Caminar en la luz (cf. 1 Jn 1, 7)
88.
La contraposición, más aún, la radical separación entre libertad y verdad es
consecuencia, manifestación y realización de otra dicotomía más grave y nociva: la que se produce entre fe y moral.
Esta separación
constituye una de las preocupaciones pastorales más agudas de la Iglesia en el
presente proceso de secularismo, en el cual muchos hombres piensan y viven como si Dios no existiera. Nos
encontramos ante una mentalidad que abarca —a menudo de manera profunda, vasta
y capilar— las actitudes y los comportamientos de los mismos cristianos, cuya
fe se debilita y pierde la propia originalidad de nuevo criterio de
interpretación y actuación para la existencia personal, familiar y social. En
realidad, los criterios de juicio y de elección seguidos por los mismos
creyentes se presentan frecuentemente —en el contexto de una cultura
ampliamente descristianizada— como extraños e incluso contrapuestos a los del
Evangelio.
Es, pues, urgente
que los cristianos descubran la novedad
de su fe y su fuerza de juicio ante la cultura dominante e invadiente: «En
otro tiempo fuisteis tinieblas —nos recuerda el apóstol Pablo—; mas ahora sois
luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste
en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no
participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien,
denunciadlas... Mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino
como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son
malos» (Ef 5, 8-11. 15-16; cf.
1 Ts 5, 4-8).
Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro
de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se
han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido
personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida. Pero, una palabra no es acogida
auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La fe
es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo,
comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, camino, verdad y vida
(cf. Jn 14, 6). Implica un acto de
confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Ga 2, 20), o sea, en el mayor amor a
Dios y a los hermanos.
89. La fe tiene también un contenido
moral: suscita y exige un compromiso coherente de vida; comporta y perfecciona
la acogida y la observancia de los mandamientos divinos. Como dice el
evangelista Juan, «Dios es Luz, en él no hay tinieblas alguna. Si decimos que estamos en comunión con él y
caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad... En esto sabemos que
le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: "Yo le
conozco" y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está
en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios
ha llegado a su plenitud. En esto
conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como
vivió él» (1 Jn 1, 5-6; 2, 3-6).
A través de la
vida moral la fe llega a ser confesión, no
sólo ante Dios, sino también ante los hombres: se convierte en testimonio. «Vosotros sois la
luz del mundo —dice Jesús—. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de
un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín,
sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos» (Mt 5, 14-16).
Estas obras son sobre todo las de la caridad (cf. Mt 25, 31-46) y de la auténtica libertad, que se manifiesta y vive
en el don de uno mismo. Hasta el
don total de uno mismo, como hizo Cristo, que en la cruz «amó a la Iglesia
y se entregó a sí mismo por ella» (Ef
5, 25). El testimonio de Cristo es fuente, paradigma y auxilio para el
testimonio del discípulo, llamado a seguir el mismo camino: «Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9, 23). La caridad, según las
exigencias del radicalismo evangélico, puede llevar al creyente al testimonio
supremo del martirio. Siguiendo el
ejemplo de Jesús que muere en cruz, escribe Pablo a los cristianos de Efeso:
«Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos y vivid en el amor como
Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave
aroma» (Ef 5, 1-2).
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