burocrático que, como único órgano que « dispone » y « decide » —aunque no sea
« Poseedor »— de la totalidad de los bienes y medios de producción, pone a
todos en una posición de dependencia casi absoluta, similar a la tradicional
dependencia del obrero-proletario en el sistema capitalista. Esto provoca un sentido
de frustración o desesperación y predispone a la despreocupación de la vida
nacional, empujando a muchos a la emigración y favoreciendo, a la vez, una
forma de emigración « psicológica ».
Una
situación semejante tiene sus consecuencias también desde el punto de vista de
los « derechos de cada Nación ». En efecto, acontece a menudo que una Nación es
privada de su subjetividad, o sea, de la « soberanía » que le compete, en el
significado económico así como en el político-social y en cierto modo en el cultural,
ya que en una comunidad nacional todas estas dimensiones de la vida están
unidas entre sí.
Es
necesario recalcar, además, que ningún grupo social, por ejemplo un partido,
tiene derecho a usurpar el papel de único guía porque ello supone la destrucción
de la verdadera subjetividad de la sociedad y de las personas-ciudadanos, como
ocurre en todo totalitarismo. En esta situación el hombre y el pueblo se
convierten en « objeto », no obstante todas las declaraciones contrarias y las
promesas verbales. Llegados a este punto conviene añadir que el mundo actual se
dan otras muchas formas pobreza. En
efecto, ciertas carencias o privaciones merecen tal vez este nombre. La
negación o limitación de los derechos humanos —como, por ejemplo, el derecho a
la libertad religiosa, el derecho a participar en la construcción de la
sociedad, la libertad de asociación o de formar sindicatos o de tomar
iniciativas en materia económica— ¿no empobrecen tal vez a la persona humana
igual o más que la privación de los bienes materiales? Y un desarrollo que no
tenga en cuenta la plena afirmación de estos derechos ¿es verdaderamente
desarrollo humano?
En pocas
palabras, el subdesarrollo de nuestros días no es sólo económico, sino también
cultural, político y simplemente humano, como ya indicaba hace veinte años la
Encíclica Populorum Progressio. Por
consiguiente, es menester preguntarse si la triste realidad de hoy no sea, al
menos en parte, el resultado de una concepción
demasiado limitada, es decir, prevalentemente económica, del desarrollo.
16.
Hay que notar que, a pesar de los notables esfuerzos realizados en los dos
últimos decenios por parte de las naciones más desarrolladas o en vías de
desarrollo, y de las Organizaciones internacionales, con el fin de hallar una
salida a la situación, o al menos poner remedio a alguno de sus síntomas, las
condiciones se han agravado notablemente.
La
responsabilidad de este empeoramiento tiene causas diversas. Hay que indicar
las indudables graves omisiones por parte de las mismas naciones en vías de
desarrollo, y especialmente por parte de los que detentan su poder económico y
político. Pero tampoco podemos soslayar la responsabilidad de las naciones
desarrolladas, que no siempre, al menos en la debida medida, han sentido el
deber de ayudar a aquellos países que se separan cada vez más del mundo del
bienestar al que pertenecen.
No
obstante, es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque
manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático,
haciendo más rígida las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los
otros. Estos mecanismos, maniobrados por los países más desarrollados de modo
directo o indirecto, favorecen a causa de su mismo funcionamento los intereses
de los que los maniobran, aunque terminan por sofocar o condicionar las
economías de los países menos desarrollados. Es necesario someter en el
futuro estos mecanismos a un análisis atento bajo el aspecto ético-moral.
La Populorum
Progressio preveía ya que con semejantes sistemas aumentaría la riqueza de
los ricos, manteniéndose la miseria de los pobres.33 Una prueba de esta
previsión se tiene con la aparición del llamado Cuarto Mundo.
