III. QUANTA EST NOBIS
VIA?
Continuar
intensificando el diálogo
77.
Podemos ahora preguntarnos cuánto camino nos separa todavía del feliz día en
que se alcance la plena unidad en la fe y podamos concelebrar en concordia la
sagrada Eucaristía del Señor. El mejor conocimiento recíproco que ya se da
entre nosotros, las convergencias doctrinales alcanzadas, que han tenido como
consecuencia un crecimiento afectivo y efectivo de la comunión, no son
suficientes para la conciencia de los cristianos que profesan la Iglesia una,
santa, católica y apostólica. El fin último del movimiento ecuménico es el
restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados.
En vista de
esta meta, todos los resultados alcanzados hasta ahora no son más que una
etapa, si bien prometedora y positiva.
78.
Dentro del movimiento ecuménico, no es sólo la Iglesia católica, junto con las
Iglesias ortodoxas, quien posee esta concepción exigente de la unidad querida
por Dios. La tendencia hacia una unidad de este tipo aparece expresada también
por otros. 129
El
ecumenismo implica que las Comunidades cristianas se ayuden mutuamente para que
en ellas esté verdaderamente presente todo el contenido y todas las exigencias
de « la herencia transmitida por los Apóstoles ».130 Sin eso, la plena
comunión nunca será posible. Esta ayuda mutua en la búsqueda de la verdad es
una forma suprema de caridad evangélica.
La búsqueda
de la unidad se ha puesto de manifiesto en varios documentos de las numerosas
Comisiones mixtas internacionales de diálogo. En tales textos se trata del
Bautismo, de la Eucaristía, del Ministerio y la Autoridad partiendo de una
cierta unidad fundamental de doctrina.
De esta
unidad fundamental, aunque parcial, se debe pasar ahora a la necesaria y
suficiente unidad visible, que se exprese en la realidad concreta, de modo que
las Iglesias realicen verdaderamente el signo de aquella comunión plena en la
Iglesia una, santa, católica y apostólica que se realizará en la concelebración
eucarística.
Este camino
hacia la necesaria y suficiente unidad visible, en la comunión de la única
Iglesia querida por Cristo, exige todavía un trabajo paciente y audaz. Para
ello es necesario no imponer más cargas de las indispensables (cf. Hch 15, 28).
79.
Desde ahora es posible indicar los argumentos que deben ser profundizados para
alcanzar un verdadero consenso de fe: 1) las relaciones entre la sagrada
Escritura, suprema autoridad en materia de fe, y la sagrada Tradición,
interpretación indispensable de la palabra de Dios; 2) la Eucaristía,
sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo, ofrenda de alabanza al Padre,
memorial sacrificial y presencia real de Cristo, efusión santificadora del
Espíritu Santo; 3) el Orden, como sacramento, bajo el triple ministerio del
episcopado, presbiterado y diaconado; 4) el Magisterio de la Iglesia, confiado
al Papa y a los Obispos en comunión con él, entendido como responsabilidad y
autoridad en nombre de Cristo para la enseñanza y salvaguardia de la fe; 5) la
Virgen María, Madre de Dios e Icono de la Iglesia, Madre espiritual que
intercede por los discípulos de Cristo y por toda la humanidad.
En este
valiente camino hacia la unidad, la claridad y prudencia de la fe nos llevan a
evitar el falso irenismo y el desinterés por las normas de la Iglesia.
131 Inversamente, la misma claridad y la misma prudencia nos
recomiendan evitar la tibieza en la búsqueda de la unidad y más aún la
oposición preconcebida, o el derrotismo que tiende a ver todo como negativo.
Mantener
una visión de la unidad que tenga presente todas las exigencias de la verdad
revelada no significa poner un freno al movimiento ecuménico. 132 Al
contrario, significa no contentarse con soluciones aparentes, que no
conducirían a nada estable o sólido. 133 La exigencia de la verdad debe
llegar hasta el fondo. ¿Acaso no es ésta la ley del Evangelio?
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