2. Padre, Hijo y
Espíritu Santo
8.
Una característica del texto joánico es que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo son llamados claramente Personas; la primera es distinta de la segunda y
de la tercera, y éstas también lo son entre sí. Jesús habla del Espíritu
Paráclito usando varias veces el pronombre personal « él »; y al mismo tiempo,
en todo el discurso de despedida, descubre los lazos que unen recíprocamente al
Padre, al Hijo y al Paráclito. Por tanto, « el Espíritu ... procede del Padre »
28 y el Padre « dará » el Espíritu.29 El Padre « enviará » el
Espíritu en nombre del Hijo, 30 el Espíritu « dará testimonio » del
Hijo.31 El Hijo pide al Padre que envíe el Espíritu Paráclito,32
pero afirma y promete, además, en relación con su « partida » a través de la
Cruz: « Si me voy, os lo enviaré ».33
Así pues, el Padre envía el Espíritu Santo con el poder de su paternidad,
igual que ha enviado al Hijo,34 y al mismo tiempo lo envía con la
fuerza de la redención realizada por Cristo; en este sentido el Espíritu Santo
es enviado también por el Hijo: « os lo enviaré ».
Conviene
notar aquí que si todas las demás promesas hechas en el Cenáculo anunciaban la
venida del Espíritu Santo después de
la partida de Cristo, la contenida en el texto de Juan comprende y subraya
claramente también la relación de interdependencia, que se podría llamar causal, entre la manifestación de ambos:
« Pero si me voy, os le enviaré ». El Espíritu Santo vendrá cuando Cristo se
haya ido por medio de la Cruz; vendrá no sólo después, sino como causa de
la redención realizada por Cristo, por voluntad y obra del Padre.
9.
Así, en el discurso pascual de despedida se llega —puede decirse— al culmen de la revelación trinitaria. Al
mismo tiempo, nos encontramos ante unos acontecimientos definitivos y unas
palabras supremas, que al final se traducirán en el gran mandato misional
dirigido a los apóstoles y, por medio de ellos, a la Iglesia: « Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes », mandato que encierra, en cierto modo, la
fórmula trinitaria del bautismo: « bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo ».35 Esta
fórmula refleja el misterio íntimo de Dios y de su vida divina, que es el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, divina unidad de la Trinidad. Se puede leer
este discurso como una preparación especial a esta fórmula trinitaria, en la
que se expresa la fuerza vivificadora del Sacramento que obra la participación en la vida de Dios uno y
trino, porque da al hombre la gracia santificante como don sobrenatural.
Por medio de ella éste es llamado y hecho « capaz » de participar en la
inescrutable vida de Dios.
10.
Dios, en su vida íntima, « es amor »,36 amor esencial, común a las tres
Personas divinas. EL Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y
del Hijo. Por esto « sondea hasta las profundidades de Dios »,37 como Amor-don increado. Puede decirse que en
el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don,
intercambio del amor recíproco entre las Personas divinas, y que por el
Espíritu Santo Dios « existe » como don. El Espíritu Santo es pues la expresión personal de esta donación, de
este ser-amor.38 Es Persona-amor. Es Persona-don. Tenemos aquí una
riqueza insondable de la realidad y una profundización inefable del concepto de
persona en Dios, que solamente conocemos por la Revelación.
Al mismo tiempo,
el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y
don (increado) del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a
las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas
mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la
economía de la salvación. Como escribe el apóstol Pablo: « El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado
».39
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