17. A pesar de que la sociedad mundial
ofrezca aspectos fragmentarios, expresados con los nombres convencionales de
Primero, Segundo, Tercero y también Cuarto mundo, permanece más profunda su interdependencia la cual, cuando se
separa de las exigencias éticas, tiene unas consecuencias
funestas para los más débiles. Más aún, esta interdependencia, por una especie de dinámica interior y bajo el
empuje de mecanismos que no puedan dejar de ser calificados como perversos,
provoca efectos negativos hasta en
los Países ricos. Precisamente dentro de estos Países se encuentran, aunque en
menor medida, las manifestaciones más
específicas del subdesarrollo. De suerte que debería ser una cosa sabida
que el desarrollo o se convierte en un hecho
común a todas las partes del mundo, o sufre un proceso de retroceso aún en las zonas marcadas por un constante
progreso. Fenómeno este particularmente indicador de la naturaleza del auténtico desarrollo: o participan de él
todas las naciones del mundo o no será tal ciertamente.
Entre los indicadores
específicos del subdesarrollo, que afectan de modo creciente también a los
países desarrollados, hay dos particularmente reveladores de una situación
dramática. En primer lugar, la crisis de
la vivienda. En el Año Internacional de las personas sin techo, querido por
la Organización de las Naciones Unidas, la atención se dirigía a los millones
de seres humanos carentes de una vivienda adecuada o hasta sin vivienda alguna,
con el fin de despertar la conciencia de todos y de encontrar una solución a
este grave problema, que comporta consecuencias negativas a nivel individual,
familiar y social.34
La falta de viviendas se verifica a nivel universal y se debe, en parte, al
fenómeno siempre creciente de la urbanización.35 Hasta los mismos
pueblos más desarrollados presentan el triste espectáculo de individuos y
familias que se esfuerzan literalmente por sobrevivir, sin techo o con uno tan precario que es como si no se
tuviera.
La falta de vivienda, que es un problema en sí mismo
bastante grave, es digno de ser considerado como signo o síntesis de toda una
serie de insuficiencias económicas, sociales, culturales o simplemente humanas;
y, teniendo en cuenta la extensión del fenómeno, no debería ser difícil convencerse
de cuan lejos estamos del auténtico desarrollo de los pueblos.
18.
Otro indicador, común a gran parte de las naciones, es el fenómeno del desempleo y del subdesempleo.
No hay persona que no se dé cuenta de la actualidad yde la creciente gravedad de semejante fenómeno en los países
industrializados.36 Sí este aparece de modo alarmante en los países en
vía de desarrollo, con su alto índice de crecimiento demográfico y el número
tan elevado de población juvenil, en los países de gran desarrollo económico
parece que se contraen las fuentes de
trabajo, y así, las posibilidades de empleo, en vez de aumentar,
disminuyen.
También este triste fenómeno, con su secuela de efectos
negativos a nivel individual y social, desde la degradación hasta la pérdida
del respeto que todo hombre y mujer se debe a sí mismo, nos lleva a
preguntarnos seriamente sobre el tipo de desarrollo, que se ha perseguido en el
curso de los últimos veinte años.
A este propósito viene muy oportunamente la consideración de
la Encíclica Laborem exercens: « Es
necesario subrayar que el elemento constitutivo y a su vez la verificación más adecuada de este progreso en el espíritu de justicia y
paz, que la Iglesia proclama y por el que no cesa de orar (...), es precisamente
la continua revalorización del trabajo
humano, tanto bajo el aspecto de su finalidad objetiva, como bajo el
aspecto de la dignidad del sujeto de todo trabajo, que es el hombre ». Antes bien, « no se puede menos de quedar
impresionados ante un hecho desconcertante
de grandes proporciones », es decir, que « existen ... grupos enteros de
desocupados o subocupados (...): un hecho que atestigua sin duda el que, dentro
de las comunidades políticas como en las relaciones existentes entre ellas a
nivel continental y mundial —en lo concerniente a la organización del trabajo y
del empleo— hay algo que no funciona y concretamente en los puntos más críticos
y de mayor relieve social ».37
Como el precedente, también este fenómeno, por su carácter
universal y en cierto sentido multiplicador,
representa un signo sumamente indicativo, por su incidencia negativa, del
estado y de la calidad del desarrollo de los pueblos, ante el cual nos
encontramos hoy.
19.
