III. EL ANTIGUO
TESTAMENTO
4. El concepto de « misericordia » en el Antiguo Testamento
El concepto de « misericordia » tiene en el Antiguo
Testamento una larga y rica historia. Debemos remontarnos hasta ella para que resplandezca más plenamente la
misericordia revelada por Cristo. Al revelarla con sus obras y sus enseñanzas,
El se estaba dirigiendo a hombres, que no sólo conocían el concepto de
misericordia, sino que además, en cuanto
pueblo de Dios de la Antigua Alianza, habían sacado de su historia
plurisecular una experiencia peculiar de
la misericordia de Dios. Esta experiencia era social y comunitaria, como
también individual e interior.
Efectivamente,
Israel fue el pueblo de la alianza con Dios, alianza que rompió muchas veces.
Cuando a su vez adquiría conciencia de la propia infidelidad —y a lo largo de
la historia de Israel no faltan profetas y hombres que despiertan tal conciencia—
se apelaba a la misericordia. A este respecto los Libros del Antiguo Testamento
nos ofrecen muchísimos testimonios. Entre los hechos y textos de mayor relieve
se pueden recordar: el comienzo de la historia de los Jueces,31 la
oración de Salomón al inaugurar el Templo,32 una parte de la
intervención profética de Miqueas,33 las consoladoras garantías
ofrecidas por Isaías,34 la súplica de los hebreos
desterrados,35 la renovación de la alianza después de la vuelta del
exilio.36
Es
significativo que los profetas en su predicación pongan la misericordia, a la
que recurren con frecuencia debido a los pecados del pueblo, en conexión con la
imagen incisiva del amor por parte de Dios. El Señor ama a Israel con el amor
de una peculiar elección, semejante al amor de un esposo,37 y por esto
perdona sus culpas e incluso sus infidelidades y traiciones. Cuando se ve de
cara a la penitencia, a la conversión auténtica, devuelve de nuevo la gracia a
su pueblo.38 En la predicación de los profetas la misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el pecado y la infidelidad del
pueblo elegido.
En este
amplio contexto « social », la misericordia aparece como elemento correlativo
de la experiencia interior de las personas en particular, que versan en estado
de culpa o padecen toda clase de sufrimientos y desventuras. Tanto el mal físico como el mal moral o
pecado hacen que los hijos e hijas de Israel se dirijan al Señor
recurriendo a su misericordia. Así lo hace David, con la conciencia de la
gravedad de su culpa.39 Y así lo hace también Job, después de sus
rebeliones, en medio de su tremenda desventura.40 A él se dirige
igualmente Ester, consciente de la amenaza mortal a su pueblo.41 En los
Libros del Antiguo Testamento podemos ver otros muchos ejemplos.42
En el
origen de esta multiforme convicción comunitaria y personal, como puede
comprobarse por todo el Antiguo Testamento a lo largo de los siglos, se coloca
la experiencia fundamental del pueblo elegido, vivida en tiempos del éxodo: el
Señor vio la miseria de su pueblo, reducido a la esclavitud, oyó su grito,
conoció sus angustias y decidió liberarlo.43 En este acto de salvación
llevado a cabo por el Señor, el profeta supo individuar su amor y
compasión.44 Es aquí precisamente donde radica la seguridad que abriga
todo el pueblo y cada uno de sus miembros en la misericordia divina, que se
puede invocar en circunstancias dramáticas.
A esto se añade
el hecho de que la miseria del hombre es también su pecado. El pueblo de la
Antigua Alianza conoció esta miseria desde los tiempos del éxodo, cuando
levantó el becerro de oro. Sobre este gesto de ruptura de la alianza, triunfó
el Señor mismo, manifestándose solemnemente a Moisés como « Dios de ternura y
de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad ».45 Es en
esta revelación central donde el pueblo elegido y cada uno de sus miembros
encontrarán, después de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al
Señor con el fin de recordarle lo que El había revelado de sí mismo 46
y para implorar su perdón.
