I. EL COMPROMISO
ECUMENICO DE LA IGLESIA CATOLICA
El designio de Dios y la comunión
5.
Junto con todos los discípulos de Cristo, la Iglesia católica basa en el
designio de Dios su compromiso ecuménico de congregar a todos en la unidad. En
efecto, « la Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino
permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido
enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio
de comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo; a ser para
todos 'sacramento inseparable de unidad' ».4
Ya en el
Antiguo Testamento, refiriéndose a la situación de entonces del pueblo de Dios,
el profeta Ezequiel, recurriendo al simple símbolo de dos maderos primero
separados, después acercados uno al otro, expresaba la voluntad divina de «
congregar de todas las partes » a los miembros del pueblo herido: « Seré su
Dios y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las naciones que yo soy el Señor, que
santifico a Israel, cuando mi santuario esté en medio de ellos para siempre »
(cf. 37, 16-28). El Evangelio de san Juan, por su parte, y ante la situación
del pueblo de Dios en aquel tiempo, ve en la muerte de Jesús la razón de la
unidad de los hijos de Dios: « Iba a morir por la nación, y no sólo por la
nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban
dispersos » (11, 51-52). En efecto, la Carta a los Efesios enseñará que «
derribando el muro que los separaba 1 por medio de la cruz, dando en sí mismo
muerte a la enemistad », de lo que estaba dividido hizo una unidad (cf. 2,
14-16).
6.
La unidad de toda la humanidad herida es voluntad de Dios. Por esto Dios envió
a su Hijo para que, muriendo y resucitando por nosotros, nos diese su Espíritu
de amor. La víspera del sacrificio de la Cruz, Jesús mismo ruega al Padre por
sus discípulos y por todos los que creerán en El para que sean una sola cosa, una comunión viviente. De aquí se deriva no sólo
el deber, sino también la responsabilidad que incumbe ante Dios, ante su
designio, sobre aquéllos y aquéllas que, por medio del Bautismo llegan a ser el
Cuerpo de Cristo, Cuerpo en el cual debe realizarse en plenitud la
reconciliación y la comunión. ¿Cómo es posible permanecer divididos si con el
Bautismo hemos sido « inmersos » en la muerte del Señor, es decir, en el hecho
mismo en que, por medio del Hijo, Dios ha derribado los muros de la división?
La división « contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un
escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el
Evangelio a toda criatura ».5
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