Otro fenómeno, también típico del último período —si bien no se encuentra
en todos los lugares—, es sin duda igualmente indicador de la interdependencia existente entre los
países desarrollados y menos desarrollados. Es la cuestión de la deuda internacional, a la que la
Pontificia Comisión Iustitia et Pax ha
dedicado un documento.38
No se puede aquí silenciar el profundo vínculo que existe entre este problema, cuya creciente
gravedad había sido ya prevista por la Populorum
Progressio,39 y la
cuestión del desarrollo de los pueblos.
La razón que
movió a los países en vías de desarrollo a acoger el ofrecimiento de abundantes
capitales disponibles fue la esperanza de poderlos invertir en actividades de
desarrollo. En consecuencia, la disponibilidad de los capitales y el hecho de
aceptarlos a título de préstamo puede considerarse una contribución al
desarrollo mismo, cosa deseable y legítima en sí misma, aunque quizás
imprudente y en alguna ocasión apresurada.
Habiendo cambiado las circunstancias tanto en los países
endeudados como en el mercado internacional financiador, el instrumento elegido
para dar una ayuda al desarrollo se ha transformado en un mecanismo contraproducente. Y esto ya sea porque los Países
endeudados, para satisfacer los compromisos de la deuda, se ven obligados a exportar
los capitales que serían necesarios para aumentar o, incluso, para mantener su
nivel de vida, ya sea porque, por la misma razón, no pueden obtener nuevas
fuentes de financiación indispensables igualmente.
Por este mecanismo, el medio destinado al desarrollo de los
pueblos se ha convertido en un freno, por
no hablar, en ciertos casos, hasta de una acentuación
del subdesarrollo.
Estas
circunstancias nos mueven a reflexionar —como afirma un reciente Documento de
la Pontificia Comisión Iustitia et Pax
40 — sobre el carácter ético de
la interdependencia de los pueblos; y, para mantenernos en la línea de la
presente consideración, sobre las exigencias y las condiciones, inspiradas
igualmente en los principios éticos, de la cooperación al desarrollo.
20.
Si examinamos ahora las causas de
este grave retraso en el proceso del desarrollo, verificado en sentido opuesto
a las indicaciones de la Encíclica Populorum
Progressio que había suscitado tantas esperanzas, nuestra atención se centra
de modo particular en las causas políticas
de la situación actual.
Encontrándonos
ante un conjunto de factores indudablemente complejos, no es posible hacer aquí
un análisis completo. Pero no se puede silenciar un hecho sobresaliente
del cuadro político que caracteriza
el período histórico posterior al segundo conflicto mundial y es un factor que
no se puede omitir en el tema del desarrollo de los pueblos.
Nos referimos a
la existencia de dos bloques contrapuestos,
designados comúnmente con los nombres convencionales de Este y Oeste, o bien de
Oriente y Occidente. La razón de esta connotación no es meramente
política, sino también, como se dice, geopolítica.
Cada uno de ambos bloques tiende
a asimilar y a agregar alrededor de sí, con diversos grados de adhesión y
participación, a otros Países o grupos de Países.
La contraposición es ante todo política, en cuanto cada bloque encuentra su identidad en un
sistema de organización de la sociedad y de la gestión del poder, que intenta
ser alternativo al otro; a su vez, la contraposición política tiene su origen
en una contraposición más profunda que es de orden ideológico.
En Occidente existe, en efecto, un sistema inspirado
históricamente en el capitalismo liberal,
tal como se desarrolló en el siglo pasado; en Oriente se da un sistema
inspirado en el colectivismo marxista, que
nació de la interpretación de la condición de la clase proletaria, realizada a
la luz de una peculiar lectura de la historia.
Cada una de estas dos ideologías, al hacer referencia a dos
visiones tan diversas del hombre, de su libertad y de su cometido social, ha
propuesto y promueve, bajo el aspecto económico, unas formas antitéticas de
organización del trabajo y de estructuras de la propiedad, especialmente en lo
referente a los llamados medios de producción.
Es inevitable que la contraposición
ideológica, al desarrollar sistemas y centros antagónicos de poder, con sus
formas de propaganda y de doctrina, se convirtiera en una creciente contraposición militar, dando origen a
dos bloques de potencias armadas, cada uno desconfiado y temeroso del
prevalecer ajeno.
