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CAPITULO 20 - Cómo para mayor bien de un alma suele
Dios permitir notables aflicciones, causadas por los hombres y por los
demonios, que scurezcan su pureza de vida. Y cómo no se debe sentenciar mal aunque veamos a un hombre
atormentado del demonio
1. No
quería pareciese dificultoso el permitir Dios por manos de los hombres y de los
demonios tantos y tales trabajos a susa siervosb: que por mucho
tiempo su vida heroica yc celestial esté obscurecida y tapada a los
hombres, no obstante que los fines sean bien diferentes. Pretendiendo Dios en
esto abrir un camino ancho para que haya más obreros de la corona del justo
porque, dificultando la verdad de la vida, más sin scrúpulo y a banderas
desplegadas es probado y perseguido, lo cual no lo permitiera Dios si en su
soldado no viera fuerzas para resistir estos acometimientos, los cuales no son
fuertes ni de consideración si el hombre, satisfecho de su virtud, tuviese
algún conocimiento lo persiguen o afligen por probarlo o tentarlo. Como el que
fuese a trocar un doblón que sabe que es de oro fino, no sólo no le pesaría que
lo amartillasen para descubrir no fuese falso, sino se holgaría; pero si,
habiéndole dado otra persona el tal doblón, estuviese en duda o temiese no
fuese falso, las pruebas que en el tal doblón hiciesen causarían miedo y temor,
que, aunque en la falsedad del tal oro él no tuviese culpa, en fin era enredo y
pleito sobre quién te dio este doblón, si fuiste cómplice o principal en este
engaño y falsedad.
De esa misma manera, cuando uno por
alguna vía está enterado de su espíritu o tiene algunas conjeturas ciertas, es
cierto se alegra y huelga de las ocasiones que se le ofrecen de prueba y de
trabajo, según lo que acá decimos que a buen pagador no le duelen prendas. Pero
si, permitiéndolo Dios en esta tal persona, su espíritu quedase añublado y
escurecido con alguno de los modos arriba dichos, es cierto cualquier prueba,
trabajo, persecución o tentación que le hacen se le antoja que lo descubren por
malhechor, enbaucador, engañador e iluso del demonio; que cuando su espíritu no
fuese bueno y él no tuviese culpa, porque debía estar consolado en cualquier
evento, en fin es pleito y ponen a un hombre en peligro: si fue él el principal
o parte en el engaño que padecía o el demonio pretendió hacer.
2. [61v] Y estos miedos y temores son
necesarios, nacidos de la duda o incertidumbre del buen espíritu y de las
pruebas y mortificaciones que con él hacen. De donde es fuerza en estas
ocasiones padecer intensíssimos trabajos las tales personas así probadas, con
los cuales pretende Dios purificar algunas almas y de veras desasirlas de lo
que más aman. Habiéndose
en esto nuestro gran Dios como el que acá
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quiere
sacudir una ropa o capa: que se la da al hijo o criado que la tenga estendida
en las manos y, así puesta, la hace varear y apalear para sacudirle el polvo. Muchas
veces le parece a uno que trata de perfección que no estima su honra ni su
fama, y hácesela Dios coger con entramas manos, asirla y ponerla delante los
ojos; y luego manda o permite la apaleen los hombres y los demonios y le
sacudan el polvo y miren cuán entrapada estaba y cuán scondido el polvo en
ella. Parécele a un hombre, a quien actualmente honran, alaban, estiman y
tienen por bueno, que no se le daríe nada le quitasen su honra y estimación.
Pues aguardad -dice Dios- yo os haré asir esa honra con dos manos, sembrando en
vuestra vida tanta obscuridad y tinieblas que vos propio no os conozcáis; y
luego haré dar tales golpes y porrazos en ellad que ninguno se dé que
no os resuene en el corazón y las entrañas, de donde echaréis de ver que aún os
sois polvo y ceniza pues tanto sentís los golpes y las pruebas. Las cuales,
siendo continuas, sacudirán ese polvo y ceniza y lo apartarán de todo lo que es
honra y propia estimación y os dejarán capa, ropa y vestido limpio para Dios.
