Relaciones eclesiales
71.
Es necesario dar gracias también a la Divina Providencia por todos los
acontecimientos que testimonian el progreso hacia la búsqueda de la unidad. Junto
al diálogo teológico es oportuno mencionar las demás formas de encuentro, la
oración en común y la colaboración práctica. El Papa Pablo VI dio un gran
impulso a este proceso con su visita el 10 de junio de 1969 a la sede del
Consejo Ecuménico de las Iglesias en Ginebra, y recibiendo muchas veces a
representantes de varias Iglesias y Comunidades eclesiales. Estos contactos
contribuyen eficazmente a mejorar el conocimiento recíproco y a incrementar la
fraternidad cristiana.
El Papa
Juan Pablo I, al inicio de su brevísimo pontificado, manifestó la voluntad de
continuar el camino. 124 El Señor me ha concedido a mí proseguir en
esta dirección. Además de los importantes encuentros ecuménicos en Roma, una
parte significativa de mis visitas pastorales se dedica regularmente al
testimonio en favor de la unidad de los cristianos. Algunos de mis viajes
tienen incluso una « prioridad » ecuménica, especialmente en los países donde
las comunidades católicas constituyen una minoría respecto a las Comuniones posteriores
a la Reforma; o donde estas últimas representan una porción considerable de los
creyentes en Cristo de una sociedad determinada.
72.
Esto se refiere sobre todo a los países europeos, donde tuvieron inicio estas
divisiones, y a América del Norte. En este contexto, y sin hacer de menos las
demás visitas, merecen atención especial las que, en el continente europeo,
realicé por dos veces a Alemania, en noviembre de 1980 y en abril-mayo de 1987;
la visita al Reino Unido (Inglaterra, Escocia y Gales) en mayo-junio de 1982; a
Suiza en junio de 1984; y a los Países escandinavos y nórdicos (Finlandia,
Suecia, Noruega, Dinamarca e Islandia), a donde fui en junio de 1989. En el
gozo, el respeto recíproco, la solidaridad cristiana y la oración, me he
encontrado con tantos y tantos hermanos, todos comprometidos en la búsqueda de
la fidelidad al Evangelio. Constatar todo esto ha sido para mí motivo de gran
aliento. Hemos experimentado la presencia del Señor entre nosotros.
Quisiera a
este respecto recordar una actitud inspirada por la caridad fraterna y
caracterizada por la profunda luz de fe que he vivido con intensa
participación. Me refiero a las celebraciones eucarísticas que presidí en
Finlandia y Suecia durante mi viaje a los Países escandinavos y nórdicos. En el
momento de la comunión, los Obispos luteranos se acercaron al celebrante. Ellos
quisieron manifestar con un gesto concordado el deseo de alcanzar el momento en
que nosotros, católicos y luteranos, podremos participar en la misma Eucaristía,
y quisieron recibir la bendición del celebrante. Con amor, los bendije. El
mismo gesto, tan rico de significado, se repitió en Roma durante la misa que
presidí en la plaza Farnese con ocasión del VI centenario de la canonización de
santa Brígida, el 6 de octubre de 1991.
He
encontrado también sentimientos análogos al otro lado del océano, en Canadá, en
septiembre de 1984; y especialmente en septiembre de 1987 en los Estados
Unidos, donde se percibe una gran apertura ecuménica. Es el caso, por ejemplo,
del encuentro ecuménico en Columbia, en Carolina del Sur el 11 de septiembre de
1987. El hecho de que tengan lugar con regularidad estos encuentros entre los
hermanos de la « Posreforma » y el Papa es en sí mismo importante. Estoy
profundamente agradecido porque tanto los responsables de las diferentes
Comunidades, como las Comunidades en su conjunto, me han acogido de buen grado.
Desde este punto de vista considero significativa la celebración ecuménica de
la Palabra, tenida en Columbia sobre el tema de la familia.
73.
Además es motivo de gran alegría comprobar que durante el período posconciliar
y en las Iglesias locales abundan las iniciativas y las acciones en favor de la
unidad de los cristianos, las cuales extienden su incidencia directa a las
Conferencias episcopales, diócesis y comunidades parroquiales, así como a los
distintos movimientos eclesiales.
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