A su vez, las
relaciones internacionales no podían dejar de resentir los efectos de esta «
lógica de los bloques » y de sus respectivas « esferas de influencia ». Nacida
al final de la segunda guerra mundial, la tensión entre ambos bloques ha
dominado los cuarenta años sucesivos, asumiendo unas veces el carácter de « guerra fría », otras de « guerra por poder
» mediante la instrumentalización de conflictos locales, o bien teniendo el
ánimo angustiado y en suspenso ante la amenaza de una guerra abierta y total.
Si en el momento actual tal peligro parece que es más
remoto, aun sin haber desaparecido completamente, y si se ha llegado a un primer
acuerdo sobre las destrucción de cierto tipo de armamento nuclear, la
existencia y la contraposición de bloques no deja de ser todavía un hecho real
y preocupante, que sigue condicionando el panorama mundial.
21. Esto se verifica con un efecto
particularmente negativo en las relaciones internacionales, que miran a los
Países en vías de desarrollo. En efecto, como es sabido, la tensión entre Oriente y Occidente no refleja de
por sí una oposición entre dos diversos grados de desarrollo, sino más bien
entre dos concepciones del desarrollo
mismo de los hombres y de los pueblos, de tal modo imperfectas que exigen una
corrección radical. Dicha oposición se refleja en el interior de aquellos
países, contribuyendo así a ensanchar el abismo que ya existe a nivel económico
entre Norte y Sur, y que es
consecuencia de la distancia entre los dos mundos
más desarrollados y los menos desarrollados.
Esta es una de las razones por las que la doctrina social de
la Iglesia asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como
ante el colectivismo marxista. En efecto, desde el punto de vista del
desarrollo surge espontánea la pregunta: ¿de qué manera o en qué medida estos
dos sistemas son susceptibles de transformaciones y capaces de ponerse al día,
de modo que favorezcan o promuevan un desarrollo verdadero e integral del
hombre y de los pueblos en la sociedad actual? De hecho, estas transformaciones
y puestas al día son urgentes e indispensables para la causa de un desarrollo
común a todos.
Los Países independizados recientemente, que esforzándose en
conseguir su propia identidad cultural y política necesitarían la aportación
eficaz y desinteresada de los Países más ricos y desarrollados, se encuentran
comprometidos —y a veces incluso desbordados— en conflictos ideológicos que
producen inevitables divisiones internas, llegando incluso a provocar en
algunos casos verdaderas guerras civiles. Esto sucede porque las inversiones y las ayudas para el desarrollo a menudo
son desviadas de su propio fin e instrumentalizadas para alimentar los
contrastes, por encima y en contra de los intereses de los Países que deberían
beneficiarse de ello. Muchos de ellos son cada vez más conscientes del peligro
de caer víctimas de un neocolonialismo y tratan de librarse. Esta conciencia es
tal que ha dado origen, aunque con dificultades, oscilaciones y a veces
contradicciones, al Movimiento
internacional de los Países No Alineados, el cual, en lo que constituye su
aspecto positivo, quisiera afirmar efectivamente el derecho de cada pueblo a su
propia identidad, a su propia independencia y seguridad, así como a la
participación, sobre la base de la igualdad y de la solidaridad, de los bienes
que están destinados a todos los hombres.
22.
Hechas estas consideraciones es más fácil tener una visión más clara del cuadro
de los últimos veinte años y comprender mejor los contrastes existentes en la
parte Norte del mundo, es decir, entre Oriente y Occidente, como causa no
última del retraso o del estancamiento del Sur.
Los Países
subdesarrollados, en vez de transformarse en Naciones autónomas, preocupadas de su propia marcha hacia la justa
participación en los bienes y servicios destinados a todos, se convierten en
piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco. Esto sucede a menudo en el
campo de los medios de comunicación social, los cuales, al estar dirigidos
mayormente por centros de la parte Norte del mundo, no siempre tienen en la
debida consideración las prioridades y los problemas propios de estos Países, ni
respetan su fisonomía cultural; a menudo, imponen una visión desviada de la
vida y del hombre y así no responden a las exigencias del verdadero desarrollo.
Cada uno de los dos bloques
lleva oculta internamente, a su manera, la tendencia al imperialismo, como se dice comúnmente, o
a formas de neocolonialismo: tentación nada fácil en la que se cae muchas
veces, como enseña la historia incluso reciente.