3. Pues, siendo estas pruebas y
mortificaciones de tanto provecho para estas tales almas, para que sean más
vivas y fuertes hácelas Dios por manos de los demonios, bien a semejanza de los
que padecen en el purgatorio: que, no obstante que son almas scogidas y en
gracia de Dios, son allí entregadas a fuego y tormento de los demonios para que
del todo salgan puras y limpias de las pequeñas inperfecciones que de esta vida
llevaron. De esa misma suerte no hay en esta vida vida tan pura después de
grandes penitencias y obras heroicas a quien no le hayan quedado algunas
inperfecciones, que sea necesario en esa perfección de vida entregarlas a los
demonios que las aflijan y atormenten y del todo les hagan purgar y limpiar de
todas sus inperfecciones por pequeñas que sean, no obstante que en esa vida que
tienen estén en gracia y amistad de Dios. Todo esto para que mejor gocen en el
estado que tienen del mismo Dios y de sus dones celestiales.
4. Pues con este entriego que Dios hace de
estas tales almas para así ser limpias y purificadas, suele resultar alguna
obscuridad y duda acerca de la pureza de su vida. Como el que viera las almas
del purgatorio, [62r] fuego, demonios, tormentos, y no supiera para qué tenía
Dios allí aquellas almas, las habíe de tener por enemigas de Dios o por lo
menos dificultar si eran amigas.
5. Ya hemos dicho en los capítulos pasados
hartos modos con que los demonios, atormentando a los justos, procuran
escurecer su vida. Bien sé que son los que quedan como infinitos, y bien
ascondidos muchos de ellos a los juicios humanos por ser ellos tan astutos y
enemigos invisibles que, sin conocer sus asechanzas, procuran por una vía o por
otra hacernos desdecir o por lo menos scurecer la pureza de vida que
pretendemos. Pues de las que a mí se me pueden ofrecer, creo queda una o dos
maneras de persecución ordenada a este propio fin: la una
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cuando,
permitiéndolo Dios, se apoderase del cuerpo del hombre ignorándolo el propio
hombre y los que lo tratan, lo cual puede ser sin culpa de la persona poseída.
Como yo vi y se experimentó en Roma en un religioso endimoniado y poseído de
muchos de estos malignos spíritus, los cuales, después de muchos conjuros,
confesaban estar allí forzados, violentados y de mala gana porque sabían sólo
servían allí de dar a merecer a aquel religioso, el cual siendo perseguido y
atormentado los habíe desafiado y con aquella ocasión se entraron, y que el
engaño habíe sido para ellos porque veían con la paciencia que llevaba aquellos
trabajos1. Pues el tiempo que estos tales spíritus se esconden en estos
tales cuerpos, compadeciéndose vida pura y levantada con esta pena que están
padeciendo, no es uno de los menores trabajos los ratos que se apoderan destos
tales cuerpos provocarlos e incitarlos a cosas feas, malas y odiosas, en las
cuales es fuerza ser infamados y tenidos por malos y despreciada su vida y
antiguas costumbres. Yo vi este religioso, de quien voy tratando, que antes que
se descubriesen ser demonios los que lo provocaban y forzaban a cosas injustas,
sabiendoe yo su primera vida, asombrado le decía: hermano, ¿cómo cabe
en su charidad esto? ¿Cómo habla tales cosas? Y él, con una mortificación
inmensa por estar muy en sí cuando yo esto le decía, me respondía: Hermano, no
sé qué me tengo algunos ratos ni sé cómo no me muero cuando me acuerdo lo que
hablo o hago algunos ratos. Y en estas ocasiones me pedía con lágrimas y
veras un Cristo que yo tenía devoto, y a todos decía que le encomendasen a
Dios. Pues díganme por charidad, ¿qué sentiríe este tal religioso considerando
los defectos y faltas a que le provocaban aquellos spíritus malignos, y que él
no podía [62v] saber ni entender qué culpa era la que en tal caso tenía?
Porque, aunque él veía por mill mundos no ofendiera a Dios, por otra parte veía
lo material del peccado en su casa y en su persona y no sabía ni conocía
hubiese en él güesped tan feo y abominable que tuviese licencia sobre su cuerpo
para tanto mal.
