«Conoceréis la verdad
y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32)
31.
Los problemas humanos más debatidos y resueltos de manera diversa en la
reflexión moral contemporánea se relacionan, aunque sea de modo distinto, con
un problema crucial: la libertad del
hombre.
No hay duda
de que hoy día existe una concientización particularmente viva sobre la
libertad. «Los hombres de nuestro tiempo tienen una conciencia cada vez mayor
de la dignidad de la persona humana», como constataba ya la declaración
conciliar Dignitatis humanae sobre la
libertad religiosa 52. De ahí la reivindicación de la posibilidad de
que los hombres «actúen según su propio criterio y hagan uso de una libertad
responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la conciencia del deber»
53. En concreto, el derecho a la libertad religiosa y al respeto de la
conciencia en su camino hacia la verdad es sentido cada vez más como fundamento
de los derechos de la persona, considerados en su conjunto 54.
De este
modo, el sentido más profundo de la dignidad de la persona humana y de su
unicidad, así como del respeto debido al camino de la conciencia, es
ciertamente una adquisición positiva de la cultura moderna. Esta percepción,
auténtica en sí misma, ha encontrado múltiples expresiones, más o menos
adecuadas, de las cuales algunas, sin embargo, se alejan de la verdad sobre el
hombre como criatura e imagen de Dios y necesitan por tanto ser corregidas o
purificadas a la luz de la fe 55.
32.
En algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de
considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta
dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo
trascendente o las que son explícitamente ateas. Se han atribuido a la
conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio
moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el mal. Al
presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido
indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho
mismo de que proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la
necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de
autenticidad, de «acuerdo con uno mismo», de tal forma que se ha llegado a una
concepción radicalmente subjetivista del juicio moral.
Como se
puede comprender inmediatamente, no es ajena a esta evolución la crisis en torno a la verdad. Abandonada
la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana puede
conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la
conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como
acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento
universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre
la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está
orientado a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de
modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta
visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se
encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás. El individualismo,
llevado a sus extremas consecuencias, desemboca en la negación de la idea misma
de naturaleza humana.
Estas
diferentes concepciones están en la base de las corrientes de pensamiento que
sostienen la antinomia entre ley moral y conciencia, entre naturaleza y
libertad.
33.
Paralelamente a la exaltación de la
libertad, y paradójicamente en contraste con ella, la cultura moderna pone radicalmente en duda esta misma libertad. Un
conjunto de disciplinas, agrupadas bajo el nombre de «ciencias humanas», han
llamado justamente la atención sobre los condicionamientos de orden psicológico
y social que pesan sobre el ejercicio de la libertad humana. El conocimiento de
tales condicionamientos y la atención que se les presta son avances importantes
que han encontrado aplicación en diversos ámbitos de la existencia, como por
ejemplo en la pedagogía o en la administración de la justicia. Pero algunos de
ellos, superando las conclusiones que se pueden sacar legítimamente de estas
observaciones, han llegado a poner en duda o incluso a negar la realidad misma
de la libertad humana.
Hay que
recordar también algunas interpretaciones abusivas de la investigación
científica en el campo de la antropología. Basándose en la gran variedad de
costumbres, hábitos e instituciones presentes en la humanidad, se llega a
conclusiones que, aunque no siempre niegan los valores humanos universales, sí
llevan a una concepción relativista de la moral.
34.
«Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». La pregunta moral, a la que responde
Cristo, no puede prescindir del problema
de la libertad, es más, lo considera central, porque no existe moral sin
libertad: «El hombre puede convertirse al bien sólo en la libertad» 56.
Pero, ¿qué libertad? El Concilio
—frente a aquellos contemporáneos nuestros que «tanto defienden» la libertad y
que la «buscan ardientemente», pero que «a menudo la cultivan de mala manera,
como si fuera lícito todo con tal de que guste, incluso el mal»—, presenta la verdadera libertad: «La verdadera
libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Pues quiso Dios
"dejar al hombre en manos de su propia decisión" (cf. Si 15, 14), de modo que busque sin
coacciones a su Creador y, adhiriéndose a él, llegue libremente a la plena y
feliz perfección» 57. Si existe el derecho de ser respetados en el propio
camino de búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave
para cada uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida 58.
En este sentido el cardenal J. H. Newman, gran defensor de los derechos de la
conciencia, afirmaba con decisión: «La conciencia tiene unos derechos porque
tiene unos deberes» 59.
Algunas
tendencias de la teología moral actual, bajo el influjo de las corrientes
subjetivistas e individualistas a que acabamos de aludir, interpretan de manera
nueva la relación de la libertad con la ley moral, con la naturaleza humana y
con la conciencia, y proponen criterios innovadores de valoración moral de los
actos. Se trata de tendencias que, aun en su diversidad, coinciden en el hecho
de debilitar o incluso negar la
dependencia de la libertad con respecto a la verdad.
Si queremos
hacer un discernimiento crítico de estas tendencias —capaz de reconocer cuanto
hay en ellas de legítimo, útil y valioso y de indicar, al mismo tiempo, sus
ambigüedades, peligros y errores—, debemos examinarlas teniendo en cuenta que
la libertad depende fundamentalmente de la verdad. Dependencia que ha sido
expresada de manera límpida y autorizada por las palabras de Cristo:
«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32).
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