Esta situación anormal —consecuencia de una guerra y de una
preocupación exagerada, más allá de lo lícito, por razones de la propia seguridad— impide radicalmente la
cooperación solidaria de todos por el bien común del género humano, con
perjuicio sobre todo de los pueblos pacíficos, privados de su derecho de acceso
a los bienes destinados a todos los hombres.
Desde este punto de vista, la actual división del mundo es
un obstáculo directo para la
verdadera transformación de las condiciones de subdesarrollo en los Países en
vías de desarrollo y en aquellos menos avanzados. Sin embargo, los pueblos no
siempre se resignan a su suerte. Además, la misma necesidad de una economía
sofocada por los gastos militares, así como por la burocracia y su ineficiencia
intrínseca, parece favorecer ahora unos procesos que podrán hacer menos rígida
la contraposición y más fácil el comienzo de un diálogo útil y de una verdadera
colaboración para la paz.
23. La afirmación de la Encíclica Populorum Progressio, de que los
recursos destinados a la producción de armas deben ser empleados en aliviar la
miseria de las poblaciones necesitadas,41 hace más urgente el llamado a
superar la contraposición entre los dos bloques.
Hoy, en la práctica, tales recursos sirven para asegurar que
cada uno de los dos bloques pueda prevalecer sobre el otro, y garantizar así la
propia seguridad. Esta distorsión, que es un vicio de origen, dificulta a
aquellas Naciones que, desde un punto de vista histórico, económico y político
tienen la posibilidad de ejercer un liderazgo, al cumplir adecuadamente su
deber de solidaridad en favor de los pueblos que aspiran a su pleno desarrollo.
Es oportuno afirmar aquí —y no debe parecer esto una
exageración— que un papel de liderazgo entre las Naciones se puede justificar
solamente con la posibilidad y la voluntad de contribuir, de manera más amplia
y generosa, al bien común de todos.
Una Nación que cediese, más o menos conscientemente, a la
tentación de cerrarse en sí misma, olvidando la responsabilidad que le confiere
una cierta superioridad en el concierto de las Naciones, faltaría gravemente a un preciso deber ético. Esto es fácilmente reconocible en la contingencia
histórica, en la que los creyentes entrevén las disposiciones de la divina
Providencia que se sirve de las Naciones para la realización de sus planes,
pero que también « hace vanos los proyectos de los pueblos » (cf. Sal 33 (32) 10).
Cuando Occidente
parece inclinarse a unas formas de aislamiento creciente y egoísta, y Oriente,
a su vez, parece ignorar por motivos discutibles su deber de cooperación para
aliviar la miseria de los pueblos, uno se encuentra no sólo ante una traición
de las legítimas esperanzas de la humanidad con consecuencias imprevisibles,
sino ante una defección verdadera y propia respecto de una obligación moral.
24.
Si la producción de armas es un grave desorden que reina en el mundo actual
respecto a las verdaderas necesidades de los hombres y al uso de los medios
adecuados para satisfacerlas, no lo es menos el comercio de las mismas. Más aún, a propósito de esto, es preciso
añadir que el juicio moral es todavía más
severo. Como se sabe, se trata de un comercio sin fronteras capaz de
sobrepasar incluso las de los bloques. Supera la división entre Oriente y
Occidente y, sobre todo, la que hay entre Norte y Sur, llegando hasta los diversos componentes de la parte
meridional del mundo. Nos hallamos así ante un fenómeno extraño: mientras las
ayudas económicas y los planes de desarrollo tropiezan con el obstáculo de
barreras ideológicas insuperables, arancelarias y de mercado, las armas de cualquier procedencia
circulan con libertad casi absoluta en las diversas partes del mundo. Y nadie
ignora —como destaca el reciente documento de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax sobre la deuda
internacional 42— que en algunos casos, los capitales prestados por el
mundo desarrollado han servido para comprar armamentos en el mundo
subdesarrollado.