Lo
propio habíe de causar en las personas que lo mirasen y viesen. Ahora
consideremos que en una casa hay tres o cuatro personas honradas, o dos para
que los juicios sean más terminados en el exemplo que quiero poner, y que en la
casa faltan algunas cosas que claramente ven las hurtan; y que no saben haya
nadie que entre ni salga ni esté dentro scondido. Parece ha de ser fuerza echar
juicios el uno sobre el otro y desestimarse despreciando la vida y tiniéndola
por no buena, porque ellos no pueden entender ni saber quién a deshora entró y
robó o quién está escondido dentro. De esa misma suerte, si yo veo faltas
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en mi hermano y particulares descuidos, y por otra
parte yo no sé que en aquella casa, digo en aquella persona, haya gente de
fuera scondida, o que entre y salga, que pueda hacer los talesf hurtos,
es cierto que tengo de entender que la propia malicia de la persona fue
inventora de aquel mal.
6. Aunque es verdad que por algún tiempo
esta tal persona puede padecer esta infamia y deshonra viéndose
desacreditadag por las faltas que haceh tan sin culpa, pero no
permite Dios sea por mucho tiempo o siempre, porque tarde o temprano se ha de
descubrir, y una vez que otra lo han de coger con el hurto en las manos y saber
quién es el autor de tanta maldad. Que si por algún tiempo padeció la sancta
Susana y la tuvieron sentenciada y sujetai a la apedrea de los judíos,
al fin se descubrieron los viejos scondidos que habíen sido autores de la
maldad, y quedó libre sin culpaj
y pena la inocente Susana2. Lo propio sucedió al inocente
Benjamín, a quien sin saberlo él le echaron en su saco una taza preciosa en que
bebía el patriarcha Joseph, virrey y gobernador de tierra de Egipto; y cuando
ya iba en el camino, salieron los criados del rey dando voces: ¡A los ladrones!
¡A los ladrones! Digan por charidad, ¿qué sentiríe aquel sancto niño cuando en
su saco hallasen el hurto que él no hizo ni imaginó? ¿Qué sentiríen y pensarían
sus hermanos en cuya [63r] compañía iba cuando lo viesen convencido del
hurto?3 Sea Dios bendito, que mortificación es grande y poderosa hasta
que Dios es servido se descubra la verdad y vuelvan la fama y honra a cuya es y
se aplique la pena a cuya es la culpa. Bien pudiera yo poner otro exemplo de
una buena mujer que estuvo endimoniada veinte años sin que tal cosa se
conociese, cuya fama y honra me parece inposible dejase de peligrar en tanto
tiempo, haciendo algunas cosas aunque sin culpa de mal parecer.
7. Otro enredo por medio deste propio
autor de maldadk puede obscurecer la vida inocente del justo, y es
cuando por vía de hechizos, palabras o encantos hiciesen mal a alguna persona,
como se ha visto a persona muy casta por medio de malas mujeres provocarla a
maldad por obras y palabras. En Roma me contó un clérigo siervo de Dios que, no
gustando de hablar ni tratar con cierta persona por parecerle no muy casta en
sus palabras, se la juró y dijo: Yo haré que acudáis a mis puertas más veces,
que yo os abriré. Y así lo
hizo, porque muchos días y noches lo llevaba forzado a su casa y, si la hallaba
cerrada, le hacíe dar golpes con la cabeza hasta que la abrían. Yo vi con mis
ojosl en España que una gitana hizo mal a un buen cristiano y siervo de
Dios; y supe que le habíe puesto el mal que pretendió en un tocador, que
debiera de ser algún demonio, el cual por vía de dolor le hacía decir mill
males propios suyos y levantarse muchos falsos testimonios,
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y de todos los que veía mill bienes. Y con este dolor digo que hacía estas
cosas muy indignas de quien la tal persona era, y este malm no lo supo
nadie sino la persona que para ello fue causa y yon, con quien se vino
a comunicar. Pues digan por charidad, loso quep no supiesen las
causas y conociesen los efectos dichos ¿qué juicios habíen de echar? Necesario
era haber de padecer la honra de las tales personas. Y aunque es verdad que
aquéllas de quien vamos tratando, que tienen y han alcanzado vida
extraordinaria y sobrenatural, tiene Dios particular cuenta con ellas para que
no se ofendan u ofendan, pero, permitiéndolo así el abismo de su sabiduría,
sabemos que [63v] el demonio a estas tales personas, antes que a otras, acomete
con mayor fuerza y cuidado para estorbar los bienes arriba dichos de la pureza
de su vida exemplar, etc.
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