11. Fuentes de
inquietud
De ahí que
aumente en nuestro mundo la sensación de amenaza. Aumenta el temor existencial
ligado sobre todo —como ya insinué en la Encíclica Redemptor Hominis— a la perspectiva de un conflicto que, teniendo
en cuenta los actuales arsenales atómicos, podría significar la autodestrucción
parcial de la humanidad. Sin embargo, la amenaza no concierne únicamente a lo
que los hombres pueden hacer a los hombres, valiéndose de los medios de la
técnica militar; afecta también a otros muchos peligros, que son el producto de
una civilización materialística, la cual —no obstante declaraciones «
humanísticas »— acepta la primacía de las cosas sobre la persona. El hombre
contemporáneo tiene pues miedo de que con el uso de los medios inventados por
este tipo de civilización, cada individuo,
lo mismo que los ambientes, las comunidades, las sociedades, las naciones, pueda ser víctima del atropello de otros individuos, ambientes, sociedades.
La historia de nuestro siglo ofrece abundantes ejemplos. A pesar de todas las
declaraciones sobre los derechos del hombre en su dimensión integral, esto es,
en su existencial corporal y espiritual, no podemos decir que estos ejemplos
sean solamente cosa del pasado.
El hombre
tiene precisamente miedo de ser víctima de una opresión que lo prive de la
libertad interior, de la posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de
la que está convencido, de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la
voz de la conciencia que le indica la recta vía a seguir. Los medios técnicos a
disposición de la civilización actual, ocultan, en efecto, no sólo la
posibilidad de una auto-destrucción por vía de un conflicto militar, sino
también la posibilidad de una subyugación
« pacífica » de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades
enteras y de naciones, que por cualquier motivo pueden resultar incómodos a
quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos
sin escrúpulos. Se piense también en la tortura, todavía existente en el mundo,
ejercida sistemáticamente por la autoridad como instrumento de dominio y de
atropello político, y practicada impunemente por los subalternos.
Así pues,
junto a la conciencia de la amenaza biológica, crece la conciencia de otra
amenaza, que destruye aún más lo que es esencialmente humano, lo que está en
conexión íntima con la dignidad de la persona, con su derecho a la verdad y a
la libertad.
Todo esto
se desarrolla sobre el fondo de un
gigantesco remordimiento constituido por el hecho de que, al lado de los
hombres y de las sociedades bien acomodadas y saciadas, que viven en la
abundancia, sujetas al consumismo y al disfrute, no faltan dentro de la misma
familia humana individuos ni grupos sociales que sufren el hambre. No faltan niños que mueren de hambre a la
vista de sus madres. No faltan en diversas partes del mundo, en diversos
sistemas socioeconómicos, áreas enteras de miseria, de deficiencia y de
subdesarrollo. Este hecho es universalmente conocido. El estado de desigualdad entre hombres y pueblos no sólo perdura,
sino que va en aumento. Sucede todavía que, al lado de los que viven acomodados
y en la abundancia, existen otros que viven en la indigencia, sufren la miseria
y con frecuencia mueren incluso de hambre; y su número alcanza decenas y
centenares de millones. Por esto, la inquietud moral está destinada a hacerse
más profunda. Evidentemente, un defecto fundamental o más bien un conjunto de
defectos, más aún, un mecanismo defectuoso está en la base de la economía
contemporánea y de la civilización materialista, que no permite a la familia
humana alejarse, yo diría, de situaciones tan radicalmente injustas
Esta imagen
del mundo de hoy, donde existe tanto mal físico y moral como para hacer de él
un mundo enredado en contradicciones y tensiones y, al mismo tiempo, lleno de
amenazas dirigidas contra la libertad humana, la conciencia y la religión,
explica la inquietud a la que está sujeto el hombre contemporáneo Tal inquietud
es experimentada no sólo por quienes son marginados u oprimidos, sino también
por quienes disfrutan de los privilegios de la riqueza, del progreso, del
poder. Y. si bien no faltan tampoco quienes buscan poner al descubierto las
causas de tales inquietudes o reaccionar con medios inmediatos puestos a su
alcance por la técnica, la riqueza o el poder, sin embargo en lo más profundo
del ánimo humano esa inquietud supera
todos los medios provisionales. Afecta —como han puesto justamente de
relieve los análisis del Concilio Vaticano II— los problemas fundamentales de
toda la existencia humana Esta inquietud está vinculada con el sentido mismo de
la existencia del hombre en el mundo; es inquietud para el futuro del hombre y
de toda la humanidad, y exige resoluciones decisivas que ya parecen imponerse
al género humano
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