Si a todo esto se añade el peligro tremendo, conocido por todos, que representan las armas atómicas acumuladas hasta lo
increíble, la conclusión lógica es la siguiente: el panorama del mundo actual,
incluso el económico, en vez de causar preocupación por un verdadero desarrollo que conduzca a todos hacia una vida « más
humana », —como deseaba la Encíclica Populorum
Progressio 43— parece destinado a encaminarnos más rápidamente hacia la muerte.
Las consecuencias de este estado de cosas se manifiestan en
el acentuarse de una plaga típica y
reveladora de los desequilibrios y conflictos del mundo contemporáneo: los millones de refugiados, a quienes
las guerras, calamidades naturales, persecuciones y discriminaciones de todo
tipo han hecho perder casa, trabajo, familia y patria. La tragedia de estas
multitudes se refleja en el rostro descompuesto de hombres, mujeres y niños
que, en un mundo dividido e inhóspito, no consiguen encontrar ya un hogar.
Ni se pueden cerrar los ojos a otra dolorosa plaga del mundo
actual: el fenómeno del terrorismo, entendido
como propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, y crear
precisamente un clima de terror y de inseguridad, a menudo incluso con la
captura de rehenes. Aun cuando se aduce como motivación de esta actuación
inhumana cualquier ideología o la creación de una sociedad mejor, los actos de
terrorismo nunca son justificables. Pero mucho menos lo son cuando, como sucede
hoy, tales decisiones y actos, que a veces llegan a verdaderas mortandades,
ciertos secuestros de personas inocentes y ajenas a los conflictos, se proponen
un fin propagandístico en favor de la propia causa; o, peor aún, cuando son un
fin en sí mismos, de forma que se mata sólo por matar. Ante tanto horror y
tanto sufrimiento siguen siendo siempre válidas las palabras que pronuncié hace
algunos años y que quisiera repetir una vez más: « El cristianismo prohíbe ...
el recurso a las vías del odio, al asesinato de personas indefensas y a los
métodos del terrorismo ».44
25. A este respecto conviene hacer una
referencia al problema demográfico y
a la manera cómo se trata hoy, siguiendo lo que Pablo VI indicó en su Encíclica
45 y lo que expuse más extensamente en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio.46
No se puede negar la existencia —sobre todo en la parte Sur
de nuestro planeta— de un problema demográfico que crea dificultades al desarrollo.
Es preciso afirmar enseguida que en la parte Norte este problema es de signo
inverso: aquí lo que preocupa es la caída
de la tasa de la natalidad, con repercusiones en el envejecimiento de la
población, incapaz incluso de renovarse biológicamente. Fenómeno éste capaz de obstaculizar de por sí el
desarrollo. Como tampoco es exacto afirmar que tales dificultades
provengan solamente del crecimiento demográfico; no está demostrado siquiera
que cualquier crecimiento demográfico sea incompatible con un desarrollo
ordenado.
Por otra parte, resulta muy alarmante constatar en muchos
Países el lanzamiento de campañas
sistemáticas contra la natalidad, por iniciativa de sus Gobiernos, en
contraste no sólo con la identidad cultural y religiosa de los mismos Países,
sino también con la naturaleza del verdadero desarrollo. Sucede a menudo que
tales campañas son debidas a presiones y están financiadas por capitales
provenientes del extranjero y, en algún caso, están subordinadas a las mismas y
a la asistencia económico-financiera. En todo caso, se trata de una falta absoluta de respeto por la
libertad de decisión de las personas afectadas, hombres y mujeres, sometidos a
veces a intolerables presiones, incluso económicas para someterlas a esta nueva
forma de opresión. Son las poblaciones más pobres las que sufren los
atropellos, y ello llega a originar en ocasiones la tendencia a un cierto
racismo, o favorece la aplicación de ciertas formas de eugenismo, igualmente
racistas.
También este hecho, que reclama la condena más enérgica, es indicio de una concepción errada y
perversa del verdadero desarrollo humano.
26. Este panorama, predominantemente
negativo, sobre la situación real del
desarrollo en el mundo contemporáneo, no sería completo si no señalara la
existencia de aspectos positivos.
