12. ¿ Basta la justicia ?
No es
difícil constatar que el sentido de la
justicia se ha despertado a gran escala en el mundo contemporáneo; sin
duda, ello pone mayormente de relieve lo que está en contraste con la justicia
tanto en las relaciones entre los hombres, los grupos sociales o las « clases
», como entre cada uno de los pueblos y estados, y entre los sistemas
políticos, más aún, entre los diversos mundos Esta corriente profunda y
multiforme, en cuya base la conciencia humana contemporánea ha situado la
justicia, atestigua el carácter ético de las tensiones y de las luchas que
invaden el mundo
La Iglesia comparte con los hombres de nuestro
tiempo este
profundo y ardiente deseo de una vida justa bajo todos los aspectos y no se
abstiene ni siquiera de someter a reflexión los diversos aspectos de la
justicia, tal como lo exige la vida de los hombres y de las sociedades Prueba
de ello es el campo de la doctrina social católica ampliamente desarrollada en
el arco del último siglo. Siguiendo las huellas de tal enseñanza procede la
educación y la formación de las conciencias humanas en el espíritu de la
justicia, lo mismo que las iniciativas concretas, sobre todo en el ámbito del
apostolado de los seglares, que se van desarrollando en tal sentido
No
obstante, sería difícil no darse uno cuenta de que no raras veces los programas que parten de la idea de
justicia y que deben servir a ponerla en práctica en la convivencia de los
hombres, de los grupos y de las sociedades humanas, en la práctica sufren deformaciones. Por más que sucesivamente
recurran a la misma idea de justicia, sin embargo la experiencia demuestra que
otras fuerzas negativas, como son el rencor, el odio e incluso la crueldad han
tomado la delantera a la justicia. En tal caso el ansia de aniquilar al
enemigo, de limitar su libertad y hasta de imponerle una dependencia total, se
convierte en el motivo fundamental de la acción; esto contrasta con la esencia
de la justicia, la cual tiende por naturaleza a establecer la igualdad y la
equiparación entre las partes en conflicto. Esta especie de abuso de la idea de
justicia y la alteración práctica de ella atestiguan hasta qué punto la acción
humana puede alejarse de la misma justicia, por más que se haya emprendido
en su nombre. No en vano Cristo contestaba a sus oyentes, fieles a la doctrina
del Antiguo Testamento, la actitud que ponían de manifiesto las palabras: « Ojo
por ojo y diente por diente ».111 Tal era la forma de alteración de la
justicia en aquellos tiempos; las formas de hoy día siguen teniendo en ella su
modelo. En efecto, es obvio que, en nombre de una presunta justicia (histórica
o de clase, por ejemplo), tal vez se aniquila al prójimo, se le mata, se le
priva de la libertad, se le despoja de los elementales derechos humanos. La
experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por si
sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al
aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en
sus diversas dimensiones. Ha sido ni más ni menos la experiencia histórica la
que entre otras cosas ha llevado a formular esta aserción: summum ius, summa iniuria. Tal afirmación no disminuye el valor de
la justicia ni atenúa el significado del orden instaurado sobre ella; indica
solamente, en otro aspecto, la necesidad de recurrir a las fuerzas del
espíritu, más profundas aún, que condicionan el orden mismo de la justicia.
Teniendo a
la vista la imagen de la generación a la que pertenecemos, la Iglesia comparte la inquietud de tantos hombres contemporáneos. Por
otra parte, debemos preocuparnos también por el ocaso de tantos valores fundamentales que constituyen un bien
indiscutible no sólo de la moral cristiana, sino simplemente de la moral humana, de la cultura moral, como el respeto a la vida
humana desde el momento de la concepción, el respeto al matrimonio en su unidad
indisoluble, el respeto a la estabilidad de la familia. El permisivismo moral
afecta sobre todo a este ámbito más sensible de la vida y de la convivencia
humana. A él van unidas la crisis de la verdad en las relaciones interhumanas,
la falta de responsabilidad al hablar, la relación meramente utilitaria del
hombre con el hombre, la disminución del sentido del auténtico bien común y la
facilidad con que éste es enajenado. Finalmente, existe la desacralización que
a veces se transforma en « deshumanización »: el hombre y la sociedad para
quienes nada es « sacro » van decayendo oralmente, a pesar de las apariencias.
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