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Ioannes Paulus PP. II Redemptoris missio IntraText CT - Texto |
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Encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos
El proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera adaptación externa, ya que la inculturación « significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas ».85 Es, pues, un proceso profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia. Pero es también un proceso difícil, porque no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana. Por medio de la inculturación la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; 86 transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde dentro.87 Por su parte, con la inculturación, la Iglesia se hace signo más comprensible de lo que es e instrumento más apto para la misión. Gracias a esta acción en las Iglesias locales, la misma Iglesia universal se enriquece con expresiones y valores en los diferentes sectores de la vida cristiana, como la evangelización, el culto, la teología, la caridad; conoce y expresa aún mejor el misterio de Cristo, a la vez que es alentada a una continua renovación. Estos temas, presentes en el Concilio y en el Magisterio posterior, los he afrontado repetidas veces en mis visitas pastorales a las Iglesias jóvenes.88 La inculturación es un camino lento que acompaña toda la vida misionera y requiere la aportación de los diversos colaboradores de la misión ad gentes, la de las comunidades cristianas a medida que se desarrollan, la de los Pastores que tienen la responsabilidad de discernir y fomentar su actuación.89
Las comunidades eclesiales que se están formando, inspiradas en el Evangelio, podrán manifestar progresivamente la propia experiencia cristiana en manera y forma originales, conformes con las propias tradiciones culturales, con tal de que estén siempre en sintonía con las exigencias objetivas de la misma fe. A este respecto, especialmente en relación con los sectores de inculturación más delicados, las Iglesias particulares del mismo territorio deberán actuar en comunión entre si 90 y con toda la Iglesia, convencidas de que sólo la atención tanto a la Iglesia universal como a las Iglesias particulares las harán capaces de traducir el tesoro de la fe en la legitima variedad de sus expresiones.91 Por esto, los grupos evangelizados ofrecerán los elementos para una « traducción » del mensaje evangélico 92 teniendo presente las aportaciones positivas recibidas a través de los siglos gracias al contacto del cristianismo con las diversas culturas, sin olvidar los peligros de alteraciones que a veces se han verificado.93
54. A este respecto, son fundamentales algunas indicaciones. La inculturación, en su recto proceso debe estar dirigida por dos principios: « la compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal ».94 Los Obispos, guardianes del « depósito de la fe » se cuidarán de la fidelidad y, sobre todo, del discernimiento,95 para lo cual es necesario un profundo equilibrio; en efecto, existe el riesgo de pasar acríticamente de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración de la misma, que es un producto del hombre, en consecuencia, marcada por el pecado. También ella debe ser « purificada, elevada y perfeccionada ».96 Este proceso necesita una gradualidad, para que sea verdaderamente expresión de la experiencia cristiana de la comunidad: « Será necesaria una incubación del misterio cristiano en el seno de vuestro pueblo —decía Pablo VI en Kampala—, para que su voz nativa, más límpida y franca, se levante armoniosa en el coro de las voces de la Iglesia universal ».97 Finalmente, la inculturación debe implicar a todo el pueblo de Dios, no sólo a algunos expertos, ya que se sabe que el pueblo reflexiona sobre el genuino sentido de la fe que nunca conviene perder de vista. Esta inculturación debe ser dirigida y estimulada, pero no forzada, para no suscitar reacciones negativas en los cristianos: debe ser expresión de la vida comunitaria, es decir, debe madurar en el seno de la comunidad, y no ser fruto exclusivo de investigaciones eruditas. La salvaguardia de los valores tradicionales es efecto de una fe madura.
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85 Ibid. II, D, 4. 86 Cf. Exh. Ap. Catechesi tradendae (16 de octubre 1979), 53: AAS 71 (1979), 1320; Ep. Enc. Slavorum apostoli (2 de junio de 1985), 21: AAS 77 (1985), pp. 802 s. 87 Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 20: l.c., 18. 88 Cf. Discurso a los Obispos delZaire en Kinsasa, 3 de mayo de 1980, 4-6: AAS 72 (1980), 432-435; Discurso a los Obispos de Kenya en Nairobi, 7 de rnayo de 1980, 6: AAS 72 (1980), 497; Discurso a los Obispos de la India en Delhi, 1 de febrero de 1986, 5: AAS 78 (1986), 748 s.; Homilía en Cartagena (Colombia), 6 de julio de 1986, 7-8: AAS 79 (1987), 105 s.; cf. también Ep. Enc. Slavorum apostoli, 21-22: l.c. 802-804. 89 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 22. 90 Cf. ibid. 91 Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 64: l.c., 55. 92 Las Iglesias particulares « tienen la función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden, y, después, de anunciarlo con ese mismo lenguaje... El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico o literario cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural » (Ibid., 63: l.c., 53) 93 Cf. Discurso en la Audiencia general del 13 abril de 1988: Insegnamenti XI/1 (1988), 877-881. 94 Exh. Ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 10, en la que se trata de la inculturación « en el ámbito del matrimonio y de la familia »: AAS 74 (1982), 91. 95 Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandii, 63-65: l.c., 53-56. 96 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 17. 97 Discurso a los participantes en el Simposio de los Obispos de Africa, en Kampala, 31 de julio de 1969, 2: AAS 61 (1969), 577. |
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