Y así,
tanto en sus hechos como en sus palabras, el Señor ha revelado su misericordia
desde los comienzos del pueblo que escogió para sí y, a lo largo de la
historia, este pueblo se ha confiado continuamente, tanto en las desgracias
como en la toma de conciencia de su pecado, al Dios de las misericordias. Todos
los matices del amor se manifiestan en la misericordia del Señor para con los
suyos: él es su padre,47 ya que Israel es su hijo
primogénito;48 él es también esposo de la que el profeta anuncia con un
nombre nuevo, ruhama, «muy amada », porque será tratada con misericordia.49
Incluso
cuando, exasperado por la infidelidad de su pueblo, el Señor decide acabar con
él, siguen siendo la ternura y el amor generoso para con el mismo lo que le
hace superar su cólera.50 Es fácil entonces comprender por qué los
Salmistas, cuando desean cantar las alabanzas más sublimes del Señor, entonan
himnos al Dios del amor, de la ternura, de la misericordia y de la
fidelidad.51
De todo
esto se deduce que la misericordia no pertenece únicamente al concepto de Dios,
sino que es algo que caracteriza la vida de todo el pueblo de Israel y también
de sus propios hijos e hijas: es el
contenido de la intimidad con su Señor, el contenido de su diálogo con El.
Bajo este aspecto precisamente la misericordia es expresada en los Libros del
Antiguo Testamento con una gran riqueza de expresiones. Sería quizá difícil
buscar en estos Libros una respuesta puramente teórica a la pregunta sobre en
qué consiste la misericordia en sí misma. No obstante, ya la terminología que en ellos se utiliza,
puede decirnos mucho a tal respecto.52
El Antiguo
Testamento proclama la misericordia del Señor sirviéndose de múltiples términos
de significado afín entre ellos; se diferencian en su contenido peculiar, pero tienden —podríamos decir— desde
angulaciones diversas hacia un único contenido fundamental para expresar su
riqueza trascendental y al mismo tiempo acercarla al hombre bajo distintos
aspectos. El Antiguo Testamento anima a los hombres desventurados, en primer
lugar a quienes versan bajo el peso del pecado —al igual que a todo Israel que
se había adherido a la alianza con Dios— a
recurrir a la misericordia y les
concede contar con ella: la recuerda en los momentos de caída y de
desconfianza. Seguidamente, de gracias y
gloria cada vez que se ha manifestado y cumplido, bien sea en la vida del
pueblo, bien en la vida de cada individuo.
De este
modo, la misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se
revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que
ella. Ya el Antiguo Testamento enseña que, si bien la justicia es auténtica
virtud en el hombre y, en Dios, significa la más « grande » que ella: es
superior en el sentido de que es primario y fundamental. El amor, por así
decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es servidora de
la caridad. La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia (lo
cual es característico de toda la revelación) se manifiestan precisamente a través de la misericordia. Esto pareció tan claro a los Salmistas y a los
Profetas que el término mismo de justicia
terminó por significar la salvación llevada a cabo por el Señor y su
misericordia.53 La misericordia
difiere de la justicia pero no está en contraste con ella, siempre que
admitamos en la historia del hombre —como
lo hace el Antiguo Testamento— la
presencia de Dios, el cual ya en cuanto creador se ha vinculado con especial
amor a su criatura. El amor, por su naturaleza, excluye el odio y el deseo de
mal, respecto a aquel que una vez ha hecho donación de sí mismo: nihil odisti eorum quae fecisti: « nada aborreces de lo que has hecho
».54 Estas palabras indican el fundamento profundo de la relación entre
la justicia y la misericordia en Dios, en sus relaciones con el hombre y con el
mundo. Nos están diciendo que debemos buscar las raíces vivificantes y las
razones íntimas de esta relación, remontándonos al « principio », en el misterio mismo de la creación. Ya
en el contexto de la Antigua Alianza anuncian de antemano la plena revelación
de Dios que « es amor ».55
Con el
misterio de la creación está vinculado el
misterio de la elección, que ha plasmado de manera peculiar la historia del
pueblo, cuyo padre espiritual es Abraham en virtud de su fe. Sin embargo,
mediante este pueblo que camina a lo largo de la historia, tanto de la Antigua
como de la Nueva Alianza, ese misterio de la elección se refiere a cada hombre,
a toda la gran familia humana: « Con amor eterno te amé, por eso te he
mantenido mi favor ».56 « Aunque se retiren los montes..., no se
apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará ».57 Esta verdad,
anunciada un día a Israel, lleva dentro de sí la perspectiva de la historia
entera del hombre: perspectiva que es
a la vez temporal y escatológica.58
Cristo revela al Padre en la misma perspectiva y sobre un terreno ya
preparado, como lo demuestran amplias páginas de los escritos del Antiguo
Testamento. Al final de tal revelación, en la víspera de su muerte, dijo El al
apóstol Felipe estas memorables palabras: « ¿Tanto tiempo ha que estoy con
vosotros y no me habéis conocido? El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre ».59
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