El primero es la plena conciencia, en muchísimos hombres y mujeres, de su propia
dignidad y de la de cada ser humano. Esta conciencia se expresa, por ejemplo,
en una viva preocupación porel respeto de los derechos humanos y en el
más decidido rechazo de sus violaciones. De esto es un signo revelador el
número de asociaciones privadas, algunas de alcance mundial, de reciente
creación, y casi todas comprometidas en seguir con extremo cuidado y loable
objetividad los acontecimientos internacionales en un campo tan delicado.
En este sentido
hay que reconocer la influencia ejercida
por la Declaración de los Derechos
Humanos, promulgada hace casi cuarenta años por la Organización de las
Naciones Unidas. Su misma existencia y su aceptación progresiva por la
comunidad internacional son ya testimonio de una mayor conciencia que se está
imponiendo. Lo mismo cabe decir —siempre en el campo de los derechos humanos— sobre
los otros instrumentos jurídicos de la misma Organización de las Naciones
Unidas o de otros Organismos internacionales.47
La conciencia de
la que hablamos no se refiere solamente a los individuos, sino también a las Naciones
y a los pueblos, los cuales, como
entidades con una determinada identidad cultural, son particularmente sensibles
a la conservación, libre gestión y promoción de su precioso patrimonio.
Al mismo tiempo, en este mundo dividido y turbado por toda
clase de conflictos, aumenta la convicción
de una radical interdependencia, y
por consiguiente, de una solidaridad necesaria,
que la asuma y traduzca en el plano moral. Hoy quizás más que antes, los
hombres se dan cuenta de tener un destino
común que construir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos.
Desde el fondo de la angustia, del miedo y de los fenómenos de evasión como la
droga, típicos del mundo contemporáneo, emerge
la idea de que el bien, al cual estamos llamados todos, y la felicidad a la que
aspiramos no se obtienen sin el esfuerzo
y el empeño de todos sin excepción, con la consiguiente renuncia al propio
egoísmo.
Aquí se inserta también, como signo del respeto por la vida, —no obstante todas las tentaciones por
destruirla, desde el aborto a la eutanasia— la preocupación concomitante por la paz; y, una vez más, se es
consciente de que ésta es indivisible: o
es de todos, o de nadie. Una paz que exige, cada vez más,
el respeto riguroso de la justicia, y,
por consiguiente, la distribución equitativa de los frutos del verdadero
desarrollo.48
Entre las señales positivas del presente, hay que
señalar igualmente la mayor conciencia de la limitación de los recursos
disponibles, la necesidad de respetar la integridad y los ritmos de la
naturaleza y de tenerlos en cuenta en la programación del desarrollo, en lugar
de sacrificarlo a ciertas concepciones demagógicas del mismo. Es lo que hoy se
llama la preocupación ecológica.
Es justo
reconocer también el empeño de gobernantes, políticos, economistas,
sindicalistas, hombres de ciencia y funcionarios internacionales —muchos de
ellos inspirados por su fe religiosa— por resolver generosamente con no pocos
sacrificios personales, los males del mundo y procurar por todos los medios que
un número cada vez mayor de hombres y mujeres disfruten del beneficio de la paz
y de una calidad de vida digna de este hombre.
A ello contribuyen en gran medida las grandes
Organizaciones internacionales y algunas Organizaciones regionales, cuyos
esfuerzos conjuntos permiten intervenciones de mayor eficacia.
Gracias a estas aportaciones, algunos Países del Tercer
Mundo, no obstante el peso de numerosos condicionamientos negativos, han
logrado alcanzar una cierta
autosuficiencia alimentaria, o un grado de industrialización que les
permite subsistir dignamente y garantizar fuentes de trabajo a la población
activa.
Por consiguiente, no
todo es negativo en el mundo contemporáneo —y no podía ser de otra manera—
porque la Providencia del Padre celestial vigila con amor también sobre
nuestras preocupaciones diarias (cf. Mt 6,
25-32; 10, 23-31; Lc 12, 6-7; 22,
20); es más, los valores positivos señalados revelan una nueva preocupación
moral, sobre todo en orden a los grandes problemas humanos, como son el
desarrollo y la paz.
Esta realidad me mueve a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del desarrollo de
los pueblos, de acuerdo con la Encíclica cuyo aniversario celebramos, y como
homenaje a su enseñanza.
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