VII. LA MISERICORDIA DE DIOS
EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA
En relación con esta imagen de nuestra generación, que no
deja de suscitar una profunda inquietud, vienen a la
mente las palabras que, con motivo de la encarnación del Hijo de Dios,
resonaron en el Magnificat de María y
que cantan la misericordia... de generación en generación ». Conservando siempre en el corazón la elocuencia
de estas palabras inspiradas y aplicándolas a las experiencias y sufrimientos
propios de la gran familia humana, es menester que la Iglesia de nuestro tiempo
adquiera conciencia más honda y concreta de la necesidad de dar testimonio de la misericordia de Dios en
toda su misión, siguiendo las huellas de la tradición de la Antigua y Nueva
Alianza, en primer lugar del mismo Cristo y de sus Apóstoles. La Iglesia debe
dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión
de Mesías, profesándola principalmente
como verdad salvífica de fe necesaria para una vida coherente con la misma fe, tratando después de introducirla y
encarnarla en la vida bien sea de sus fieles, bien sea—en cuanto posible—en
la de todos los hombres de buena voluntad. Finalmente, la Iglesia—profesando la
misericordia y permaneciendo siempre fiel a ella—tiene el derecho y el deber de
recurrir a la misericordia de Dios, implorándola
frente a todos los fenómenos del mal físico y moral, ante todas las
amenazas que pesan sobre el entero horizonte de la vida de la humanidad
contemporánea.
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