5. Jesús de Nazaret «
elevado » por el Espíritu Santo
19.
Aunque en Nazaret, su patria, Jesús no es acogido como Mesías, sin embargo, al
comienzo de su actividad pública, su misión mesiánica por el Espíritu Santo es revelada al pueblo por Juan el Bautista. Este, hijo de Zacarías y de Isabel, anuncia
en el Jordán la venida del Mesías y administra el bautismo de penitencia. Dice
al respecto: « Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo,
y yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego ».65
Juan
Bautista anuncia al Mesías-Cristo no sólo como el que « viene » por el Espíritu
Santo, sino también como el que « lleva » el Espíritu Santo, como Jesús
revelará mejor en el Cenáculo. Juan es aquí el eco fiel de las palabras de
Isaías, que en el antiguo Profeta miraban al futuro, mientras que en su
enseñanza a orillas del Jordán constituyen la introducción inmediata en la
nueva realidad mesiánica. Juan no es solamente un profeta sino también un
mensajero, es el precursor de Cristo. Lo que Juan anuncia se realiza a la vista
de todos. Jesús de Nazaret va al Jordán para recibir también el bautismo de
penitencia. Al ver que llega, Juan proclama: « He ahí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo ».66 Dice esto por inspiración del Espíritu
Santo,67 atestiguando el
cumplimiento de la profecía de Isaías. Al mismo tiempo confiesa la fe en la misión redentora de Jesús de
Nazaret. « Cordero de Dios » en boca de Juan Bautista es una expresión de la
verdad sobre el Redentor, no menos significativa de la usada por Isaías: «
Siervo del Señor ».
Así, por el
testimonio de Juan en el Jordán, Jesús de Nazaret, rechazado por sus
conciudadanos, es elevado ante Israel
como Mesías, es decir « Ungido » con el Espíritu Santo. Y este testimonio
es corroborado por otro testimonio de orden superior mencionado por los
Sinópticos. En efecto, cuando todo el pueblo fue bautizado y mientras Jesús
después de recibir el bautismo estaba en oración, « se abrió el cielo y bajó
sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma » 68 y al
mismo tiempo « vino una voz del cielo: Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco ».69
Es una teofanía trinitaria que atestigua la
exaltación de Cristo con ocasión del bautismo en el Jordán, la cual no sólo
confirma el testimonio de Juan Bautista, sino que descubre una dimensión
todavía más profunda de la verdad sobre Jesús de Nazaret como Mesías. El Mesías es el Hijo predilecto del Padre. Su
exaltación solemne no se reduce a la misión mesiánica
del « Siervo del Señor ». A la luz de la teofanía del
Jordán, esta exaltación alcanza el misterio de la Persona misma del Mesías. El es exaltado porque es el Hijo de
la divina complacencia. La voz de lo alto dice: « mi Hijo ».
20.
La teofanía del Jordán ilumina sólo fugazmente el misterio de Jesús de Nazaret
cuya actividad entera se desarrollará bajo la presencia viva del Espíritu
Santo.70 Este misterio habría sido manifestado por Jesús mismo y
confirmado gradualmente a través de todo lo que « hizo y enseñó ».71 En
la línea de esta enseñanza y de los signos mesiánicos que Jesús hizo antes de
llegar al discurso de despedida en el Cenáculo, encontramos unos
acontecimientos y palabras que constituyen momentos particularmente importantes
de esta progresiva revelación. Así el evangelista Lucas, que ya ha presentado a
Jesús « lleno de Espíritu Santo » y « conducido por el Espíritu en el desierto
»,72 nos hace saber que, después del regreso de los setenta y dos
discípulos de la misión confiada por el Maestro,73 mientras llenos de
gozo narraban los frutos de su trabajo, « en aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y
dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.
Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" ».74 Jesús se alegra
por la paternidad divina, se alegra porque le ha sido posible revelar esta
paternidad; se alegra, finalmente, por la especial irradiación de esta
paternidad divina sobre los « pequeños ». Y el evangelista califica todo esto
como « gozo en el Espíritu Santo ».
Este « gozo
», en cierto modo, impulsa a Jesús a decir todavía: « Todo me ha sido entregado
por mi Padre, y nadie conoce quien es
el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien se lo
quiera revelar ».75
21.
Lo que durante la teofanía del Jordán vino en cierto modo « desde fuera »,
desde lo alto aquí proviene « desde dentro », es decir, desde la profundidad de lo que es Jesús. Es otra revelación del
Padre y del Hijo, unidos en el Espíritu Santo. Jesús habla solamente de la
paternidad de Dios y de su propia filiación; no habla directamente del Espíritu
que es amor y, por tanto, unión del Padre y del Hijo. Sin embargo, lo que dice del Padre y de sí como Hijo
brota de la plenitud del Espíritu que está en él y que se derrama en su
corazón, penetra su mismo « yo », inspira y vivifica profundamente su acción.
De ahí aquel « gozarse en el Espíritu Santo ». La unión de Cristo con el Espíritu
Santo, de la que tiene perfecta conciencia, se expresa en aquel « gozo », que
en cierto modo hace « perceptible » su fuente arcana. Se da así una particular
manifestación y exaltación, que es propia del Hijo del Hombre, de
Cristo-Mesías, cuya humanidad pertenece a la persona del Hijo de Dios,
substancialmente uno con el Espíritu Santo en la divinidad.
En la
magnífica confesión de la paternidad de Dios, Jesús de Nazaret manifiesta
también a sí mismo su « yo » divino; efectivamente, él es el Hijo « de la misma naturaleza », y por tanto «
nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo
», aquel Hijo que « por nosotros los hombres y por nuestra salvación » se hizo
hombre por obra del Espíritu Santo y nació de una virgen, cuyo nombre era María
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