Diálogo
como examen de conciencia
33.
En la intención del Concilio, el diálogo ecuménico tiene el carácter de una
búsqueda común de la verdad, particularmente sobre la Iglesia. En efecto, la
verdad forma las conciencias y orienta su actuación en favor de la unidad. Al
mismo tiempo, exige que la conciencia de los cristianos, hermanos divididos
entre sí, y sus obras se conformen a la oración de Cristo por la unidad. Existe
una correlación entre oración y diálogo. Una oración más profunda y consciente
hace el diálogo más rico en frutos. Si por una parte la oración es la condición
para el diálogo, por otra llega a ser, de forma cada vez más madura, su fruto.
34.
Gracias al diálogo ecuménico podemos hablar de mayor madurez de nuestra oración
común. Esto es posible en cuanto el
diálogo cumple también y al mismo tiempo la función de un examen de conciencia.
¿Cómo no recordar en este contexto las palabras de la Primera Carta de Juan? «
Si decimos: 'No tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros.
Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él 2 para perdonarnos los
pecados y purificarnos de toda injusticia » (1, 8-9). Juan nos lleva aún más
allá cuando afirma: « Si decimos: 'No hemos pecado', le hacemos mentiroso y su
Palabra no está en nosotros » (1, 10). Una exhortación
que reconoce tan radicalmente nuestra condición de pecadores debe ser
también una característica del espíritu con que se afronta el diálogo
ecuménico. Si éste no llegara a ser un examen de conciencia, como un « diálogo
de las conciencias », ¿podríamos contar con la certeza que la misma Carta nos
transmite? « Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno
peca, tenemos a uno que abogue ante el
Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros
pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero » (2,
1-2). El sacrificio salvífico de Cristo se ofrece por todos los pecados del
mundo, y por tanto también los cometidos contra la unidad de la Iglesia: los
pecados de los cristianos, tanto de los pastores como de los fieles. Incluso
después de tantos pecados que han contribuido a las divisiones históricas, es posible la unidad de los cristianos,
si somos conscientes humildemente de haber pecado contra la unidad y estamos
convencidos de la necesidad de nuestra conversión. No sólo se deben perdonar y
superar los pecados personales, sino también los sociales, es decir, las «
estructuras » mismas del pecado que han contribuido y pueden contribuir a la
división y a su consolidación.
35.
Una vez más el Concilio Vaticano II nos ayuda. Se puede decir que todo el
Decreto sobre el ecumenismo está lleno del espíritu de conversión. 59
El diálogo ecuménico presenta en este documento un carácter propio; se
transforma en « diálogo de la conversión », y por tanto, según la expresión de
Pablo VI, en auténtico « diálogo de salvación ».60 El diálogo no puede
desarrollarse siguiendo una trayectoria exclusivamente horizontal, limitándose
al encuentro, al intercambio de puntos de vista, o incluso de dones propios de
cada Comunidad. Tiende también y sobre todo a una dimensión vertical que lo
orienta hacia Aquél, Redentor del mundo y Señor de la historia, que es nuestra
reconciliación. La dimensión vertical del diálogo está en el común y recíproco
reconocimiento de nuestra condición de hombres y mujeres que han pecado.
Precisamente esto abre en los hermanos que viven en comunidades que no están en
plena comunión entre ellas, un espacio interior en donde Cristo, fuente de
unidad de la Iglesia, puede obrar eficazmente, con toda la potencia de su
Espíritu Paráclito.
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