«Maestro, ¿qué he de
hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» (Mt 19, 16)
8.
Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a
Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e
ineludible para la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que
hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye que hay
una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino. Él
es un israelita piadoso que ha crecido, diríamos, a la sombra de la Ley del
Señor. Si plantea esta pregunta a Jesús, podemos imaginar que no lo hace porque
ignora la respuesta contenida en la Ley. Es más probable que la fascinación por
la persona de Jesús haya hecho que surgieran en él nuevos interrogantes en
torno al bien moral. Siente la necesidad de confrontarse con aquel que había
iniciado su predicación con este nuevo y decisivo anuncio: «El tiempo se ha
cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1, 15).
Es necesario que el hombre de hoy se dirija
nuevamente a Cristo para obtener de él la respuesta sobre lo que es bueno y lo
que es malo. Él es
el Maestro, el Resucitado que tiene en sí mismo la vida y que está siempre
presente en su Iglesia y en el mundo. Es él quien desvela a los fieles el libro
de las Escrituras y, revelando plenamente la voluntad del Padre, enseña la
verdad sobre el obrar moral. Fuente y culmen de la economía de la salvación,
Alfa y Omega de la historia humana (cf. Ap
1, 8; 21, 6; 22, 13), Cristo revela la condición del hombre y su vocación
integral. Por esto, «el hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí
mismo —y no sólo según pautas y medidas de su propio ser, que son inmediatas,
parciales, a veces superficiales e incluso aparentes—, debe, con su inquietud,
incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su
muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en él con todo su
ser, debe apropiarse y asimilar toda
la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si
se realiza en él este hondo proceso, entonces da frutos no sólo de adoración a
Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo» 16.
Si
queremos, pues, penetrar en el núcleo de la moral evangélica y comprender su
contenido profundo e inmutable, debemos escrutar cuidadosamente el sentido de
la pregunta hecha por el joven rico del evangelio y, más aún, el sentido de la
respuesta de Jesús, dejándonos guiar por él. En efecto, Jesús, con delicada
solicitud pedagógica, responde llevando al joven como de la mano, paso a paso,
hacia la verdad plena.
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